La sensación de déjà vu es inevitable. Cinco años después de que la Mostra de Venecia se inaugurase con la odisea espacial de Gravity, en la que Sandra Bullock paseaba por el espacio exterior el dolor por la pérdida de un retoño, First Man, la nueva película de Damien Chazelle (Mr. La La Land y chico maravilla del Hollywood actual), inaugura la 75ª edición de Venecia con un nuevo viacrucis paterno-filial, en este caso, el de Neil Armstrong, que persigue la utopía de pisar la Luna (acabaría siendo el primero en conseguirlo) con una corona de espinas clavada en su corazón: la muerte de su hija pequeña a manos de un tumor cerebral. Una adaptación a la gran pantalla de la biografía First Man: The Life of Neil A. Armstrong de James R. Hansen, con guion de Josh Singer (Spotlight, Los archivos del Pentágono) y producción de Steven Spielberg, la nueva película de Chazelle pone en primer plano la ambición estética y la fuerza autoral de su director.
Reciclando la idea del sufrimiento como camino a la trascendencia, que ya subyacía en Whiplash, Chazelle vuelve a desplegar en First Man su pericia técnica y su concepción maximalista de la forma cinematográfica. Para Chazelle, la mano del cineasta existe para ser vista… y admirada. En el extremo opuesto a las películas de aviadores de Howard Hawks o a la maravillosa Space Cowboys de Clint Eastwood, donde el heroísmo se sentía como algo cotidiano, First Man pone todo su empeño en convertir a Armstrong en una figura superheroica. Y lo hace de la mano de un cine estridente, atronador incluso en su vertiente intimista: si por algo será recordada First Man será seguramente por el insistente uso de primeros planos que nos acercan al tormento interior de los personajes. ¿Imaginó Chazelle la película que habría rodado John Cassavetes si hubiese tenido recursos para filmar una aventura espacial? Un estudio de la fisonomía humana en el que brilla con fuerza propia una afligida Claire Foy en el papel de esposa de Armstrong, aunque por desgracia la película nunca le da a la actriz el tiempo suficiente para exprimir el potencial dramático del personaje. Por su parte, Ryan Gosling echa mano de su cara más lacónica e introspectiva, empleando el piloto automático, mientras Chazelle parece más preocupado por demostrar que puede retratar un entorno familiar con la fuerza poética y elíptica de Terrence Malick que por dar consistencia a la historia.
Chazelle nunca ha sido amigo de la complejidad, pero First Man es quizá su película más unidimensional: todo gira en torno a la idea de lograr un hito mayúsculo (poner el pie en la Luna) para exorcizar un trauma personal. Una linealidad que, en cualquier caso, permite al director de Guy and Madeline on Park Bench retratar el factor humano de los inicios de la carrera espacial con una pulsión sensorial inédita (es lícito preguntarse cómo habría filmado Philip Kaufman Elegidos para la gloria en la era del cine digital). Metido en el interior de una minúscula y claustrofóbica nave de lanzamiento, el espectador de First Man, golpeado por una sinfonía de planos detalle traqueteantes y chirridos de tuercas y metales retorciéndose, puede llegar a imaginar lo que debían sentir los astronautas que volaban al espacio metidos en lo que parece un puro amasijo de chatarra. El valor épico de la hazaña, subrayado por la lista de bajas en la nómina de sacrificados pilotos y astronautas, resulta incuestionable. Menos convincentes son los intentos de Chazelle por ampliar el marco de su retrato humano: la secuencia en la que, a modo de videoclip, la película muestra el descontento social por el excesivo coste de la carrera espacial (al ritmo del Whitey on the Moon de Gil Scott-Heron) resulta más anecdótico que resonante; en realidad, parece una impugnación de las denuncias de whitewashing que recibió La ciudad de las estrellas (La La Land) por, supuestamente, “emblanquecer” su retrato de la cultura del jazz.
Neil Armstrong fue descrito por sus propios familiares como “un héroe estadounidense reacio”. En su retrato a la vez privado y rimbombante, First Manintenta capturar el sentido trágico de la gesta del astronauta, pero incluso sus admiradores reconocerán que Chazelle no es ni un John Ford ni un Clint Eastwood. Con una hondura existencial algo limitada por la tendencia de Chazelle a exhibir su incuestionable talento, First Man deviene un transparente canto al heroísmo, un ejercicio de fe en el espíritu humano que puede ser abrazado por cualquiera, tanto por los votantes de Obama como por los de Trump. He aquí un film convulso e inspirador para tiempos de confusión y fractura.
Fuente: Fotogramas.es