Arturo Luna Silva
El domingo en que cambió el futuro de Puebla hubo un personaje siniestro que, desde las cañerías de la política, hizo parte del trabajo sucio para Rafael Moreno Valle Rosas.
¿Su nombre?
Ludivino Mora Tejeda.
Director de Vialidad Estatal en tiempos de Melquiades Morales Flores, secretario de Seguridad Pública y de Gobernación con Enrique Doger Guerrero y, como tantos otros priístas, convertido al morenovallismo por obra y gracia de Mario Marín Torres.
Este individuo de dudosa biografía tuvo una sola misión a nombre y por encargo del hoy gobernador electo: defender con todo, en todo el estado, las casillas y los votos de la coalición “Compromiso por Puebla”.
Y con pies, puños y puñales, como en varios casos fue necesario ante los coletazos violentos de porros identificados con el PRI, especialmente hordas de mafiosos de la CTM y otros sindicatos charros.
Fuentes que no fallan dicen que para el 4 de julio Ludivino Mora organizó y echó a andar un comando de casi 4 mil golpeadores dispuestos a todo, y todo es todo, pero especialmente a evitar que se materializara el mayor temor de Moreno Valle: el robo masivo de urnas al estilo del empistolado Héctor Laug (inmortalizado por “Proceso”) y hechos de provocación y violencia que a la postre derivaran en la ruptura de la elección, y que sin duda hubiesen dado cuerpo jurídico a una anulación.
600 de ellos se distribuyeron en la capital y más de 3 mil actuaron en todo el estado desde las cuatro de la madrugada del domingo y hasta morir.
Cual “halcones” setenteros, los muchachos de Ludivino portaron siempre un distintivo que los identificó entre ellos mismos: una pulsera blanca en el brazo derecho. Eso sí: no portaban armas de fuego.
Sólo unos cuantos en el equipo de Moreno Valle, incluido por supuesto éste, estuvieron al tanto de la existencia y la misión de ese grupo que se vio y sintió, sobre todo, en Chietla, Huauchinango, Teziutlán, Tehuacán, Zacapoaxtla y la ciudad de Puebla.
Fue aquí, en la Angelópolis, donde su presencia se hizo más evidente. Un grupo de ellos tuvo que intervenir tras el ataque violento a la casa de campaña del candidato a diputado Jesús Zaldívar y para impedir la toma del war room de Moreno Valle en las inmediaciones del hotel Presidente Intercontinental, por parte de un contingente de porros cetemistas que usaron palos, piedras y lanzas, como documentó al medio día del domingo la mayoría de los medios de comunicación de Puebla.
Cuentan que Ludivino Mora nunca dejó el mando de este grupo que, pese a sus cuestionables métodos, resultaría clave para impedir que el PRI pudiese robarse la elección o reventar el proceso, como al menos una vez se planteó en el búnker de la alianza “Puebla Avanza” cuando los números empezaban a anunciar la debacle.
Varios de “los pulseras blancas” fueron, sí, detenidos en distintos puntos del estado. Según la PGJ, casi todos ya fueron liberados. A su modo son también “héroes” de la histórica jornada que terminaría con el fin del reinado de 80 años del Revolucionario Institucional en Puebla.
Detrás de ellos estuvo siempre su jefe, el oscuro Ludivino, con su cauda de complicidades y alianzas silenciosas, olorosas a traición, con no pocos jefes policiacos del estado que dijeron estar con Mario Marín pero en los hechos se la jugaron con Rafael Moreno Valle Rosas, incluso a la hora de los madrazos para defender voto por voto, casilla por casilla.