Que eso no se dice, que eso no se hace…
Lesly Mellado May
Las mujeres mexicanas hemos crecido en un mundo en el que se incentiva la obediencia y el silencio por encima de la libertad.
En medio de esa tradición, un buen número de mujeres se han abierto paso para poder ejercer su derecho a decidir desde el oficio que desempeñan hasta formas no convencionales de relacionarse con sus parejas.
Pero mientras exista en México una sola mujer que sea amenazada, golpeada o discriminada, la tarea no estará completa.
El 25 de noviembre fue declarado por la ONU el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
Así que vale la pena revisar cómo hemos evolucionado y cómo estamos.
De acuerdo al Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género de la Cámara de Diputados federales, casi la mitad de las mujeres han sido violentadas en sus relaciones de pareja.
Los organismos internacionales consideran violencia contra las mujeres a los daños físicos, psicológicos, sexuales, económicos y patrimoniales que tienen el objetivo de intimidar y mostrar la fuerza que se puede ejercer para evitar perder el control y mantener el poder.
La Encuesta Nacional de la Dinámica de las Relaciones de los Hogares 2011 arrojó que la violencia en su mayoría es emocional, mientras que la física y la sexual van a la baja y la violencia económica se incrementa.
Aunque hay que acotar que estos datos son los declarados por las mujeres, y que todavía se mantiene la idea que la vergüenza es para quien recibe los golpes y no para quien los propina.
La entidad con mayores casos de violencia contra las mujeres es el Estado de México, mientras que Puebla ocupa el lugar número 6. Chiapas es el estado donde se registra el menor número de casos.
En el siglo XX las mujeres asumieron oficios y profesiones que ordinariamente eran para hombres, dejaron a un lado labores de asistencia para los varones y ocuparon puestos de mando.
Pero esta incursión no ha terminado de darse en igualdad, todavía la mitad de las mujeres que ocupan y hacen tareas iguales a las de los hombres reciben menos sueldo y prestaciones, y tienen menos oportunidades de ascender.
El 10% de las mujeres han padecido violencia por embarazo, han sido despedidas o bien fue reducido su salario a causa de la maternidad.
En México, la violencia familiar se hereda.
Las mujeres cuyas madres han sido violentadas tienen dificultades para resolver conflictos y se aferran a la creencia de que el poder es inherente al hombre y lo puede ejercer usando violencia, en tanto que lo femenino se caracteriza por la debilidad la dependencia y la sumisión frente al hombre.
Así que para 2 de cada 100 mujeres es normal que les provoquen moretones, hemorragias, desmayos, abortos o partos prematuros, cortadas, quemaduras, pérdida de dientes, o que vayan a parar al hospital.
Alrededor del 10% de las mujeres pide permiso u opinión a su pareja, esposo o novio, para tener amistades, trabajar o incluso ejercer su voto en elecciones constitucionales.
17 de cada 100 está de acuerdo en que la esposa debe obedecer en todo a su marido, y el 40% en que es el hombre quien debe proporcionar dinero para todos los gastos de la casa.
En lo que se ha evolucionado es en el cuidado de los hijos, hoy prácticamente todas las mujeres consideran que es una responsabilidad compartida.
Las mujeres mayores de 60 años, quizá son las más vulnerables, pues padecen varios tipos de violencia en una edad en la que menos posibilidades tienen de defenderse.
Les dejan de hablar, las abandonan, insultan, ofenden, les dejan de dar dinero, las amenazan con correrlas o sacarlas de la casa, las golpean, les hacen sentir o les dicen que son un estorbo, no las cuidan cuando se enferman, las ponen a realizar tareas para las que ya están imposibilitadas… les niegan ayuda cuando la necesitan.
Dicen que el que paga manda, y en el caso de las relaciones hombre-mujer se aplica:
40% de las mujeres depende económicamente de alguien, así que no disponen de dinero para gastarlo como mejor les plazca.
Las organizaciones mundiales consideran que la autonomía plena de las mujeres se da sólo cuando la capacidad de actuar y tomar decisiones se puede desplegar en libertad, de forma independiente de la voluntad y el poder de decisión de otros. Actuemos para conseguirlo.