Todos los días, por todos lados, surgen nuevas y más escandalosas evidencias de los, digamos, excesos presupuestales que se cometían en varias dependencias del gobierno del estado en el pasado sexenio, el sexenio marinista.
Uno de los casos recientes que ha sido documentado “con pelos y señales” por los auditores, y que en su momento causará el inicio de los correspondientes procesos administrativos, tiene que ver con el turismo.
En concreto con los antiguos encargados del sector, empezando por quien fungió como secretario, un señor de apellidos Bretón Ávalos y de nombre Juan José, y que se distinguió por ser una auténtica nulidad para posicionar nacional e internacionalmente a Puebla como un destino atractivo.
¿Qué hizo esta criatura del señor?
Pues casi nada:
Resulta que otorgó contratos o convenios millonarios a particulares fuera de los términos que establece la Ley de Adquisiciones, Arrendamientos y Servicios del Sector Público Estatal y Municipal.
Un ejemplo -entre otros- de esta verdadera cloaca es lo que sucedió con el fantasmal Buró de Convenciones, una dizque asociación civil a la cual Juan José Bretón Ávalos, por sus pistolas, regaló ¡8 millones 500 mil pesos! del erario.
Sí, regaló.
Nadie sabe (o al menos no existen registros) qué tipo de servicio prestó el mencionado Buró en beneficio de Puebla, pero sí que se le contrató de manera discrecional y que se le pagó con asombrosa puntualidad.
Pero no es el único ejemplo.
Hay varios más, entre ellos el caso de Tesoros de México.
O, por citar otro más, el extraño convenio celebrado el 4 de noviembre de 2010 (ya casi de salida el gobierno marinista) con Cineproducciones Internacionales S.A. de C.V. por la cantidad de ¡20 millones de pesos!
Dicho convenio no cumplió con las formalidades legales correspondientes y, para no variar, se firmó de forma discrecional.
A la fecha no hay noticia sobre el o los trabajos que realizó esta empresa ubicada en la colonia Portales del Distrito Federal (¿habrá filmado alguna película de terror con locaciones en Casa Aguayo?) y menos, mucho menos el obligado reporte de avance.
Es de llamar la atención que las decisiones de Bretón Ávalos se acercan peligrosamente a lo que la ley define como peculado.
Pero también que todos los particulares que cooptó o con los que hizo negocio con los recursos de los ciudadanos forman parte de los eternos grupos caciquiles de la industria turística de Puebla, conexas y anexas.
Verdaderos vividores del sector que como tales se beneficiaron y enriquecieron a costa del ya conocido latrocinio sexenal, y a cambio de respaldo político para Bretón Ávalos, uno de los peores secretarios que la memoria alcanza a recordar.
El mismo sujeto que hoy, tras bambalinas, se ha dedicado a lanzar a sus esbirros para tratar de boicotear cualquier iniciativa o proyecto en el sector turismo por parte del nuevo gobierno, el gobierno morenovallista, el cual por cierto no ha parado de pisar callos a través del actual secretario, Ángel Trauwitz Echeguren.
Esbirros que de un día para el otro, con el cambio de régimen, perdieron sus privilegios, se les fue el subsidio, y ahora no saben qué hacer para recuperarlos.
Una cosa es cierta: Juan José Bretón Ávalos dejó huellas de todos, todos los negocios que realizó al amparo del poder.
Y fueron tantos y tan burdos que ahora sí que como diría el clásico:
Para él, lo peor está por venir.
Al tiempo.