Burlas, memes y toda clase de críticas e ironías generó la “nueva” imagen institucional del ayuntamiento de Puebla que el pasado martes presentó la alcaldesa electa Claudia Rivera Vivanco.
Hubo acusaciones de plagio, de falta de originalidad, de obvia simpleza y peor: de ausencia de transparencia en el “concurso” del que supuestamente surgió el proyecto ganador que se hizo merecedor de un premio de 30 mil pesos (al parecer uno de los tres brillantes autores del diseño escogido es militante, sí, ¡de Morena!, el partido de la presidenta municipal que habla de “inclusión” y “apertura”).
Se dijo, y con mucha razón, que extraña y contradictoriamente se utilizó un símbolo religioso –la Catedral- para identificar a un gobierno de izquierda, el primero en la historia Puebla capital, y que, como lo hicieron en su momento las administraciones del PRI o el PAN, se pintó el imagotipo con el color de un partido político: marrón, el mismo color, sí, ¡de Morena!…
No hubo cambio –ni en la forma ni en el fondo- y no se cumplió con la expectativa que, con más buena intención que estrategia, Claudia Rivera esperaba.
Lo más grave, sin embargo, no es la “nueva” imagen institucional en sí, pues se trata, en todo caso, de un tema subjetivo y así como no puede gustar a muchos, muchos más pueden estar de acuerdo con la misma (aunque honestamente no sé cómo suceda esto último porque hay casi unanimidad en calificarla de “fea”, “ridícula” y hasta “nefasta”).
El problema va más allá de un simple imagotipo y las reacciones que este haya o no generado.
Lo verdaderamente significativo es que Claudia Rivera vivió su primera crisis, antes incluso de tomar posesión del cargo para el cual fue electa, y ni ella ni su equipo supieron cómo reaccionar o qué hacer, de entrada, ante la avalancha de críticas.
En tiempos de comunicación horizontal y bidireccional, se quedaron callados, como si en las redes sociales y en los medios tradicionales no se estuviera destrozando –literalmente- el desafortunado diseño.
Alguien pensó que con un simple boletín, en el que simplemente se informaba del resultado del “concurso abierto a los ciudadanos” para crear la “nueva” imagen institucional del ayuntamiento, se daba por saldado el tema.
Obviamente no fue así, como se vio, y lo que se exhibió fue novatez, improvisación, desconocimiento, inexperiencia y hasta ingenuidad en un equipo que en unos días más estará al frente de la cuarta ciudad más importante del país, una ciudad tan grande, y tan compleja, como sus problemas.
Quizá Claudia Rivera, cada vez más debilitada al interior de su partido por cortesía de sus muchos enemigos internos, ya se dio cuenta que una cosa es ser oposición y hacer campaña con las banderas y el fácil discurso de la oposición, y otra muy diferente ser cabeza de gobierno y tener que tomar decisiones que van a ser juzgadas por ciudadanos que estos tiempos no están muy dispuestos a esperar más tiempo por soluciones, sencillamente porque la paciencia ya se les agotó.
Algo pasa con Claudia Rivera y su equipo que no acaban de cuajar.
Esta misma semana metió reversa a su promesa de reducir salarios a los funcionarios municipales y nadie ha explicado por qué. Solo se sabe que el recorte se hará en todo caso en el rubro de compensaciones. Tampoco se ha dicho por qué ya se echó para atrás la “ideota” de municipalizar servicios como el de alumbrado público y de limpia, todo un despropósito por donde se le vea.
Los muy oportunistas y ambiciosos organismos empresariales (el CCE y el COE), que ya olieron debilidad y confusión, la están presionando fuerte y de múltiples formas para que designe a sus recomendados en secretarías de importancia y nadie sale en su defensa. Hay una guerra tras bambalinas entre el CCE y el COE desde que a Claudia Rivera se le ocurrió pedirles hacer propuestas para su gabinete y el costo de dicha guerra ella lo terminará pagando.
Líderes morenistas ligados a Luis Miguel Barbosa y Gabriel Biestro insisten en sembrarle a sus incondicionales en posiciones estratégicas de su gobierno y nadie les pone un alto (al parecer ya lograron que David Méndez Márquez, hijo de la regidora electa Rosa Márquez, reciba como premio la Secretaría de Infraestructura, según dicen los voceros de Morena).
Alejandro Cañedo y Gustavo Ariza han sido invitados a seguir como secretario de Turismo y director de Protección Civil municipales, respectivamente, pero ninguno de los dos, curados de espanto, ha dicho que sí a la invitación porque advierten el desorden y la inexperiencia que priva en el equipo de la futura presidenta municipal y no quieren ser parte del desastre.
El gabinete de Claudia Rivera sigue siendo un completo misterio (se insiste en que una mujer con quién sabe qué credenciales será la secretaria de Seguridad Pública y Tránsito) y el contacto con los regidores del PAN y PRI ha sido mínimo, por lo que aún no hay definición en cómo van a quedar las comisiones del Cabildo que entrará en funciones el 15 de octubre.
No, no hay mucho tiempo para una curva de aprendizaje, y mucho menos en el más importante de todos los temas: la seguridad.
Ahí está, por ejemplo, la exigencia que ya le ha hecho el rector de la BUAP, Alfonso Esparza Ortiz, para que una vez que asuma el cargo refuerce la seguridad y aumente la coordinación con la máxima casa de estudios para frenar los robos y otros delitos que han sufridos alumnos y académicos de prácticamente todas las facultades de esa institución.
En resumen: ojalá Claudia Rivera, por el bien de la ciudad de Puebla, tome lo mejor de ésta, su primera crisis y que sirva a ella y a sus colaboradores para sacar provecho a este, digamos, golpe de realidad, para ordenar la casa, para entender que no es ni será fácil y para arrancar de la mejor forma una administración de la que se espera mucho pero que puede decepcionar en menos de lo que canta un gallo.
Sin duda el bono democrático que se obtuvo en las urnas el pasado 1 de julio es muy, muy grande, pero también podría ser grande, muy grande, el fracaso producto de la improvisación, las ocurrencias, el desorden, la falta de comunicación y la inexperiencia.