A pesar de que se ha intensificado la cultura de la denuncia, las opciones de protección, el trabajo institucional y la visibilización del problema, la violencia contra las mujeres ha venido creciendo y se ha agudizado en sus expresiones. El feminicidio, su más grave manifestación, crece cada año y deja una sociedad rota, hogares que desde la tragedia quedan ausentes de madres, hijas, hermanas… El tema es responsabilidad de todos, no solamente de los gobiernos.
En abril de 2019 se declaró la Alerta de Género para 50 municipios del estado de Puebla, incluido la capital.
Sin embargo, el año pasado cerró con 85 probables feminicidios.
Lo “probable” no está propiamente en el número de homicidios, que están evidentes en cada terrible tragedia de hogares que han quedado destruidos, sino en la tipificación del delito, en cada caso.
Con la especificación de feminicidios, el año pasado cerró con 55, así reconocidos.
Fue una cifra que rompió el promedio desde 2015.
Las cifras varían de acuerdo con la institución o la organización que las reporta, pero en este 2020 el crecimiento ya es innegable.
El Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP) informó que, de enero a octubre de este año, fueron asesinadas en la entidad 114 mujeres, aunque en la tipificación 45 son los reconocidos como feminicidios.
Eso no debe llevar en ningún caso a un matiz.
La demanda de justicia debe ser para todas ellas.
En tanto, el Observatorio de Violencia de Género de la Universidad Iberoamericana de Puebla reporta 57 feminicidios en lo que va del año en el estado.
Cada dos semanas hay un caso de búsqueda o desaparición.
Muchos terminan con la terrible noticia de un asesinato.
Eso, a pesar de la Alerta de Género, que se supone genera condiciones institucionales para combatir la violencia contra las mujeres en todos los casos: feminicidios, acoso, homicidios dolosos, lesiones, trata de personas, entre otros.
Pero no todo es culpa de los gobiernos.
En medida de sus capacidades y capacitación, con más acierto unos sobre otros, se están realizando acciones.
Hay también mucha responsabilidad en todos nosotros.
En casa.
En la vida cotidiana.
En la siembra de valores, que luego cosechan comportamientos.
La esencia de problema es cómo estamos educando a nuestra sociedad y a los hombres.
Los tiempos requieren contundencia desde el hogar.
Dejar de normalizar las expresiones de violencia.
Por minúsculas que parezcan.
Hay un grave y muy negativo desfase entre el avance hacia una sociedad más equilibrada, que se ha venido dando con la toma de conciencia, y la exacerbación de la violencia contra la mujer, que sigue ocurriendo sin freno.
E incrementándose.
La educación y la conciencia, que suponíamos como primeros antídotos, no están funcionando.
O no lo suficiente.
Muchos hombres hoy tenemos más sentido de la paridad y el trato equitativo hacia ellas, pero los crímenes contra las mujeres se han endurecido.
Y no es un tema de estratos.
Ocurre por igual en círculos con niveles académicos y de poder adquisitivo altos, que en la pobreza.
Este 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Que la fecha nos lleve a la reflexión.
Es tarea de todos hallar la forma de crear una mejor sociedad.
Detener las tragedias.
Que no haya ni una menos.
Que cesen estas dolorosas ausencias.