Pero tal vez la peor catástrofe vivida por el PRI en este 2013 tuvo lugar en Puebla capital, donde las expectativas del partido a nivel nacional y local estaban en lo más alto y desde ahí, desde muy arriba, cayó. Cayó y el golpe fue durísimo, tanto que pasará mucho tiempo antes de que el tricolor logre recuperarse.
Veamos:
En la búsqueda de la candidatura a la presidencia municipal de Puebla, aparecieron fuertemente dos nombres con elementos de competir para ganar: Enrique Doger Guerrero y Enrique Agüera Ibáñez. Sin embargo, un grupo pretendió impulsar a un empresario poco conocido en el medio político pero con gran cercanía con el presidente Peña Nieto: José Chedraui Budib.
Enrique Doger Guerrero, diputado federal por el distrito 6, había ganado la única demarcación política de la capital para el PRI en las recientes elecciones, mientras que en los tres distritos restantes el tricolor se fue hasta el tercer lugar.
Fue rector de la BUAP y en su administración se consolidó como una de las mejores instituciones del país. Posteriormente, en 2004 fue candidato a presidente municipal de la ciudad de Puebla y posteriormente buscó la candidatura a gobernador por el PRI en 2010; sin embargo, el entonces mandatario, Mario Marín Torres, impuso al chiapaneco Javier López Zavala, quien perdió las en las urnas ante Rafael Moreno Valle.
De acuerdo con las encuestas previas a la gran decisión de cara al 7 de julio, el ex rector y ex presidente municipal Enrique Doger resultó ser el más conocido, en tanto que Agüera Ibáñez se colocó como el aspirante con mejor intención de voto.
En el 2012, Agüera, rector de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, fue mencionado con mucha insistencia como precandidato a senador por el PRI; sin embargo, a última hora, tras la ruptura de la alianza entre el PRI y el Panal, tomó la decisión de no ir en la segunda fórmula junto con Blanca Alcalá.
Tuvo de su lado las obras de infraestructura como el Complejo Cultural Universitario, la Biblioteca Central, o el Estadio Universitario; los reconocimientos como el Premio a la Excelencia Académica por tres años consecutivos y las certificaciones por parte de tres de las calificadoras más importantes en materia financiera que no fueron explotadas acertadamente.
Desde tiempo atrás, en su persona pesaban muchas sospechas respecto al incremento de su fortuna desde su llegada a la rectoría y gastos superfluos como la colección de caballos de pura sangre, helicóptero, dueño de universidades privadas, hoteles, propiedades en México y en el extranjero.
De origen modesto nacido en Poza Rica, Veracruz, Enrique Agüera se alineó rápidamente con el gobernador Mario Marín Torres, a grado tal que incluso lo hizo su compadre y se apostó con todo por su candidato, Javier López Zavala. Al triunfo de Rafael Moreno Valle buscó, por todos los medios, congraciarse con el nuevo mandatario, y lo consiguió.
Agüera le apostó al gabinete de Enrique Peña Nieto, oferta que empero nunca llegó.
Un tercer personaje fue José Chedraui Budib, del sector empresarial, sin equipo ni mayor experiencia en la política, y con su única fortaleza en su relación personal con Enrique Peña Nieto.
José Chedraui se dejó llevar por grupos como los de Jorge Estefan Chidiac y la propia Blanca Alcalá Ruiz, pero nunca terminó por ser conocido entre los priistas y menos entre los poblanos. De acuerdo con las mediciones, el PRI correría demasiado riesgo con él como candidato, por su falta de arraigo. Por ello no fue el abanderado, por más amigo del presidente.
Fue el entonces rector de la BUAP quien se adelantó en la carrera e inició, literalmente, la compra de grupos menores del priísmo para que comenzaran a pronunciarse por él como candidato a la presidencia municipal de Puebla. Se inventaron asociaciones y membretes para que se sumaran a la cargada. Mucho dinero corrió debajo del puente para seguir manteniendo vivo el mito del Agüera ganador, popular y excepcional.
Además, emprendió una serie de publicaciones de encuestas en donde lo colocaban como el político priista mejor posicionado, por encima de Enrique Doger Guerrero. Sin embargo, sólo medían la popularidad y nunca se hicieron las valoraciones ponderadas, es decir, qué tanto podrían afectar los negativos que traería tras su inminente salida de la BUAP. El tiempo reflejaría que su candidatura no era tan competitiva como se decía y que cometió un error al abandonar la universidad, donde había hecho un buen papel.
Enrique Agüera utilizó a varios personajes nacionales para convencer a César Camacho Quiroz de que él, no Doger ni Chedraui, sería la mejor opción y su principal aliada fue la secretaria general del CEN del PRI, Ivonne Ortega, la misma que a mitad de la campaña dejaría tirada por varias semanas las campañas debido al nacimiento de su hijo.
Doger Guerrero fue el único de los aspirantes que se mantuvo institucional, porque tanto Agüera como Chedraui incrementaron su presencia mediática a través de espectaculares y entrevistas en medios.
Finalmente, el PRI se definió por Enrique Agüera Ibáñez y éste inició la conformación de su equipo de campaña con gente de su confianza, pero con un pleno, absoluto desconocimiento de la política priísta.
Y rápido llegó el primer error: designó como coordinador de campaña a Jaime Alcántara Silva, un auténtico cartucho quemado y quien causó mucho escozor entre los priistas por su relación con el gobernador Rafael Moreno Valle Rosas.
Político de medio pelo, el ex diputado federal Alcántara fue secretario adjunto a la presidencia del CEN del PRI durante el periodo de Beatriz Paredes Rangel, la mejor amiga priista del mandatario estatal. Incluso la esposa de Alcántara Silva, María Elena Torres Machorro, fue empleada del gobierno morenovallista: Juez del Segundo Juzgado Registro Civil, de junio a diciembre de 2011; directora del Registro del Estado Civil, del 15 de diciembre de 2011 al 16 de julio de 2012; y Directora de Asistencia Jurídica del Sistema DIF estatal, de julio de 2012 a mayo del 2013.
Alcántara Silva y Fernando Moreno Peña fueron secretarios generales adjuntos de Beatriz Paredes en los tiempos que la tlaxcalteca presidió el Comité Ejecutivo Nacional.
En medio de la tormenta que ya se avecinaba, surgió otro elemento de inconformidad entre la militancia priísta: la auto designación de las diputaciones plurinominales para los dirigentes del PRI y PVEM, Pablo Fernández y Juan Carlos Natale, al colocarse en los lugares 1 y 3 de la lista, lo que para algunos analistas de medios fue considerado como una señal de que ni ellos mismos creían en el triunfo de su propia alianza.
Entre la fecha en que el CEN del PRI designó a Enrique Agüera como candidato a la presidencia municipal hasta el inicio formal de la campaña, hubo un periodo superior a un mes para la integración de su planilla de regidores, que estuvo plagada de “juniors”, hijos de empresarios que no aportaron nada al proyecto priísta.
Ya en plena campaña, la imagen de Agüera y su mensaje nunca terminaron por definirse, entre otras cosas porque la cambió al menos en cinco ocasiones. La penosa campaña de “Se escribe con Ü”, en la que el candidato propagó palabras como: füturo, següridad, süeldos y Püebla, nunca fue entendida por los ciudadanos y resultó severamente criticada por tratarse de una obvia, e imperdonable, aberración del lenguaje.
El experto en campañas políticas Darío Mendoza —quien fuera asesor de personajes como el ex presidente Vicente Fox y la primera dama Martha Sahagún— criticó esta estrategia al señalar que: “La “Ü” de Agüera sería buena campaña si el posicionamiento del candidato fuera hacia abajo, si Agüera no fuera conocido”.
De un momento a otro, el abanderado de la alianza 5 de Mayo pasó de “buenos resultados”, “porque tú mereces más”, “se escribe con Ü”, “déjame hacer por Puebla lo que hice por la universidad”, hasta cerrar con “tú mereces ganar más”. Cinco mensajes distintos, inconexos y que sólo sembraron confusión sobre el verdadero mensaje que se pretendía mandar al electorado.
Peor tantito: a media campaña, la mitad de la cual se pasó aislando a los medios de comunicación y sin ninguna operación con directores, jefes de información y columnistas de influencia, la alianza 5 de Mayo generó una serie de encuestas apócrifas en las que Enrique Agüera obtenía un mejor posicionamiento que su adversario; sin embargo, los estudios demoscópicos supuestamente realizados por El Universal, Grupo Impacto Inteligente 360 y la firma Pop Research, desmintieron personalmente las publicaciones, dejando en ridículo al candidato.
Como ya se ha dicho aquí: la campaña de Enrique Agüera se presentó con una serie de desatinos en organización, en comunicación y en estrategia.
En resumidas cuentas, el candidato de la alianza 5 de Mayo nunca entendió que su verdadero enemigo no era Gali, sino Moreno Valle, al que el candidato no tocó ni con el pétalo de una rosa. Sólo mostró miedo hacia él y hacia el presidente municipal de Puebla de extracción panista, Eduardo Rivera, a quien tampoco criticó en ningún momento.
El eje de la campaña no sólo era el tema de la creciente inseguridad en la capital del estado, sino que hubo una ausencia de imaginación para convertir el sentimiento antimorenovallista, en movimiento social tal como los panistas lo hicieron en el pasado con el rechazo a Mario Marín Torres.
Sólo una semana antes de la conclusión de las actividades proselitistas se lanzó una campaña de contraste cuestionando las principales obras del gobernador, pero fue demasiado tarde.
De acuerdo con integrantes de la campaña, a Agüera le invadió un sentimiento de abandono del gobierno federal, porque esperaba el dinero federal y el gran golpe mediático, legal y político contra Moreno Valle o contra alguno de sus más importantes operadores, como Eukid Castañón, pero tal golpe nunca llegó, y la desesperación empezó a ocupar todos los espacios de su cuartel general.
Nuevamente Rafael Moreno Valle fue minimizado por el PRI como en el pasado. No ha perdido una desde hace muchos años y buscó en todo momento seguir con su racha ganadora para garantizar la supervivencia de su grupo, la continuidad de su proyecto, la salvaguarda de sus intereses y aliados, y seguir, claro, con todos, todos los hilos del poder en el estado, con el Congreso incluido.
Moreno Valle convenció a su ex secretario General de Gobierno y cuñado, Fernando Manzanilla Prieto, de hacer a un lado sus intereses personales y coordinar la campaña de Tony Gali Fayad, quien se encargó de poner orden, coherencia, estrategia y supervisión.
Enrique Agüera nunca se desvinculó de la marca PRI ni ciudadanizó su campaña ni la convirtió en un movimiento social, sino sólo en un acto de fe. Tampoco se deslindó públicamente de Mario Marín, su compadre.
Sus asesores hicieron a un lado sus atributos académicos que se reflejaron en las encuestas como un rector trabajador, capaz y con visión.
Mientras eso ocurría, la dirigencia priista terminaba de fracturar a las bases y de destruir al tricolor como marca competitiva.
En el camino se llevaron entre las patas a Enrique Agüera y a todo su proyecto de instaurar un nuevo grupo hegemónico al interior del PRI.
El sueño, sueño fue, y muy, muy amargo el despertar la tarde-noche del 7 de julio, cuando el tren morenovallista ya había pasado y el PRI se quedaba con la peor derrota en su historia reciente, una derrota producto de malos dirigentes, imposiciones de candidatos, falta de sensibilidad política para retener a sus liderazgos regionales, venta de candidaturas y marginación de grupos.
Es decir, precisamente todo lo que no se tiene que hacer en una elección, una elección tan decisiva como la de este 2013.