ESPN informa que una victoria sin brindis y para los archivos de Alzheimer. 2-1 de México sobre Nueva Zelanda. Bostezos y enfado en un clima festivo que merecía más. El oprobio de esta victoria, es que va a la fosa común del olvido. El triunfo del autoengaño.
Juan Carlos Osorio buscaba respuestas y soluciones para enfrentar a Estados Unidos. Tal vez las haya encontrado donde posiblemente 40,287 asistentes se quedaron atónitos. Entre ellos los tres visores de Juergen Klinsmann, rival el 11 de noviembre en Columbus, el Waterloo del Tri en las eliminatorias.
Si Osorio encontró este sábado vacunas y medicinas para enmendar el camino agreste de sus últimos cinco juegos (Venezuela, Jamaica, Chile, El Salvador y Honduras), bien puede encontrar la cura contra la cruda.
Los reencuentros con el gol pasan a tragos largos. Giovani dos Santos llegó a 18 goles con el Tri, haciendo el primero de penalti con México. Y Marco Fabián suma seis, que fue la cereza del único pastel de la noche en el 2-1.
Las licencias de Nueva Zelanda, la tolerancia en la marca, la pachorra en la presión por el balón, permitieron por momentos que algunos jugadores mexicanos asomaran como cracks.
Ciertamente, si el futbol tuviera sepelios al término de cada partido, se enviarían crisantemos para la tumba de este seleccionado mexicano.
LAMENTOS...
Tan generosa la pasión en la tribuna. Tan miserable la pasión en la cancha. Y México padecía. En extremo. Descoordinación e incoordinación absolutas.
"Hemos tenido seis entrenamientos estupendos", había dicho entusiasmado Juan Carlos Osorio en la víspera del juego ante Nueva Zelanda. La fascinación no llegó al Estadio Nissan hecho vibrar por mexicanos que satisfacían la histérica nostalgia de su desarraigo, con las limosnas de la cita.
Desorden. Pases errados. Dudas. Desatenciones. Desconfianza propia y en los compañeros. Los primeros 28 minutos sudaban ocre, agrio, a desaliento.
Nueva Zelanda apostaba por el máximo esfuerzo en el menor terreno. Y aún así, a los 15 minutos José de Jesús Corona detenía el veneno en un disparo de los All Whites.
Llega el gol. De manera accidental. Jair Marrufo -como siempre-- obsequia un penalti --¿cuántos más Marrufo?--, en una jugada en la que se atropella de enjundia el mismo Chucky Lozano.
La casa manda. Y el de casa manda. Marrufo invita a Giovani dos Santos al manchón de la impunidad. Gio cobra magníficamente engañando al arquero. 1-0, minuto 28.
El gol trajo aliento al Tri y trastorno a los oceánicos, que eligen el amontonamiento del 7-1-2, pero sin curarse por izquierda, donde Lozano seguía encontrando una avenida de libertades absolutas.
La afición recurre a la catarsis de su nostalgia. La ola empieza a rendir homenaje a si misma en la tribuna del Estadio Nissan, mientras que la diversión a costillas del arquero Stefan Marinovic seguía con la alfombra homofóbica del "eeeeeeeehhh...".
Y DESPUÉS... TAN POCO Y TAMPOCO
Regresando al segundo tiempo, Nueva Zelanda se sorprende y sorprende. Se sorprende ante la obstinación de errores de Hugo Ayala. Primero entrega el balón en su terreno, y después no cierra al pase al área chica, en el que aparece Marco Rojas barriendo y empujando ante el rostro asustado de Corona. 1-1.
La mejor jugada del partido llegaría a los 56 minutos. Fabián-Oribe-Fabián. La fórmula que deja a Marquito prácticamente para fusilar desde el manchón penal. Con la calma de la intrascendencia del rival y del juego mismo, marca el 2-1.
Vendría después la marea de cambios. Por ambos equipos. Síntoma inequívoco de que Marrufo podía haber terminado el partido, y seguramente nadie se hubiera encrespado.
Y así, en esa rotación de oportunidades o en el oportunismo de la rotación, y no habiendo nada que probar en la cancha, hasta los improbables seleccionados terminan siendo probados por Juan Carlos Osorio.