“Dios quiso que conociera lo que es el miedo de verdad, la soledad ¿por qué?, ¿qué había allí? Nada, no había nada. Le llaman el desierto de los mares”. Quien habla es la mexicana Susana Calderón. Desde la cama del hospital cairota de Dar Al Fouad, con una lucidez sorprendente pese a la tragedia, recuerda los detalles del que iba a ser un día en un oasis y acabó siendo un día en el infierno. “Fuimos bombardeados como cinco veces, siempre desde el aire. Todo duró unas tres horas”. Susana es una superviviente.
Residente en Guadalajara, Jalisco, esta mujer de ojos vivos y discurso articulado formaba parte del grupo de 14 turistas mexicanos bombardeados “por error” —como han dicho las autoridades del país— por las fuerzas de seguridad egipcias en el desierto occidental. Su marido, Luis Barajas Fernández, es uno de los ocho muertos.
Las versiones sobre lo sucedido son variadas y algunas, incluso, contradictorias. Según informó el Ministerio de Interior egipcio, los turistas estaban en una zona prohibida en el mismo momento en el que había una persecución por parte de fuerzas del Ejército y la policía contra terroristas que viajaban en vehículos todoterreno, parecidos a los utilizados por los turistas.
Susana no se lo explica. Y el guía que capitaneaba la excursión, Nabil El Tamawi, está muerto. Para ella no había nada fuera de lo normal. Cuenta que las autoridades pararon el convoy dos veces y que los guías enseñaron unos papeles. Les dejaron continuar. Asegura que con ellos viajaba un policía de paisano [civil] y se sentían seguros.
¿Sientes enfado, odio, o simplemente es incomprensión?, ¿qué es?
—Estoy en un desconcierto total, no sé por qué. No sé, yo no termino de entender. Porque se vio la saña con la que iban y venían, fueron como cinco veces. Fuimos bombardeados como cinco veces, siempre desde el aire. Todo duró unas tres horas”.
Tres horas de ataque... “Tras el primero estábamos ya todos muy mal. Murió uno de los choferes, el hijo de la maestra que organizó el viaje, el policía que iba acompañándonos también murió. Y ya los demás estábamos muy mal heridos y perdidos porque los otros choferes no hablaban inglés”.
Susana dice que tras el primer bombardeo los conductores egipcios llamaron a alguien pero no sabe a quién y piensa que gracias a ellos llegaron las ambulancias tiempo después.
Iban a comer en el desierto y a hacer “esos ritos que tienen los egipcios”. Los conductores serían los encargados de preparar el almuerzo.
Con una mano llena dibuja en el aire la escena: “Pusieron un coche allí, otro aquí y en medio una lona. Yo estaba con mi marido en el otro extremo, al lado de otro coche, poniéndome protector solar”. Fue entonces cuando sin saber por qué, una lluvia de artillería empezó a caer. “No sé si eran cohetes o bombas o qué era, pero había ráfagas”.