Arturo Luna Silva
A la fecha, y tras la debacle del domingo 4 de julio, son por lo menos tres los grupos que soterrada pero enérgicamente se están disputando con todo la dirigencia estatal del PRI.
El primero es, obviamente, el de Mario Marín, dueño todavía del balón y que busca aprovechar sus últimos meses al frente del poder para imponer a Javier López Zavala al frente del ex partidazo, en sustitución de otro de sus pupilos: Alejandro Armenta. La intentona, empero, no ha caído nada bien en no pocos priístas que ven esta situación como un nuevo error del gobernador. Lo menos que dicen es que sería grotesco. Tanto como si en el 2000, tras perder la Presidencia de la República, Francisco Labastida hubiese quedado a cargo del CEN del PRI. En contraste, los impulsores de esta idea argumentan que tienen todo el derecho, pues ahí están los 883 mil votos alcanzados por López Zavala. Hay que decir que entre los opositores se encuentran incluso algunos de los aliados del malogrado candidato de la alianza “Puebla Avanza”, que están dispuestos a romper lanzas con el actual grupo en el poder e impedir una nueva imposición.
El segundo grupo en pos del PRI estatal está encabezado por el ex rector y ex edil de Puebla Enrique Doger. Enemigo jurado de Mario Marín y amigo de saliva de López Zavala, por más que hayan simulado la paz durante la campaña, Doger es de los que piensan que el tricolor requiere urgentemente una cirugía mayor y, por tanto, una refundación “sin concesiones”. Futuro diputado estatal plurinominal y con estupenda interlocución con Rafael Moreno Valle, Doger empieza a mover sus piezas para, primero, impedir que un zavalista puro, como José Luis Márquez, se haga de la coordinación del PRI en el Congreso y, después, para evitar que López Zavala se quede al frente del partido, tarea que sabe no será nada fácil. Hasta el momento ha guardado discreción y caminado con pies de plomo, pero no tardará en enseñar las uñas, sobre todo si logra concretar los amarres adecuados con su amiga, la dirigente nacional del PRI, Beatriz Paredes, quien coincide con él y otros priístas en que el marinismo debería hacerse a un lado para dar paso a una nueva generación de políticos poblanos que pueda, tal vez en 2012, recuperar algo de lo perdido.
Y el tercer grupo es el del ex diputado federal Jorge Estefan Chidiac, con fortalezas importantes a nivel nacional y local, como Emilio Gamboa, líder de la CNOP y quien aspira a relevar en su momento a Beatriz Paredes, y la alcaldesa Blanca Alcalá, a quien no le desagrada la idea de entrar al rescate del PRI estatal, aunque en este momento, por obvias razones, no pueda expresarlo tan abiertamente como quisiera. Aunque fue aliado de López Zavala durante la campaña, y tal vez uno de los más coherentes y valientes, Jorge Estefan no está casado de ninguna manera con el marinismo, que en muchos aspectos sigue ciego y soberbio a pesar del batazo en la cabeza que se llevó el 4 de julio. Jorge Estefan se asume como el verdadero representante en Puebla del gobernador mexiquense y fuerte aspirante presidencial, Enrique Peña Nieto, del que ciertamente es cercano y quien simpatizaría con el proyecto de poner a un cuadro como Blanca Alcalá al frente del PRI estatal. La hipótesis cobra fuerza ante versiones de distanciamiento entre Marín y Peña Nieto desde la campaña, sobre todo desde que éste, cuando estuvo en Puebla, lanzó un premonitorio “no se confíen (en las encuestas)”, que no cayó nada bien en Marín y compañía. Aunque la madrugada del 5 de julio Peña Nieto se comunicó por teléfono con López Zavala para darle sus condolencias y decirle que el PRI, a pesar de su derrota, lo necesita para el 2012, la verdad es que también es de los que creen que el PRI poblano requiere una oxigenación urgente, sobre todo porque Puebla es y seguirá siendo clave para el regreso de los priístas a Los Pinos. Junto con Beatriz Paredes y otros referentes nacionales del PRI, la intervención de Peña Nieto podría ser clave para lograr que este grupo, el grupo de Jorge Estefan, se salga con la suya, sobre todo si en el camino encuentra aliados poderosos como Melquiades Morales o el propio Doger, capaz de cualquier cosa, hasta pactar con el diablo, con tal de ver por fin la jubilación permanente del marinismo.