Hijastras hermosas
Lesly Mellado May
Tere y Rosy están encogidas en la larga mesa familiar y no es para menos. Una muy bajita y la otra muy alta, acaban de escuchar que su madre se equivocó de semental, perdón, de padre. Y no están enojadas, las mueve a risa porque las palabras de Imelda han salido con tanta sinceridad y sin ánimo de ofender que no hay más que respirar hondo y carcajearse.
-Mamá, por qué no me dejaste casar con Mario, mis hijas hubieran salido bien bonitas, asestó Imelda.
En cualquier familia, la frase hubiera generado un profundo y condenatorio silencio; en esta, el compadre chismoso no dudó: “cuenta, cuenta…”
“Ay compadrito, es que vieras a las hijas de Mario. La verdad mis respetos. La primera, bueno, esa sí salió media trompudita porque se parece a la mamá, pero las otras dos… no, no, no… pero que bonitas”.
La mujer no se conformó con contar y abandonó su silla para actuar. Irguió su bien cuidado cuerpo de medio centenario para seguir describiendo a sus no hijas: “No sólo están bonitas y blancas, tienen cuerpazo y un porte que uno las ve y ni parecen hijas de su mamá. Son muy guapas, la verdad, en todo se parecen a Mario, bueno, menos la más grande que ya les dije que está trompudita”.
“El otro día me las encontré en el centro comercial, bueno era como pasarela de lo guapas que están, y además muy educadas y elegantes, porque además tienen muy buen gusto…”
Las carcajadas no se hicieron esperar. Imelda volteó hacia todos lados y no entendía la comicidad de sus palabras. Tere y Rosy sonreían diciendo con la mirada: déjenla que siga hablando. El compadre metiche las abrazó: “Pero comadre, mira mis ahijaditas son muy guapas, se parecen a mi compadrito David, pero más más a ti”.
“Sí compadre, mis hijas son simpáticas. Pero compadrito, es que no has visto a las otras, no conoces a las hijas de Mario, esas sí que son bonitas…”