Trenzando un cordel dorado
Lesly Mellado May
La virgen María es muy cumplidora.
Sebastián le pidió que le ayudara a dejar la botella y lo hizo… al menos por unos días.
Tras andar de parranda una semana, Sebastián entró a uno de los templos de San Pedro Cholula. Iba a media nave cuando vio una escultura de la virgen María y corrió hacia ella como si se tratara de los brazos de su madre.
Le imploró que lo retirara de la bebida… ese día había dormido en una banqueta.
Fue tanto el fervor que sus rezos subieron de tono y se abrazó con todas sus fuerzas a las piernas de la virgen.
No faltó un alma piadosa y rezandera que gritó con voz tipluda: “¡Se roban a la virgen!”.
Sonaron las campanas y llegaron mayordomos, fiscales, policías y curiosos.
Sebastián recibió todo tipo de golpes, pero su fe mantenía atados sus brazos a la escultura que parecía danzar al ritmo de los guamazos.
La policía logró someterlo y poner a doña María otra vez en su nicho. A rastras sacaron a Sebastián del templo cholulteca.
Ya en la agencia del ministerio público, no sabían si creerle o no, si era de verdad un ladrón o un borracho muy creyente pero con muy mala suerte.
El médico legista confirmó que llevaba muchos días ebrio y que su versión podría ser cierta.
El abogado y una restauradora del Centro-INAH Puebla fueron a ver a Sebastián, quien les contó su historia: un pedimento a su madre celestial lo tenía tras las rejas.
Los trabajadores del instituto señalaron que los ladrones de arte no toman las esculturas para salir corriendo en medio de un rosario.
Sebastián estuvo un par de días detenido… la virgen María le cumplió… esos días no se pudo emborrachar.
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