Univisión informa que Juan Carlos Osorio y el Tri no entendieron un partido simple y llano como el juego de Chile. Inventaron en el papel un duelo pasado por las bandas, lleno de habilidad en el que dominaban con trazos largos y se toparon con la realidad aplastante de un 7-0 en contra innegable que los echa de la Copa América Centenario.
Juan Carlos Osorio esperaba una batalla más física que futbolística con los ingresos desde el principio de Paul Aguilar y Jesús Dueñas en detrimento de jugadores más ligeros como Diego Reyes y más de toque como Rafael Márquez.
Puso a sus jugadores más habilidosos al mismo tiempo, Aguilar y Lozano por la derecha, Layún y Corona por la izquierda, abrió en exceso la cancha. En el medio campo, solo jugó con tres mediocampistas, Herrera, Dueñas y Guardado. Despobló, desplomó el mediocampo. Ese fue el irremediable pecado capital.
Dejó a sus anchas a Arturo Vidal, un jugador que lo mismo saca el mazo y reparte golpes a diestra y siniestra al rival, que tulipanes y rosas a sus compañeros.
Que se multiplica y marca el ritmo y la intensidad de Chile. Desde su zona se acuñó la victoria de Chile y la tragedia mexicana.
Porque el Tri salió inseguro con el plan de Osorio, nunca se vio convencido con o sin en balón y dejó ver sus inseguridades desde el principio. Nunca las recompuso, sino todo lo contrario, a lo largo de los minutos.
En una jugada largamente elaborada, Marcelo Díaz tiró de media distancia y Guillermo Ochoa rechazó para que Puch solo empujara el primero de la tarde. Una tarde -noche larga y aciaga para el Tri iniciaba.
Chile y Pizzi sin invenciones extrañas, jugaron a tener el balón y a protegerlo o ganarlo con intensidad. Amedrentando con y sin el balón.
México dio algún signo de pundonor a lo largo de la primera mitad, pero el corto circuito no era reparable. Era a gran escala.
A punto de finalizar el primer tiempo, aquello era irremediable y una defensa pasiva sin alma dejó pasar a Sánchez que dio a Vargas e hizo el segundo.
Osorio trató de recomponer en el medio tiempo con el ingreso de Peña y Jiménez, pero el espíritu había abandonado a México.
Lo dejó con un cascarón débil y sensible que se caía a pedazos.
Los errores se multiplicaron y fue como mirar una película de terror con protagonistas sin maquillaje y hundidos en el abismo. Incapaces de salir de él.
Luego Eduardo Vargas hizo cuatro goles, Alexis Sánchez uno y Puch uno más para concluir la tragedia mexicana. Una pesadilla histórica que difícilmente se olvidará pronto.