Pagar por respirar
Lesly Mellado May
Al inicio de los años 90 comenzó a popularizarse la venta de agua purificada en envases desechables.
Cursaba el bachillerato y cuando vimos al primer compañero con su botella de agua, mi amiga Dulce (hoy bióloga) soltó: “no compres el agua así, al rato te van a vender oxígeno embotellado y ¿se los vas a comprar?”. Todos reímos.
Treinta años después dejamos de reír y le dimos la razón a Dulce: hoy el coronavirus nos obliga a pagar por respirar.
Si bien los purificadores de aire y difusores de aceites esenciales para limpiar espacios cerrados hace rato que se usan, ahora ha salido al mercado un purificador de aire portátil para uso cotidiano.
Los ultramarinos posmodernos ya tienen el aparato a la venta. Una pequeña caja (que puedes atar a tu cuerpo) purifica el aire y lo manda por una manguera a una mascarilla que se sujeta al rostro; te garantizan que nada perjudicial entrara a tu cuerpo ¿debo creer que funciona?
Estamos en 2020 y me pregunto qué pasará en 2050: ¿nuestros hijos irán conectados a un tanque de oxígeno de manera permanente? o ¿les implantarán un dispositivo para filtrar el aire?
Andar por la vida con una mascarilla nunca fue nuestro sueño, ni siquiera sabemos si funcionan las que compramos. Una N95 puede costar de 20 a 900 pesos y hay estimaciones más extremas. La Cofepris no ha sido clara en esa materia, el IMSS ha publicado el tipo de mascarillas que sí garantizan protección pero que no están al alcance de la población en general.
Así que cada uno pone su fe en un paliacate o en una máscara que supera los 5 mil pesos y que tiene hasta bluetooth, sin que tengamos certeza de su capacidad para evitar que el COVID-19 ingrese a nuestro cuerpo.
Las guerras bacteriológicas que un día nos contaron ¿se hacen realidad?
Las escuelas llevan vacías casi 7 meses y debo qué debo decir a mi hijo: esto nunca volverá a pasar o vete acostumbrando porque cada día será más caro respirar.
De hecho, a sus siete años de edad ha vivido dos episodios en los que no ha tenido libertad de respirar. Varios días de mayo de 2019, el valle de México se cubrió con una densa nube de contaminación, la ciudad de Puebla se pintó de gris y tuvimos que cerrar puertas y ventanas. Ahora al igual que millones de niños, lleva siete meses sin acceso a espacios de socialización por el coronavirus.
Me pregunto qué pasará cuando llegue a los cincuenta años: contará esto como anécdota o que le tocó vivir el inicio de una época en la que se tiene que pagar por respirar.