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Viernes, 16 Febrero 2018 16:50

En busca de la completa soledad, En los bosques de Siberia

Por  Staff Puebla On Line

En busca de libertad interior, Teddy (Raphaël Personnaz) decide repentinamente mudarse a una cabaña aislada a orillas del lago Baikal en Siberia. Tan pronto se queda solo, a miles de kilómetros de la comunidad más cercana, las hostilidades de la zona lo ponen a prueba -las tormentas de nieve, las visitas esporádicas de los osos que no hibernan, la oscuridad absoluta, la falta de comida y la soledad- y lo obligan a adaptarse rápidamente, a aprender sin un maestro, si es que pretende sobrevivir.

Sin embargo, el lento y cruel transcurrir de los días también le da la oportunidad de descubrir nuevos e inesperados placeres. Uno de ellos es el de la compañía. Escondido en los alrededores, habita un hombre llamado Aleksei (Evgeny Sidikhin), acusado de homicidio, quien lleva 12 años refugiado esperando a que su imputación cumpla el tiempo necesario para considerarse inválida. Faltan tres años.

Después de su encuentro, ambos entablarán una amistad cimentada en el valor del tiempo y de la supervivencia. Dos hombres totalmente opuestos, de civilizaciones dispares y que huyen por razones en extremo diferentes: uno espera el tiempo en que pueda regresar y el otro, Teddy, espera nunca más volver.

 

El filme de Safy Nebbou (L’autre Dumas, 2010), En los bosques de Siberia (Dans les forêts de Sibérie, 2016), es un claro ejemplo de cohesión entre el tema que se pretende contar y la forma como se cuenta. Se trata de una película dialéctica escrita en base a dos opuestos: lo interno (tesis) y lo externo (antítesis) que, invariablemente, terminarán por fusionarse en una especie de tregua (síntesis).

Este procedimiento ocurre tanto en el plano narrativo como en el visual —de ahí su congruencia. En primera instancia, desde la perspectiva del relato, Teddy huye hacia Siberia para descubrir, como dice, si es que le resta o si posee algo similar a una vida interior.

Lo irónico (y dialéctico) de este primer momento es que tenga que desplazarse físicamente (desde el exterior) para buscar algo intangible que se supone habita dentro de sí mismo.

Por otra parte, en el plano visual, Nebbou y el cinefotógrafo Gilles Porte (Christine, 2011) trabajan excepcionalmente con la iluminación (tanto natural en exteriores como artificial en interiores) como recurso expresivo y con los tipos de plano para cargar a los espacios (internos o externos) de sus propias significaciones; el espacio exterior está bañado por la luz u oscuridad total, con lo que nos señala que todo lo que se ve fuera de las cabañas es territorio de la naturaleza y no hay términos medios: es inalienable.

Del mismo modo, los encuadres son abiertos y se nos muestra la inabarcable extensión del bosque y de las montañas: un desierto blanco sin fin. No obstante, cuando nos adentramos en las cabañas de Teddy o de Aleksei, el espacio reducido nos obliga a enfocarnos en los gestos de los personajes, en su interior desconocido e inexpresable mediante el lenguaje hablado: los rostros y los claroscuros provocados por la luz de las velas nos dicen todo lo que debemos de saber -lo trastornado que está Aleksei, lo ávido de emoción que está el frívolo Teddy-. Es en ambos espacios donde la amistad surge.

Fuera, Aleksei y Teddy son minúsculos, son pura materialidad y tienen que trabajar juntos para sobrevivir a las imponentes manifestaciones de la naturaleza; mientras que dentro son pura emoción, son débiles físicamente y son absorbidos y derrotados por lo que albergan en su espíritu.

Fuente: ENFILME

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