Conozco a José Juan Espinosa desde hace mucho tiempo. Siempre me ha parecido un tipo astuto y osado, con grandes reflejos políticos y que no pocas veces ha debido navegar contra la corriente para salir bien librado de la apuesta de la vida.
No ha sido la nuestra una relación tersa. Hemos tenido coincidencias pero también varias diferencias que, por fortuna, hemos sabido resolver en el bendito marco de la inteligencia.
Lo he criticado (en su cara) a la vez que le he reconocido (también de frente) méritos que no veo en otros políticos de su generación.
A veces creo que se pasa de protagonista. Que le ganan los reflectores. Y que actúa por impulsos. Pero también creo que tiene futuro, mucho futuro, en las serpientes y escaleras de la política.
Más de una vez he tratado de entenderlo. De traducirlo. Pero esta vez francamente me declaro incompetente.
Y es que hoy comprender al famoso diputado y dirigente estatal de Convergencia está –como se dice vulgarmente- “en chino”.
Un día hace una cosa y al otro anda buscando parar las broncas.
Un día está de buenas y al siguiente se pone a echar rayos y centellas.
En los últimos meses su carácter se ha vuelto más irascible que de costumbre.
Y no he podido preguntarle por qué (desde noviembre no lo veo).
Sólo dispongo de algunos datos y de algunos elementos de análisis para tratar de explicar al inexplicable José Juan, mi amigo.
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Cuentan que hace unas semanas andaba por Tlaola, en la Sierra Norte, y sus seres queridos lo estaban buscando con verdadera urgencia porque al negocio familiar en Cholula –una llantera- llegaron los sabuesos de la Secretaría de Hacienda presuntamente a hacer una revisión fiscal. Extraña revisión fiscal.
La noticia lo enojó muchísimo, pues, ya en la paranoia de sentirse perseguido, lo entendió como una amenaza más del régimen del que fue aliado y al que hoy ha decidido enfrentarse como enemigo porque sencillamente no le cumplieron lo prometido.
Me consta que durante los meses de la transición, José Juan fue uno de los hombres más cercanos a Rafael Moreno Valle.
Personalmente o vía Blackberry, le consultaban temas y le encargaban otros no menores; el diálogo era constante, cercano y fluido.
Fue un puente de plata, un observador privilegiado y un operador aventajado, volcado totalmente hacia las ideas y los proyectos del gobernador electo, quien incluso hablaba más con él que con el dirigente de su propio partido, el panista Juan Carlos Mondragón.
Fue también durante esos meses que José Juan empezó a resentir el costo de estar cerca del poder, que como el sol, mientras más lejos, mejor.
Viejas rencillas y nuevos rencores, alimentados principalmente por algunos miembros de la burbuja morenovallista, con Eukid Castañón a la cabeza, como parte de la natural disputa interna, lo fueron desgastando, y más que eso: alejando del epicentro del poder.
“Intriga que algo queda”, dicen, y dicen bien. (El nombre de José Juan está ligado a los que fueron y estuvieron pero ya no son ni serán: Cuauhtémoc Sánchez Osio, Violeta Lagunes, René Meza Cabrera y un largo etcétera).
A la hora de la hora, eso, y algunas imprudencias suyas y las obligadas negociaciones políticas de último momento con los grupos y las fuerzas que apoyaron la exitosa odisea de Compromiso por Puebla, terminaron por marginarlo de las posiciones legislativas que legítimamente ambicionaba: una de ellas, la poderosa presidencia de la Comisión Inspectora del Órgano de Fiscalización Superior del Congreso, que a la postre recaería en el PAN a través de Mario Riestra.
José Juan sintió que no fue valorado y peor: que se le mintió. En parte debido a que nadie tuvo la delicadeza de sentarse con él para explicarle que en política, antes del 2 va el 1, siempre, y que a veces, a veces, las prioridades… pues son las prioridades.
Fue entonces que producto de arrebatos y conclusiones apresuradas, el diputado se radicalizó.
¡Y de qué manera!
Consciente de que el grupo en el poder valora más la fortaleza que la debilidad de sus interlocutores políticos, subió de tono, modificó el modo, y estiró tanto la liga que terminó por romperla. Una noche se durmió como aliado y a la mañana siguiente ya era opositor. Como en una película de Tim Burton, dejó de ser niño –niño naranja- y se convirtió en dragón.
Y en ésas anda… Con la espada desenvainada y abriendo frentes sin ton ni son.
(¿Haría y diría lo mismo si le hubieran dado todo lo que pidió? ¿Si políticamente y en los hechos, por ejemplo, le hubieran reconocido más peso específico que al inefable e intrascendente Guillermo Aréchiga?).
En Casa Puebla han tomado nota y como no están ni mancos ni tullidos, han actuado en consecuencia.
Y es que de nadie, absolutamente de nadie, van a aceptar chantajes. Ni siquiera de los “amigos”.
Como diría uno de los hombres más cercanos a Moreno Valle: “¿Negociarías con terroristas?”.
Hoy, José Juan sabe que ha cruzado la línea y que es muy difícil regresar al punto de inicio.
Hoy, José Juan cantinflea con que su partido, Convergencia, rompe con el PAN pero no con (¿¿???) Moreno Valle.
Hoy, José Juan se siente el único y legítimo representante de la izquierda en Puebla aunque nadie lo haya nombrado.
Hoy, José Juan hace “alianzas” con el diputado del PT, Zeferino Martínez, porque su gurú y padrino, Dante Delgado, así se lo ha pedido en función del proyecto presidencial de Andrés Manuel López Obrador a través de la Fundación Encuentro, pero le niega, como titular del Comité de Administración del Congreso, una secretaria y un asesor.
Hoy, José Juan libra una lucha de egos mal resueltos –y pésimamente calibrados- con los jóvenes diputados del PAN, especialmente Mario Riestra.
Hoy, José Juan sabe que puede preservar “la dignidad” pero perder el partido que dirige (Luis Walton y Eukid Castañón ya operan todos los días, a toda hora, en ese sentido).
Hoy, José Juan sabe que ha caído del ánimo de su amigo, el gobernador, y que han regresado los tiempos, tiempos agridulces, en que Moreno Valle lo veía de arriba hacia abajo, con desprecio; vamos: como un empleado más de la Secretaría de Finanzas, dependencia donde incluso le abrieron un expediente por un falso robo.
Hoy, José Juan ha decidido enfrascarse en una guerra que sabe que no ganará, pero que según él lo hará sentir bien, valorado, recompensado, y que tal vez, en un golpe de suerte, lo catapulte al Congreso federal (quiere ser diputado).
Hoy, José Juan ha elegido militar del lado del “pueblo bueno” y su interminable lloriqueo que ve censuras, persecuciones y conjuras en todas partes.
Hoy, José Juan sabe que se ha quedado solo, que está solo y que a partir de ahora tendrá que caminar solo: solo, solo, solo, como diría el poeta.
Hoy, José Juan ha demostrado que a final de cuentas nada de nada sirvió y que no entendió el juego del poder, un juego denso, rudo y oscuro, de vida o muerte, y en el que invariablemente pierde el que se enoja.
Es decir:
El que se calienta, y peor: lo hace evidente.
¿O usted entiende a José Juan?
Yo tampoco.