La batalla interna por la dirigencia estatal del Partido Acción Nacional (PAN), que tendrá su clímax y definición en noviembre, camina solamente entre dos grupos y una coyuntura para los panistas poblanos: apostar a la continuidad, con la actual presidenta del CDE, Genoveva Huerta Villegas, o dar un golpe de timón hacia la renovación, con Marcos Castro Martínez, alfil del equipo del alcalde electo de Puebla capital, Eduardo Rivera Pérez.
Por encima de los nombres, esa es la disyuntiva real para los militantes del albiazul poblano.
Hay otros que han levantado la mano, como el diputado local electo Rafael Micalco Méndez y el ex secretario general, Francisco Fraile García.
Lo de Fraile es patético: pide democracia, pero hace apenas unos meses pretendía una imposición, para ser el candidato en San Andrés Cholula.
La “aspiración” de ellos debe verse como un amago.
El viejo juego de entran para ver qué sacan y qué negocian.
Los panistas que asumen con seriedad la contienda y que no levitan por sus triunfos y su buena suerte, advierten que no se debe subestimar a Genoveva Huerta.
Saben también que, a pesar de que ella tiene el control de buena parte del proceso de renovación, como presidencia del CDE, se le puede ganar, “sin ninguna duda”, si hay inclusión.
Si se logra construir un bloque sólido que la enfrente.
Un frente común anti Genoveva.
El Talón de Aquiles, evidente y sensible de la actual dirigente, es el desgaste que tiene.
Abrumador, luego de la contienda del 6 de junio.
La animadversión de los inconformes que se quedaron sin candidaturas.
Pero también de quienes, a pesar de tener candidaturas, se quedaron sin apoyo.
Porque no es un secreto que hubo preferidos.
Que su relación tan cercana con Néstor Camarillo Medina, el presidente del PRI-Puebla, no gustó.
Tampoco que, en ciertos municipios y distritos, pareciera que más que aliados, Néstor y Genoveva fueron cómplices.
Ahí están los resultados para quien pueda leerlos a detalle en una radiografía.
Tampoco gusta en el panismo su diálogo con el gobernador Miguel Barbosa Huerta.
Muy pronto se le acabó a Genoveva la naturaleza beligerante como cabeza de la primera fuerza opositora.
Se ve como si la hubieran doblado muy fácilmente.
Parecen amigos, ahora.
Encima, los resultados electorales, desde una óptica general, no fueron buenos.
Todo eso no gusta a un sector importante y amplio del panismo de cepa.
El de las familias custodia.
El del orgullo del origen.
Por el otro lado, está el grupo de Eduardo Rivera Pérez, el alcalde capitalino electo, que opera aparentemente de bajo perfil.
Pero que tiene como alfil a Marcos Castro Martínez como alfil.
De lealtad probada, porque fue funcionario en la administración de Lalo.
Pero ya muchos en el PAN comenzaron a ver con recelo a ese equipo.
Los ven “sobrados”.
Soberbios.
Levitando.
Como si por el triunfo del 6 de junio ya fuera Rivera Pérez el líder moral del panismo poblano.
Se equivocan, aseguran, porque ese triunfo en las urnas tuvo muchísimos elementos.
Más de un artífice.
En este pleito por la dirigencia local, el presidente del CEN, Marko Cortés Mendoza, no va a inclinar la balanza.
Él tiene su propia elección.
También en noviembre.
Y va a arrasar a nivel nacional.
Tiene el actual presidente nacional panista el aval de la mayoría de los gobernadores.
En todas las dirigencias estatales están sus afines.
Lo respalda 90 por ciento de las bancadas en Senado de la República y la Cámara de Diputados.
Nadie le hace competencia.
Hace tres años, cuando intentó enfrentarlo, el hoy difunto Rafael Moreno Valle no pudo derrotarlo.
Ahora no hay nadie que siquiera le haga sombra.
Aquí en Puebla, Marko tiene a todos los grupos de su lado.
Ese es un compromiso previo que se ha respetado.
Por eso va a dejar correr libre la sucesión estatal.
Las circunstancias llevan, ahora sí, al piso parejo.
Y la disyuntiva sigue siendo única.
Seguir o renovar.
Sabremos en noviembre.