Más que las denuncias civiles contra un grupo de periodistas, lo realmente importante es el momento en que el gobernador de Puebla decidió presentarlas para defender su mancillada honra: ¿por qué ahora?
Rafael Moreno Valle Rosas se encuentra en un momento clave de su proyecto transexenal de poder.
Busca gobernar por 12 o 18 años, por lo menos, en una suerte de moderno Maximato Tropical, y para ello necesita realizar ajustes en el modelo que busca implantar antes de que el PRI regrese a Los Pinos y empiecen a operar los conocidos candados de la Presidencia Imperial.
Si bien surge de un deseo real personal de venganza, y la venganza de la soberbia –que no es sólo el mayor pecado sino la raíz misma del pecado-, la andanada contra reporteros, columnistas y directivos de medios forma parte más bien de una cortina de humo que intenta tapar, u ocultar por completo, lo que está pasando tras bambalinas: la instauración de un nuevo caudillismo, beneficiario indiscutible del desequilibrio entre el régimen que se va y el que todavía no llega.
Moreno Valle ha terminado por apoderarse de los pilares que soportan el sistema político poblano, a través de una serie de manotazos de corte absolutista, y con ello se ha garantizado lo que ninguno de sus antecesores: tener en sus manos el poder más allá de los seis años para los cuales fue electo constitucionalmente.
Sometidos por la vía del dinero o del terror los poderes Legislativo y Judicial, los organismos de derechos humanos, los partidos políticos, los sindicatos, la TV y la radio, las Iglesias, los empresarios, los municipios, etcétera, esta semana el gobernador del “cambio”, el mismo que prometió hacerlo diferente que Mario Marín, terminó por cerrar su círculo perfecto:
Se hizo por fin del Instituto Electoral del Estado, convirtiéndolo en una dependencia más del gobierno; se garantizó el manejo discrecional del presupuesto, apenas sin revisiones de fondo, gracias al blindaje que por 14 años se otorgó al titular de la nueva Auditoría Superior del Estado –antes Órgano de Fiscalización Superior-, y se pavimentó el camino para terminar de apagar cualquier voz disidente al seno de la Comisión para el Acceso a la Información Pública, una muy molesta piedra en el zapato hasta hoy.
Es eso, más allá de las acciones civiles emprendidas contra un sector de la prensa –a la que en su mayoría no logró someter mediante el boicot publicitario y comercial-, lo verdaderamente escandaloso y lo contundentemente grotesco:
La impunidad de un gobernador que se siente predestinado a prevalecer hasta dos décadas –o más, si se puede- como cabeza de su propio cártel político y que para ello se aprovecha de la total ausencia de controles o autocontroles y de instancias capaces de generar contrapesos y de compensar, así, su poder absoluto.
Intimidar a los medios mostrando el garrote jurídico de la difamación y la calumnia argumentando reales o supuestos excesos en el ejercicio del periodismo y la libertad de expresión, justo en el día en que los empleados del Ejecutivo (los diputados) lo ayudan con total cinismo a apoderarse del organismo encargado de arbitrar las elecciones locales, no es ninguna casualidad, sino una jugada típica de regímenes autoritarios, hoy reencarnados en los señores gobernadores –los nuevos virreyes- a través de las peores distorsiones del viejo –y más rancio-presidencialismo.
Rafael Moreno Valle –a quien ayer, además, por si algo faltara, el Tribunal Electoral del Estado le ratificó el registro de su partido político: Compromiso por Puebla- está logrando lo que Manuel Bartlett, Melquiades Morales y sobre todo Mario Marín intentaron pero no consiguieron.
Si bien es cierto que, de acuerdo con el poeta Paul Ambroise Valéry, el poder sin el abuso pierde su encanto, aquí ya se han extraviado el decoro y la forma, y se ha llegado a extremos peligrosos.
Más que la lucha de David contra Goliat, el circo –maroma y teatro- montado por el gobierno estatal contra una veintena de periodistas está siendo observado, y diseccionado, más allá de nuestra aldea, y a la postre traerá consecuencias negativas para quien sueña con la Presidencia de la República pero, paradójicamente, haciendo en su estado lo que los presidentes –al menos desde Ernesto Zedillo- ya no pueden hacer con la nación porque el costo es elevado.
El Maximato Morenovallista que se busca instaurar en Puebla tiene su base en el control total, por el medio que sea y el costo que sea, de los otros poderes formalmente establecidos; en el sometimiento de las voces críticas, cualquiera que sea su tono, modo y origen; en la cooptación y compra de las conciencias, y especialmente en la masificación del miedo.
Un sentimiento que se busca provocar y que, estoy seguro, no ha anidado –ni anidará- en el gremio periodístico local, que enfrentará las demandas y todo lo que venga como ha encarado el amargo tránsito de este sexenio: con dignidad.