El PRI es de los priístas, de nadie más, y como patrimonio de los priístas, no se aceptarán injerencias externas ni posturas abyectas. Nunca más.
Tal es, en síntesis, el mensaje de fondo enviado por Enrique Peña Nieto con el sorpresivo, por inesperado, arribo de Pablo Fernández del Campo como dirigente del PRI en el estado de Puebla, en sustitución del renunciado Fernando Morales Martínez.
Se trata, en efecto, de la primera gran decisión del hombre que el próximo sábado 1 de diciembre se convertirá en presidente constitucional de México y que, así, empieza a hacer sentir su influencia en los asuntos regionales de su partido de cara a los procesos electorales que en 2013 celebrarán 14 estados del país, incluido por supuesto Puebla.
Peña Nieto entiende que el PRI no puede seguir siendo manejado desde Casa Puebla y que sólo un partido renovado, unido y fuerte logrará competir con éxito en los comicios del próximo año, cuando los poblanos elegirán alcaldes y diputados para un periodo de 4 años y 8 meses por primera y única vez.
Puebla es una pieza estratégica dentro del gran tablero nacional del poder y ha quedado claro que desde esa perspectiva se le mirará desde Los Pinos.
Joven pero con experiencia, que ha conocido triunfos y derrotas –la más reciente este año al intentar llegar a San Lázaro- y que se ha formado a base de esfuerzo y talento, Pablo Fernández del Campo representa una auténtica bocanada de oxígeno para un partido que había extraviado la brújula y que se había convertido en una mera caricatura al entregarse a los brazos del gobernador Rafael Moreno Valle, olvidando su papel de partido de oposición y su misión histórica de servir de contrapeso y de freno de contención a aquel que los sacó del poder en 2010.
El nuevo dirigente del PRI en Puebla fue uno de los más críticos del triste desempeño de Fernando Morales. De hecho, fue de los pocos que sin temores, ante el mismísimo Pedro Joaquín Coldwell, alzó la voz para denunciar lo que estaba sucediendo en su partido, devastado política, financiera y hasta moralmente.
También fue de los pocos que nunca dejó de condenar la abyecta actuación de los diputados locales del PRI al avalar todas y cada una de las decisiones o imposiciones de Moreno Valle, a quien le permitieron realizar una redistritación electoral completamente desfavorable para los intereses del Revolucionario Institucional y, por si fuera poco, apoderarse de los organismos electorales (Instituto y Tribunal) que realizarán y normarán la contienda de 2013.
Eso empezará a cambiar a partir de la era encabezada por Fernández del Campo, el cual, empero, no lo tendrá fácil.
De hecho, son varias las tareas que el nuevo dirigente tendrá que empezar a realizar en el corto plazo. Entre ellas:
Anteponer los intereses del partido sobre los intereses de grupo.
Garantizar la unidad de la militancia dando espacio y voz a todas las corrientes, incluyendo los saldos del melquiadismo, del marinismo y demás ismos.
Convertirse en un árbitro imparcial en la designación de candidatos a presidentes municipales y diputados locales.
Recomponer las saqueadas finanzas del Comité Directivo Estatal.
Defender el interés de los priístas de Puebla para que ocupen delegaciones federales en su estado, no en el norte del país, como algunos pretenden.
Y, sobre todo, mantener independencia absoluta respecto al gobernador Moreno Valle.
Sin duda, Pablo Fernández del Campo tendrá respaldo político y económico desde la capital de la República, pero eso será insuficiente si desperdicia la oportunidad de convertirse en el verdadero líder que el PRI no ha tenido en Puebla desde la derrota electoral de 2010.
Más allá del título de su cargo –Delegado Especial del CEN en funciones de Presidente del PRI en Puebla-, debe dar resultados y pronto.
La competida, difícil, elección local de 2013 será su prueba de fuego. Si la pasa, las puertas del cielo le serán abiertas. En caso contrario, lo que le espera será el cadalso.