Lo fácil es bajarse de (Des)encanto a mitad de aventura. No mirar atrás después de aguantar tres episodios. Es lógico. La primera serie del creador de Los Simpson, Matt Groening, en 19 años tiene una introducción casi catastrófica, llena de buenas ideas e intenciones (una princesa alcohólica que se rebela contra lo establecido) pero con nulo sentido del ritmo, chistes sin brío y paisajes trillados en la fantasía paródica.
En la primera temporada de 10 episodios no brilla la crítica social que utilizaba la familia amarilla y tampoco el amor por el género y la creación de mundos de Futurama (la serie más redonda del escritor). Y Groening, desde su púlpito de estrella, cae en el libertinaje artístico habitual en Netflix: los capítulos sin límite de tiempo y la serialización no son positivas por definición. Pero, esperen, no se vayan todavía. Queda una esperanza. Porque cuando su equipo empieza a hacer lo que sabe, tras una larga introducción, por fin acierta.
La solución era volver a la simpleza. (Des)encanto introduce desde su cuarto episodio historias autocontenidas, explora conceptos enrevesados y presenta a los carismáticos secundarios del Reino de Utopía; elfos, demonios, brujos adictos a las orgías, exorcistas y vikingos. Por fin. Solo había que repetir la estrategia. La misma que nos atrapó a Springfield con Wiggun, Apu o Flanders y a Futurama con la vuelta de tuerca a conceptos de ciencia-ficción aparentemente manidos.
La serie nunca resulta del todo atrevida o adulta y denota cierta dejadez en los chistes, pero, como suele suceder en las buenas comedias (Cheers, Seinfeld o Parks and Recreation no despegaron hasta el segundo año), es el alma de sus personajes la que embelesa al espectador. Más allá del puntual gag visual (perceptible para segundos visionados) y de peripecias que narró mejor Hora de aventuras, lo que queremos es que la princesa sea feliz, que Elfo encuentre su lugar y entender lo que sucede detrás del autoritario rey. Una vez que te encariñas, el final se vuelve épico y apoteósico, con giros sorprendentes y peligro real sobre los protagonistas. Antes, hay que tragar, eso sí, con la serializada primera hora y media, necesaria, aun así, para meterte en su mundo.
(Des)encanto no encantará. No será la serie de animación que salve Netflix. Para eso ya está Bojack Horseman, adulta y con serialización más cuidada basada en la evolución de personajes. Y, de momento, queda tercera en el ránking del creador. Aun así, acaba mejor que termina, y deja con la miel en los labios. Quizás las expectativas tras décadas mediocres de Los Simpson eran demasiada altas.
Fuente: elpais.com