Los acontecimientos políticos de los últimos días tienen un contexto específico como telón de fondo: el morenovallismo expandió su “imperio” con el triunfo electoral casi absoluto del 2013, lo que, aunado al proyecto presidencial del gobernador poblano, ha convertido al reto del poder en un juego aún más peligroso.
Si ya se controlaba todo –poderes, partidos, órganos electorales, medios, etcétera-, al inventario morenovallista le fueron sumados el ayuntamiento del municipio más importante del estado –que estaba en manos de una facción de El Yunque- y el Congreso local, donde ahora cuentan con mayoría calificada.
Es algo inédito, tal vez, en la historia de Puebla: nunca un gobernador, en la época reciente, concentró tanto poder en tan pocas manos durante tanto tiempo.
Se vive, entonces, una especie de reacomodo del grupo, que enfrenta una nueva realidad y que encuentra dos momentos cruciales que también explican en parte lo que está pasando: el fin de la presidencia de la CONAGO y el proceso interno del PAN para elegir dirigencia, donde el mandatario estatal tiene un peso decisivo.
En otras palabras: el nuevo orden ha causado cierto descontrol y desconcierto pero sobre todo ha expuesto algo mucho más serio: de cara al 2018, que sigue presente como plan de vuelo, el morenovallismo y sus principales actores ya juegan un juego muy diferente, de otro envergadura, al de hasta hoy en la aldea.
Se trata ya de un reto de otro tamaño, mayúsculo, que se libra en una pista mayor y que implica, entre otras cosas, enemigos más agresivos, más osados, más resueltos y por tanto más peligrosos, que por necesidad ya actúan coordinadamente con el único objetivo de impedir que Rafael Moreno Valle se cuele a la carrera presidencial.
Oceanografía, el (obvio y predecible) endurecimiento del PRI, el caso Cánovas –por lo demás, un sujeto insostenible ante la torpeza y el cinismo de su comportamiento- y sobre todo los rifirrafes producto de la disputa entre las huestes de Gustavo Madero (el candidato del gobernador) y las de Ernesto Cordero, son parte de esos nuevos juegos de guerra que el morenovallismo ya enfrenta desde un ajedrez de alcance nacional.
No son casuales los errores ni tampoco los mísiles recibidos desde distintos frentes; son, eso sí, reflejo -y los primeros avisos- del enorme desafío que habrá de enfrentar el morenovallismo si de verdad el objetivo son Los Pinos.
Hasta donde se sabe, el morenovallismo tiene un análisis claro de lo que está pasando, del tamaño de sus nuevos enemigos y de la naturaleza de estas nuevas batallas; grave sería que no lo supieran.
Al expandir su reino y sufrir un reacomodo, el grupo en el poder ha sufrido una transición que sigue en proceso. De ahí que deberá cerrar filas, sacudirse inercias, reorganizarse, atender de inmediato los focos rojos y empezar a vislumbrar el futuro, más allá del resultado en la interna panista.
El morenovallismo debe pensar en lo que resta del sexenio, y en el 2016, y por supuesto en el 2018, pero sobre todo, de manera especialísima, en el séptimo año, el más difícil de un gobernador.
De hecho, no estaría de más ampliar el método Cánovas y deshacerse de los agentes nocivos, que más estorban que lo que ayudan.
A partir de hoy, los enemigos ya no son invisibles, las agresiones ya no son disfrazadas, los blancos ya no son los convencionales y los cuernos de la bestia están ahí, listos para hacer daño al primer descuido.
Ya esto es en serio.
Ya no son meros ejercicios de entrenamiento.
Son los juegos verdaderos, los juegos de guerra.