Nadie con mirada crítica puede suponer que el Presidente de la República se mantendrá como mero espectador en 2024, en la gran elección que también definirá su propia sucesión. La mano que mueve los hilos desde Palacio Nacional no solamente acomoda las piezas en su partido, sino también en el sistema político entero del país. Para el caso de Puebla, la decisión con mucha seguridad aún no está tomada, porque primero deberá definirse la estrategia.
Las tendencias sobre las dos gubernaturas que están en juego en este año parecieran delatar un pacto.
El lopezobradorismo se queda con el Estado de México y al PRI se le permite mantener Coahuila.
Los tiempos de la concertacesión se asoman muy vigentes.
Los reacomodos en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que han fortalecido a la dirigencia nacional que encabeza a Alejandro Moreno Cárdenas, también llevan sutilmente el sello de casa.
La defenestración de Miguel Ángel Osorio Chong como coordinador de los senadores del tricolor, da la impresión que conviene a todos.
Menos a él.
Incluso a Palacio Nacional.
“No tenemos nosotros nada que ver en esto… No nos metemos”, dijo el Presidente en su conferencia mañanera sobre la caída del ex secretario de Gobernación del peñismo.
Yo tampoco le creo.
El PRI de Alito Moreno es más que dócil al régimen, aunque tiene sus desplantes para disimular.
Conviene que siga así.
En 2024, además de la Presidencia de la República estarán en juego nueve gubernaturas.
Puebla entre ellas.
Andrés Manuel López Obrador no ha sido claro -todavía- sobre sus afectos respecto de la candidatura a la gubernatura poblana.
Guarda su carta aún en la indefinición.
La esconde en su ronco pecho.
El dedo divino, el dedo de oro, su dedo, aún no señala a nadie.
Todos y todas, por tanto, siguen en la jugada: desde Alejandro Armenta e Ignacio Mier hasta Julio Huerta, Olivia Salomón, Rodrigo Abdala y hasta la impresentable Claudia Rivera por increíble que parezca.
Da la impresión de que más que preocuparse en una carta específica, el Presidente busca todavía definir una estrategia electoral para esas nueve gubernaturas, incluida Puebla.
Para ello, lo que ocurra en este 2023 es definitorio.
Como le he dicho antes, la ventaja con que Delfina Gómez gane en el Estado de México y el tamaño del boquete que deje la derrota de Morena en Coahuila, como casos hipotéticos, definirán la ruta de 2024.
Otro elemento que deja ver la mano del Presidente es el retiro de Movimiento Ciudadano (MC) de la contienda mexiquense.
La ausencia de ese partido beneficia directamente a la candidata morenista.
Como ya hemos dicho, MC juega a ser esquirol.
Podría repetirlo en la elección presidencial y también en las gubernaturas.
Aunque la marca del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) sigue muy fuerte en todo el país, hay matices, dependiendo de quién será el candidato o candidata a la Presidencia.
Todos dan por sentado que será Claudia Sheinbaum.
Pero podría no ocurrir así.
Nadie puede en este momento descartar a Marcelo Ebrard.
El canciller está en su papel.
Hasta se le ve buen ánimo.
En una entrevista muy reciente con Joaquín López-Dóriga, dijo que no tiene dudas de que será el próximo Presidente.
Tampoco hay que ignorar al “hermano” del Presidente, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López.
Eso, todo eso, en todo caso, moverá todos los escenarios estatales.
Claro que son hipótesis.
Lo concreto aparecerá en cifras y rutas a partir del 5 de junio.
Un día después de las jornadas electorales del Estado de México y de Coahuila, se tendrá más claridad respecto de la estrategia que pueda perfilar López Obrador para 2024.
Comenzará a despejarse ese principio de incertidumbre que rodea todas las actividades políticas.
Lo cierto es que Andrés Manuel López Obrador quiere votos.
Muchos, muchos votos.
Más de los 30 millones que consiguió él en 2018.
Quiere aplastar, desaparecer -si ello es posible- a la “oposición” y sus patéticos representantes.
El año 2024 es el refrendo de su proyecto político, que para él tiene alcances trascendentales y que es su obra de vida.
No va a poner en riesgo el tabasqueño su sitio en la historia nacional.
Ni su futuro como factótum del poder en el país.
Por eso nadie puede suponer que será un simple espectador.
O que se limitará a tirar línea y a descalificar a la oposición desde sus mañaneras.
No.
La mano -el dedo de oro- del Presidente va a estar muy presente.
Por supuesto en su partido.
Pero también en todos los demás.