Tanto ha abusado la presidenta estatal del PAN, Genoveva Huerta Villegas, del discurso de “inclusión” y “unidad”, que ha terminado creyéndose el papel de “árbitro” de los acuerdos internos, a pesar de que en realidad es juez y parte, víctima y verdugo, de su propia opereta, la que ya no convence a nadie.
El domingo, en su conferencia virtual, aseguró que busca la “inclusión” en la planilla de regidores, que postulará la alianza del PRI, PAN y PRD.
A eso atribuye los desencuentros.
Así justifica el retraso en la definición y el anuncio de que Eduardo Rivera, y nadie más, será el candidato de esa alianza en Puebla capital.
Eso dice dentro y fuera del PAN.
En público y en privado.
Se los dice a los panistas y a los priístas.
(Los perredistas, que tan poco aportan, son convidados de piedra en esta discusión).
La realidad es muy distinta y muchos lo notan.
Huerta Villegas, quien por cierto está con una curul federal plurinominal en la bolsa (¡qué incluyente y qué democrática!), pretende estirar la liga lo más posible.
Busca llevar la negociación de la alianza opositora al filo del abismo.
No hay ningún ánimo incluyente en su pretensión de poner, entre la espada y el precipicio, a Eduardo Rivera Pérez, al Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PAN y a las dirigencias estatales del PRI y del PRD.
Este miércoles, en la sede panista de Avenida Coyoacán, en la Colonia del Valle de la Ciudad de México, nuevamente habrá una reunión que buscará acuerdos internos.
Otra vez el diputado federal Armando Tejeda Cid, secretario de Elecciones, él sí, fungirá como árbitro de la intentona de Genoveva de arrebatar posiciones, y la postura de Lalo de buscar una planilla de regidores equilibrada, que le garantice la gobernabilidad.
Y es que la dirigente poblana está muy lejos de vestir la casaca de “mediadora”, como ella se autonombró.
Es un discurso que ya no convence ni a sus escasos seguidores.
Lo suyo es la obsesión de poder.
Desmedida.
Hoy, con la posición de dirigente que ejerce con abrumador abuso burocrático, tiene el poder formal, pero no el liderazgo del panismo poblano.
Pero también se aferra, para tratar de asirse a un último resquicio.
Uno que le permita sobrevivir unos años más, con el presupuesto que ya se acostumbró a recibir.
Qué lamentable que camine al filo de las prácticas anquilosas, para poner a los suyos con el pretexto de “dar cabida a todas las expresiones”.
En su opereta, lleva su papel ambivalente al límite: es juez y parte.
Pretende ser verdugo pero, con decisiones equivocadas y caprichos, lo único que está logrando es pavimentar la derrota del PAN y sus aliados en la próxima elección.