No, Javier López Zavala nunca superará su condición de político aldeano, de ex candidato de ranchería. Así lo demuestra con su patético comportamiento de este fin de semana, en el que, como un seguidor más, un rostro perdido en la masa que asiste a los actos de Andrés Manuel López Obrador, se fue a seguirlo a Jilotepec, Veracruz, para pedirle un autógrafo, su firma en un libro, y así sacarse una foto con la que pudiera simular que hay un acercamiento entre ellos.
Nada es más falso y así lo han advertido los líderes estatales y nacionales de MORENA.
El chiapaneco que un día aspiró a Casa Puebla tuvo que abrirse paso entre los tumultos que lo rodean y poner su mejor sonrisa ante el ex candidato presidencial, quien muy posiblemente ni siquiera supo a quién daba el autógrafo.
López Zavala fue como un “pejezombie” más.
Se acercó al político tabasqueño como lo hace cualquier hijo de vecino, porque hay que reconocer que no hay un operativo que lo impida en torno al presidente del Movimiento Regeneración Nacional.
Ya lo dijo Gabriel Biestro, el presidente estatal de MORENA: no se negociará nada con quien fue el hijo putativo de Mario Marín, el “góber precioso”.
No hay instrucciones de ninguno de los 19 personajes del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) de MORENA para recibir a López Zavala.
Ninguno.
Tampoco hay interés en la dirigencia estatal de sentarse con él.
Biestro ni siquiera tiene pensado tomarse un café con quien está marcado por el sello de la corrupción, la ignorancia y la ambición desmedida de poder.
Al diputado federal Rodrigo Abdala, sobrino de Manuel Bartlett Díaz, le quedó claro este fin de semana que López Zavala está desesperado, urgido de reflectores.
Y que busca usar a MORENA para concretar el chantaje perfecto a su partido, el PRI, que, al estilo Carlos Salinas, ni lo ve ni lo escucha pese a su bochornoso pataleo.
Los líderes de MORENA tienen bien diagnosticado el mal que aqueja al todavía priísta: desrealización.
Eso que los psiquiatras describen como “una alteración de la percepción o de la experiencia del mundo exterior del individuo de forma que aquel se presenta como extraño o irreal“.
López Zavala asegura que López Obrador lo invitó a ese mitin en Jilotepec, pero no presenta ninguna prueba de ello.
Abdala de plano aseguró que es absolutamente falsa esa aseveración del oriundo de Pijijiapan.
No, en MORENA nadie ha pedido a López Zavala que forme parte de sus filas.
Pobres quienes le creen.
Lo que busca el ex candidato a la gubernatura es chantajear.
A muchos les funciona, pero no se ve cómo le pueda salir a él exitosa esta jugada.
Y es que tampoco en el PRI lo quieren ya.
De López Zavala se han ido alejando todos.
Los colaboradores que antes recibían generosos cheques y le decían “licenciado, qué grande es usted”, ya no están.
Los amigos, compadres y comadres que antes lo invitaban a todo y que se desvivían en halagos para el marinista, ya no le llaman.
Muchos familiares incluso han preferido sacrificar su relación con él, para continuar la que tenían con su esposa, con quien hoy litiga un divorcio nada cordial.
López Zavala es pasado.
En algún momento del camino, “lo perdimos”.
O se perdió víctima de sí mismo.
No es ni la ceniza de lo que era cuando Mario Marín lo respaldaba.
Nunca tuvo de forma personal ninguna cualidad.
Sólo estuvo en el lugar y momento adecuado para convertirse en “delfín” del gobernador en turno.
Si sus cercanos lo veían hasta guapo, es porque eso convenía en los tiempos de abundancia.
Nunca hemos oído a López Zavala, de su ronco pecho, hacer propuestas de gobierno.
Jamás ha expresado un ideario político propio.
De ninguna manera ha planteado soluciones a alguno de los grandes problemas o rezagos de Puebla.
Ni siquiera logró consolidar un verdadero grupo político; hoy sólo se rodea de mercenarios de la política, auténticos busca chambas, ávidos de regresar a la nómina de alguna dependencia pública.
Ahora, para quienes aún lo dudaban, hizo tristemente burla de sí mismo, al querer aparentar que está cerca de AMLO.
Ni es ni será así.
El secretario de Gobernación y de Desarrollo Social de Mario Marín hoy es una caricatura.
Un “pejezombie”, uno más entre los cientos de miles que buscan tocar la mano -y arrancar una sonrisa- de su caudillo.
Por dignidad, por respeto, por un simple y mínimo sentido de la vergüenza, debería parar.
No es así como va a trascender.
Se está ganando un lugar en el basurero de la historia.