Si hubiera que hacer un comparativo local para entender el absoluto desastre que es la campaña de Josefina Vázquez Mota, habría que remitirse, sin exagerar, al tiempo en que el poblano Antonio Sánchez Díaz de Rivera, aliado y actual asesor por cierto de la candidata del PAN a la Presidencia, compitió por la alcaldía de Puebla.
Y es que lo que hoy le pasa a ella, le pasó a él en 2007, guardando las proporciones pero con una asombrosa exactitud: las pifias constantes, los desaciertos en logística, las declaraciones desafortunadas, los sucesos fuera de control, la división interna y la falta de planeación, estrategia y control de daños, lo llevaron al final a una de las derrotas electorales más dolorosas, y contundentes, que los panistas recuerden.
Sí. Lejos del fanatismo que suele rodear a los simpatizantes de los aspirantes a Los Pinos, y que se expresa grotescamente minuto a minuto a través de las redes sociales, la verdad es que Josefina –“La Diferente”- empezó y continúa con el pie izquierdo.
El Estadio Azul, que se vació dramáticamente mientras la candidata daba su primer discurso como tal.
La ola de críticas al afirmar ante estudiantes del ITAM que: “Nadie es perfecto, estudié en la Ibero”.
La filtración de la llamada telefónica en donde afirma que es espiada por Alejandra Sota y Genaro García Luna y que éste, secretario de Seguridad Pública y uno de los hombres fuertes del presidente Felipe Calderón, prefiere grabarla a ella en lugar de al narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán.
El hombre que, en el primer día de campaña, se le plantó enfrente con una pancarta que decía: “Josefina, la UNAM no es un mounstro (sic) el mounstro (sic) es Fecal”.
La extravagante –por decir lo menos- “oferta” en Teziutlán, Puebla, para “fortalecer el lavado de dinero”, yerro asombrosamente sin rectificación a pesar de la gravedad del “pronunciamiento”.
El encuentro en el World Trade Center que tuvo que ser suspendido por la presencia de una docena de ex trabajadores de Mexicana de Aviación.
Los desafortunados –por oscuros, tibios, sin mensaje de fondo, producidos a la carrera- spots donde se le observa lenta y carente de ideas.
El mareo –casi desmayo- durante un foro de seguridad, que la exhibió como débil físicamente y sembró serias sospechas sobre su verdadero estado de salud.
El incidente en el restaurante de Tres Marías, en la carretera México-Cuernavaca, donde ni pudo terminar de comer sus quesadillas ante la enorme irritación de los comensales por la presencia ya no se sabe si de la aspirante o de los representantes de los medios de comunicación que cubren su campaña.
La patética difusión de una serie de fotos en las que peinada, perfectamente maquilada y sin una sola gota de sudor, se le ve haciendo ejercicio en un gimnasio, para demostrar supuestamente que ninguna enfermedad la aqueja.
Las contradicciones entre sus voceros oficiales: mientras ella repetía y repetía que está sana y fuerte, la poblana, candidata al Senado, Augusta Valentina Díaz de Rivera –pariente del aludido Toño Sánchez Díaz de Rivera-, aseguraba en twitter que sí, en efecto, Vázquez Mota sí está mal, pues sufre de presión baja.
Y la horrorosa –y penosa- errata en uno de sus boletines de prensa, fechando un despacho en el “estado” de “Tlazcala” (en realidad: Tlaxcala), que se saldó con el despido fulminante de la supuesta responsable, a ojos de todo mundo un mero chivo expiatorio: la periodista Karla Garduño, del área de Comunicación Social de la campaña de la ex secretaria de Educación Pública que, ahora se sabe, escribe con faltas de ortografía (ya antes un yerro en su equipo había adjudicado el Nobel de la Paz al escritor peruano Mario Vargas Llosa, quien sí es Premio Nobel pero de Literatura).
Sí, la interminable serie de errores debe abrumar a quien, en público, solo transmite tensión, nerviosismo y, sobre todo, desorden: es evidente que Josefina no tiene control de su campaña, nunca lo ha tenido, y es muy difícil que a tan pocos días de la elección, vaya a tenerlo al cien por ciento.
Para desgracia de los panistas que ven cómo Enrique Peña Nieto no sólo no deja de crecer en las encuestas –la ventaja de 16 puntos que llevaba parece haber aumentado y llegado en los últimos días a 23 o 24-, sino que nada literalmente lo despeina, la candidata del PAN ha marcado su campaña más por los tropiezos que por los aciertos.
Con dirigencias nacional (un Gustavo Madero que no es sino un estorbo) y estatal (un Juan Carlos Mondragón que prefiere pasar sus horas plácidamente acomodado bajo los rayos del sol en el Parque España II) débiles; con una significativa y preocupante ausencia de propuestas para un México verdaderamente diferente, y con la ominosa sombra de unos familiares (su esposo Sergio Ocampo y su hija Majo) que se meten donde no deben y toman decisiones que más corresponderían a su equipo de colaboradores, la campaña de Josefina se dirige hacia el despeñadero.
Lo cual no significa que la de Peña Nieto sea o haya sido perfecta; ocurre, sin embargo, que el priísta se ha apegado al manual, ha sido disciplinado, y como buen puntero, no ha evitado los errores: ha impedido que éstos trasciendan más allá de su bunker y que se apoderen del espíritu de su campaña.
Aunque todavía todo puede suceder, la panista no levanta y peor: no despierta ilusión ni esperanza en un electorado urgido de nuevas ideas. En el colmo, Josefina ni siquiera ha sido capaz de mostrarse como la candidata de la continuidad, bandera que incluso le ha arrebatado Peña Nieto al ofrecer que mantendrá programas o decisiones de Felipe Calderón, como Oportunidades o la presencia del Ejército en las calles. ¡Vaya paradoja!
La crisis en la campaña panista provocó que este lunes, tras horas y horas de evaluación, Vázquez Mota anunciara lo que definió como un “golpe de timón”, que en los hechos se resume en la incorporación a su equipo de algunos personajes apagafuegos –como Ernesto Cordero, Max Cortázar, Germán Martínez y Juan Ignacio Zavala-, pero más cercanos a Felipe Calderón que a la propia candidata, sin que quede claro ahora cuál será el nuevo rol de algunos de sus operadores de confianza, como Roberto Gil Zuarth, quien al menos en el papel se venía desempeñando como coordinador (o más bien: descoordinador) general de la campaña.
“Debo reconocer que es tiempo de redoblar los esfuerzos para ganar. Hemos tenido menos tiempo que otros para prepararnos. Perdimos tiempo y nos distrajimos en cuestiones francamente secundarias. Pero esas cuestiones han quedado en el pasado… He tomado decisiones importantes, he decidido dar un golpe de timón”, dijo la aspirante del blanquiazul.
Pero tal vez sea demasiado tarde, pues la impresión es que ante el desastre, el presidente Calderón decidió entrar al rescate y optó por imponerle a su gente, lo que la ubica como una candidata manipulable, débil, sin brújula, que no es dueña ni siquiera de sus propias decisiones.
En Puebla, por ejemplo, no se sabe cuál es el trabajo que están realizando sus seguidores, si es que alguno realizan, y hay una total y absoluta apatía por establecer canales de comunicación con medios y periodistas, por lo que la oportunidad para difundir el mensaje y el esfuerzo de la candidata se reduce a cero. Si hay un coordinador estatal de la campaña, Josefina es la única que lo sabe.
Falta poco, demasiado poco, y los siguientes 15 días serán decisivos para saber si la candidata del PAN -¿diferente?, ¿dónde?, ¿en qué?- se hunde por completo como el Titanic o logra reponerse y salvarse, revirtiendo la generalizada, extendida percepción de que “este arroz ya se coció” y de que el regreso del PRI a Los Pinos es inminente –y evidente-.
Si Josefina Vázquez Mota no arriesga, si no innova, si no propone, si no corrige, si no pone orden; en suma: si no hace la campaña que todo mundo esperaba, la derrota le espera, y a la vuelta de la esquina.
Tal como le pasó hace casi cinco años aquí en Puebla a Antonio Sánchez Díaz de Rivera, y por las mismas razones.