Los mercados y tianguis son la prueba fehaciente no sólo de la vida cotidiana de un poblado: su esencia e interacción, sino que constituyen los espacios donde el indígena no pudo ser derrotado por la Conquista española ni por los embates de la globalización, dijo Amalia Attolini Lecón, investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Los mercados regionales y las plazas indígenas mesoamericanos se conservaron durante la Colonia y llegaron hasta nuestros días, porque su esencia y su razón de ser siguen vigentes.
En la actualidad, los mercados indígenas cumplen dos funciones principales: por un lado vinculan en un ámbito regional productos originados en un contexto de economía campesina; por otro, proveen a los individuos y sus comunidades de artículos manufacturados y elaborados con fines específicamente mercantiles. Ahí la comida y los amigos confluyen, y se refuerza la tradición cultural.
“Una de las características principales es que el mercado tradicional casi siempre está cerca del espacio ritual, llámese iglesia, mezquita, sinagoga o simplemente debajo de una ceiba. Lugares estratégicos en el cruce de caminos”.
Precisamente estas redes extensas de intercambio y comunicación posibilitaron la construcción de sociedades complejas como la mexica, que desde México-Tenochtitlan irradiaba su poder.
De los tianguis tradicionales que aún se conservan, Amalia Attolini Lecón menciona los de Cuetzalan (Puebla); Tianguistenco y Otumba (Estado de México); Tenejapa y San Juan Chamula (Chiapas); Chilapa (Guerrero); Zacualpan de Amilpas (Morelos) o Ixmiquilpan (Hidalgo). En varios de ellos es común que los vendedores dialoguen en sus propias lenguas, y que las mujeres vistan con orgullo sus trajes tradicionales y, a veces, se encarguen de dar la última palabra para cerrar cualquier trato, como ocurre en el mercado de Tehuantepec (Oaxaca).
Respecto de su forma de organización, destaca la reciprocidad, un principio fundamental que modela los aspectos sociales, religiosos y económicos de la comunidad indígena. Un ejemplo de ello es el mismo trueque de objetos, que refleja esta forma de concebir la convivencia y su permanencia dentro de la comunidad.
Desde que se logró la autosuficiencia alimentaria, los pueblos migraron en busca de suministros, desarrollando rutas comerciales, líneas de contacto donde dos o más comunidades empezaron a entablar relaciones sociales, de parentesco, de grupo, y a compartir pensamientos y mitos.
De este modo, las vías comerciales favorecieron el intercambio de alimentos, conocimientos y artículos, propiciando la ocupación de nuevos territorios y contribuyendo al desarrollo y evolución de los pueblos en general.
Las rutas y actividades mercantiles son un factor civilizatorio, fruto del continuo contacto, debido a que los conocimientos se transmitieron de boca en boca; ejemplo de ello son las técnicas agrícolas para dar de comer a la población o las especialidades en manufactura de objetos, como la artesanía, alfarería o el tejido.
Estos espacios mercantiles se establecieron en lugares estratégicos, creando la red de caminos que fungieron como nodos o amarres del sistema, tornándose en instituciones clave para la expansión, indicó la también arqueóloga por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH).
Las rutas establecidas representan la identificación del grupo con el territorio; así empezaron el intercambio y el desarrollo entre dos o más grupos y la práctica del trueque de artículos de primera necesidad.
Con la Conquista, se dio paso al establecimiento del régimen colonial español, propiciando el arribo al territorio de nuevos artículos que modificaron la dieta: cultivos, frutos y materias primas de origen mediterráneo, español y de Oriente, que ahora forman parte de nuestra comida regional.
“Se introdujeron el trigo y la vid, olivo, caña de azúcar, lechugas, pepino, garbanzo, lenteja, chícharo, cítricos, higo, granada, durazno, pera, manzana, cebollas, perejil, apio, nuevos condimentos, embutidos, aceites para freír, técnicas para almacenar y preparar comestibles, sin olvidar el destilado de licores”.
Estos temas, entre otros, se abordaron en el Simposio Internacional “Comercio y mercados. Perspectivas antropológicas e históricas de la articulación entre lo local y global”, realizado en el Museo Nacional de Antropología, bajo la coordinación académica de Amalia Attolini Lecón.
Este simposio es pertinente porque propone temas actuales que no se han acabado de discutir, profundizar y definir totalmente, finalizó Amalia Attolini. El encuentro es la primera actividad derivada de un convenio de colaboración entre el INAH, por medio de la Coordinación Nacional de Antropología y la Dirección de Etnohistoria, y la Universidad de Barcelona, a través del Departamento de Antropología Cultural e Historia de América y África.
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