El trabajo infantil surge como respuesta a la necesidad de subsanar carencias materiales en los hogares, derivadas de la pobreza: una realidad cotidiana de nuestros días. El estado de Puebla ocupa el tercer lugar nacional en este tema, con alrededor de 208 mil menores trabajadores, de acuerdo con cifras del INEGI, aseguró Elsa Herrera Bautista, especialista en investigaciones sobre infancia y juventud en situación de calle.
La doctora en Sociología por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la BUAP, indicó que la labor de infantes y jóvenes en la urbe es la más visible y constituye un eslabón en la cadena del sector informal de la economía. “Cuando estamos en la ciudad nos resulta cotidiano ver a estos niños que hacen malabares, piden dinero o venden algún producto en los principales cruceros de la ciudad”.
Sin embargo, de acuerdo con la Encuesta de Ocupación y Empleo, en Puebla nueve de cada 10 menores de 17 años realizan labores catalogadas como peligrosas. “La mayoría no trabaja en las ciudades, sino en el campo, expuestos a diferentes sustancias químicas, como pesticidas y fertilizantes, sin equipo de protección. Asimismo, las maquiladoras, especialmente en Tehuacán, emplean a un número alto de menores de edad”.
Con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil, celebrado el 12 de junio, Herrera Bautista recordó que en la Revolución Industrial se utilizó mano de obra infantil y de mujeres; era un trabajo existente y poco valorado. “En ese tiempo no se consideraba tan ilegal y los niños ganaban menos en comparación con los adultos. Desde el enfoque de los derechos humanos resulta aberrante; en términos de producción en el capitalismo neoliberal, en cambio, es una acción para abaratar costos”, expuso.
La docente de la Escuela de Artes Plásticas y Audiovisuales de la Institución, señaló que en la actualidad el trabajo infantil se sustenta en el argumento de no tener estudios formales para acceder a un empleo.
“Cuando hablaba con los chicos ellos explicaban que tenían que limpiar parabrisas y estar largas horas expuestos al sol, porque no podían aspirar a otro trabajo por falta de estudios. Esa idea se la tienen bien aprendida: no ser merecedores porque no fueron a la escuela. En cambio, la gente educada es la que puede pensar en tener un trabajo de ocho horas, prestaciones y vacaciones. Esta población aprende desde edades tempranas que no pueden ver cumplidos esos derechos sin educación”.
Otro aspecto que Elsa Herrera observó en sus investigaciones fue que los adolescentes tenían conexiones con el trabajo formal, al ser empleados en tortillerías y ayudantes en albañilería o en algún comercio, actividades fuera del crucero y en las que igualmente están desprotegidos.
La Organización Internacional del Trabajo únicamente habla de trabajo infantil cuando son actividades que perjudican el desarrollo del infante. A final de cuentas, “un niño que no vaya a la escuela y no tenga suficiente tiempo para jugar y descansar, cualquier trabajo lo afecta”.
La doctora Elsa Herrera Bautista insistió en que debe reconocerse que el trabajo infantil surge en condiciones de pobreza y por la falta de conciencia y recursos de sus cuidadores. Para erradicar esta situación, “no bastaría con trabajar con las familias, que es lo primero que se nos ocurre, sino además articular una política pública integral para apoyarlas con servicios terapéuticos, de salud y educación, por ejemplo”.