El protagonismo de Andrés Manuel López Obrador, además de patológico, es inconmensurable. Desde su visión de sí mismo y del país, al presidente lo incomodan, porque le estorban, la pandemia del COVID-19, los feminicidios, la violencia y todo aquello que le regatee relevancia.
Por eso no entiende que un solo muerto por coronavirus, cuyo deceso se hubiera podido evitar, son muchos muertos, y que frivoliza un tema tan doloroso al tratar de presumir que en México la pandemia no ha pegado tan duro como en EU, España, Italia o Brasil.
Insensible, cero empático, es incapaz de ver que son demasiados los 14 mil decesos de los reportes oficiales, porque cada uno es una tragedia.
Una fatalidad que se quintuplicó en un mes, entre mayo y junio.
Sin embargo, el tabasqueño terquea en sus conferencias matutinas y en sus mensajes.
Minimiza las cifras.
La indecorosa comparación, a su modo y con su sesgo, con Europa y Estados Unidos, le sirve para menospreciar la tragedia nacional, que tanto le estorba.
Obstaculiza sus planes, opaca -pensará- el “brillo” de su Cuarta Transformación.
Por ello, se enoja y pierde perspectiva.
Se ciega en la furia que contiene, cuando los medios reportan la realidad o los reporteros la cotejan en su cara.
Le pasó el 1 de junio, cuando hizo el ridículo en Quintana Roo, intentando culpar al diario Reforma de mentir, cuando la evidencia mostró lo contrario.
A veces, López Obrador parece un infante irascible.
Es él, sus deseos y sus urgencias.
Lo demás poco importa, ni siquiera para aparentar humanismo.
Desde su cosmovisión, la pandemia no pesa, porque no existe suficientemente, porque no la dimensiona correctamente.
De acuerdo con el Modelo Centinela, México rebasó desde hace unos días el millón de posibles contagios.
En su gabinete, tres funcionarios han dado positivo, apenas días después de estar a su lado y sin medidas de precaución.
Irma Eréndira Sandoval, secretaria de la Función Pública (SFP), en abril.
El titular de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), Ricardo Sheffield, en la primera semana de mayo.
Este domingo, el director general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), Zoé Robledo, anunció que está enfermo.
Esas tres ocasiones al menos, el COVID ha rondado muy de cerca a López Obrador.
Este lunes, además el tabasqueño dijo que no se hará la prueba porque no tiene síntomas.
¡No sabe que hay asintomáticos!
El presidente está incómodo.
Enojado con las circunstancias.
La pandemia ya no la ve como “como anillo al dedo”.
Le estorba.
Porque, desde su insensibilidad, le roba reflectores.
Y la ineptitud con la que ha manejado la crisis, le resta popularidad: el único objetivo de su exacerbado egocentrismo.
Por eso para él es más importante hacer una gira sin sentido para dar el banderazo a un tren, que poner el ejemplo a los mexicanos guardando el debido confinamiento.
Ayer volvió a decir que la gente ya debe salir de sus casas, contradiciendo declaraciones previas en sentido contrario.
¿Se dará cuenta de cuántas muertes por COVID-19 podrían evitarse si el Presidente tomara el tema con la debida seriedad?
¿Algún día entenderá que una muerte, son muchas muertes?
Yo ya no tengo dudas: como a todos sus antecesores, la historia lo pondrá en su justo lugar.
Un lugar que no será precisamente el que él imagina.