Las elecciones internas del PRD del próximo 7 de septiembre no son ni el principio ni el fin de ese partido; tampoco tienen que ver con una redefinición sobre su filosofía política; mucho menos son para corregir su rumbo o trazar una nueva ruta sobre su quehacer partidario dentro de la llamada “izquierda” mexicana. Son, en esencia, un proceso pragmático, en el que todas las corrientes, tribus, grupos y grupitos participan para pelear espacios de poder y control dentro de un partido electorero, usurero, convenenciero y prostituido por las candidaturas y el dinero.