Mujeres en el poder
Lesly Mellado May
Se llama Claudia, es hija de un matrimonio con dificultades económicas y lejano de las élites políticas y económicas, es feminista, “una mujer diversa del siglo XXI”, según ella misma se describió.
Se trata de la primera mujer que conducirá la alcaldía de Bogotá y que selló su triunfo electoral besando a su pareja Angélica. La foto es histórica en Colombia y los medios de comunicación se han volcado en ésta.
En México hace rato ya, en 1979, Griselda Álvarez Ponce de León se convirtió en la primera mujer gobernadora, en Colima. Es recordada como una feminista militante y enfocada en el ámbito educativo.
La segunda gobernadora fue Beatriz Paredes en Tlaxcala de 1987 a 1992. Si bien durante esos años, la vida privada no era alcanzada fácilmente por los medios de comunicación se hizo del dominio público que “tuvo que casarse” para cumplir con los requisitos de la época: los políticos deben estar matrimoniados, nada de soltería ni divorcio.
En 1998, el entonces Distrito Federal fue gobernado por primera vez por una mujer, Rosario Robles, quien terminó en el cadalso mediático por su relación amorosa y un entramado de corrupción con Carlos Ahumada. Hoy está encarcelada acusada de un desvío millonario de recursos de la administración federal.
En 2018, la primera gobernadora de Puebla, Martha Erika Alonso, murió a los 10 días de haber tomado posesión. El helicóptero en el que viajaba junto a su esposo y antecesor Rafael Moreno Valle se desplomó en Coronango y ahí dio fin la historia del matrimonio sin hijos que había logrado transferirse el cargo público.
En el caso de la ciudad de Puebla, la primera presidenta municipal fue Blanca Alcalá de 2008 a 2011, ganó contra todos los pronósticos y aunque para entonces ya tenía una larga carrera en la administración pública no logró zafarse del poderío del entonces gobernador Mario Marín Torres.
Álvarez, Paredes, Robles, Alonso, Alcalá e incluso Claudia López (la primera alcaldesa en Bogotá) tienen algo en común: cuando llegaron a dirigir ciudades y estados ya conocían y habían ejercido el poder, ya habían lidiado largo rato con la clase política aún machista, contaban con heridas de guerra y batallas ganadas.
Y es ahí donde radica el extravío de Claudia Rivera, pasó de coordinar encuestas a gobernar Puebla, uno de los municipios más poblados del país con problemas extremos de inseguridad, un sitio que va desde un páramo en San José Xacxamayo a un cúmulo de joyas arquitectónicas invadidas por ambulantes en el centro histórico. A eso debe sumarle el yugo político: nunca un gobernador había regañado y exhibido de tal manera a un presidente municipal en su informe de gobierno como lo hizo Miguel Barbosa con ella el pasado 14 de octubre.
Ha pasado un año en la alcaldía y nuestra Claudia que tenía todo para ser un hito (“a sus 36 años es la presidenta municipal más joven, es la primera proveniente de la sociedad civil, se identifica con las preocupaciones del feminismo, desde Morena como secretaria de Diversidad Sexual impulsó una agenda en contra de la discriminación y a favor de los derechos de las mujeres para decidir sobre sus propios cuerpos”) terminó refugiándose en el lugar común: “me critican porque soy mujer”.
Las mujeres deberían pasar a la historia por la forma de gobernar, por marcar una diferencia en cómo se ejerce el poder, por manejar programas sociales exitosos que reduzcan la pobreza sin distingo de sexo, por inspirar a las niñas y jóvenes a seguir sus historias de vida; no por ser las primeras en ocupar puestos, por su edad o por cómo condujeron su vida privada mientras gobernaban.