Como si no tuviera otras ocupaciones más urgentes e importantes dada su alta responsabilidad como subsecretario de Prospectiva, Planeación y Evaluación de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) del gobierno federal, a Juan Carlos Lastiri Quirós le entró de repente un gran amor por Puebla, su estado de origen.
De hecho, esta semana inició una serie de giras por diversas regiones de la entidad.
¿El pretexto?
“Capacitar” a presidentes municipales electos en el manejo de los recursos del Ramo 33.
Este lunes estuvo en Izúcar de Matamoros y este martes hará lo propio en Tehuacán.
Sólo es el preámbulo de otras visitas a otros importantes sitios de la entidad en los siguientes meses.
No es extraño, como tampoco que en todas sus reuniones y encuentros con los alcaldes electos, Lastiri hable del Futuro con mayúsculas.
Y es que alguien lo ha convencido de que tiene todo, y todo es todo, para pelear por la gubernatura de Puebla en 2018, y si no, por lo menos por la minigubernatura del 2016.
Al borde del delito electoral, Lastiri ha empezado a armar sus bases de apoyo y a construir su estructura.
Para ello no duda en usar recursos e infraestructura de la Sedesol –seguramente con el consentimiento de la secretaria Rosario Robles- y en comportarse, a tono con la temporada, como cualquier Santa Claus de centro comercial, sólo que él no ofrece juguetes ni dulces a los niños, sino la gestión de jugosos fondos públicos a los ediles electos mediante el Fondo de Aportaciones para la Infraestructura Social, mejor conocido como FAIS, a cambio de respaldo a su proyecto político personal.
Aunque parece demasiado pronto para abrir su juego, no lo es tanto. Apadrinado por el poderoso oficial mayor de la secretaría de Gobernación, Jorge Márquez Montes, el subsecretario de la Sedesol está nervioso, muy nervioso por una poderosa razón: se sabe en desventaja respecto a otros aspirantes del PRI al 2018, como Blanca Alcalá, Javier López Zavala, Jorge Estefan Chidiac y Enrique Doger, más calificados y más competitivos.
Y es que a pesar de que ha sido secretario de Desarrollo Social con su maestro Mario Marín, alcalde de Zacatlán, diputado local y federal, y dirigente estatal del PRI, Lastiri presenta porcentajes de conocimiento y confianza verdaderamente ridículos, más cercanos a un político principiante que a alguien que ya se ve viviendo y saltando por los jardines de Casa Puebla.
A finales de noviembre de este año, Lastiri dispuso, de la noche a la mañana, de una donación de 41 mil latas de atún para el Banco de Alimentos que maneja la Iglesia católica, acción que pensó le ganaría adeptos y le redituaría en aplausos, fanfarrias y primeras planas.
No fue así y entonces se inventó el curso de capacitación denominado “Impacto de las reformas a la Ley de Coordinación Fiscal para la Orientación de los Fondos del Ramo 33”, lo que cree le permitirá recorrer el estado para cumplir sus fines electoreros.
Curiosamente su gran “preocupación” por capacitar en el manejo de los recursos públicos federales destinados al combate a la pobreza sólo se ha concentrado en Puebla; no en Sinaloa, no en Jalisco, no en Michoacán, etcétera, donde también hay carencias e ignorancias. No, su tema es Puebla, los alcaldes de Puebla, y por eso ha iniciado una campaña que piensa discreta pero que ya va siendo muy visible y dejando registro en propios y extraños.
Hace algunos meses, antes de los comicios de este 2013, la Sedesol se metió en un problemón cuando algunos de sus delegados fueron sorprendidos metiendo las manos en asuntos electorales. El asunto provocó un terremoto en el Pacto por México y la cabeza de la secretaria, la ex perredista Rosario Robles, estuvo a punto de rodar por los suelos.
Pero la crisis pasó y ahora hay en la dependencia a cargo de la Cruzada Nacional contra el Hambre quien se cree inmune -e impune- y que piensa que puede seguir haciendo política a la antigüita, al más puro y viejo estilo priísta, lucrando con las necesidades y carencias de los que menos tienen y haciendo uso del aparato oficial.
Ése es Juan Carlos Lastiri, ya obsesionado con el 2016-2018. ¿O me equivoco?