El encaje de Ángeles
Lesly Mellado May
Los que tienen dinero dicen en público que lo único que hace falta para concretar los propósitos es voluntad y corazón, al menos eso reza el encaje de Ángeles.
En privado saben que no es así, que cuando se tiene que limpiar una fortuna y ganar eternidad es necesario promocionar obras de caridad y controlar al círculo rojo.
Este último fue el empeño de Ángeles Espinosa Rugarcía. El pasado 20 de julio develaron en el zócalo una escultura en su honor y en el Congreso fijaron con letras de oro Ángeles Espinosa Yglesias, su nombre de pila con los apellidos de su padre, acusado de explotación, especulación e incluso venta ilegal de alcohol.
En octubre de 2007, Jacobo Zabludovsky difundió por la radio: “Una persona ha muerto en México a causa del estifilococo aureo. Es la primera vez que se da a conocer públicamente la muerte por esta bacteria que ha causado más 100,000 casos en Estados Unidos. No se trata de una persona cualquiera –según la información cuya fuente no puedo revelar, pero que es totalmente confiable–, la señora Ángeles Espinosa Yglesias, hija de don Manuel Espinosa, falleció la semana pasada en el Hospital Inglés, por el estafilococo aureos”.
“Ángeles Espinosa Yglesias era una persona totalmente sana, fue a un chequeo general en un hospital de Boston, le hicieron una biopsia del hígado y parece ser que allí le fue contagiado el estafilococo, que es más contagioso y mortal que el SIDA”, indicó.
Tras la muerte de la mujer, muchos escribieron halagando sus aportaciones a la reparación de los templos afectados por el sismo de 1999 (obras sobrefacturadas y que sirvieron para deducir impuestos) y su labor en el Museo Amparo (en el que hay que pagar para entrar porque no es beneficencia).
Pero nada se dijo de su lado oscuro, el que todos tenemos. La encontré varias veces justamente en el Museo Amparo donde llevaba a sus amistades para presumir sus exposiciones, como se hace con un avión o una residencia. La escuché decir que no regalaba la entrada al museo porque lo regalado no se aprecia, y también estuve presente en escenas bochornosas: humillaba a sus trabajadores y trataba a funcionarios estatales y federales como si fuesen sus empleados.
Las humillaciones eran toleradas, decían gustosos los afectados, porque la señora era muy bondadosa y regalaba millones para la conservación del patrimonio cultural de Puebla.
Millones cuyo origen fue severamente cuestionado por Teresa Bonilla, investigadora de la BUAP, quien documentó las andanzas de la dupla William Oscar Jenkins-Manuel Espinosa Yglesias.
Ángeles fue hija de uno de los banqueros más importantes de este país, un hombre que explotó a campesinos y obreros en el ingenio de Atencingo, y que vendía clandestinamente alcohol al mercado norteamericano, por citar algunas de sus actividades.
Tomando en cuenta que algunos de esos millones fueron destinados a obras de “caridad”, significa que: ¿la fortuna está limpia?, ¿se justifica explotar a los pobres para luego utilizar lo que se les quitó a favor de la cultura?
Alguna vez escuché a alguien decir que las fundaciones Amparo y Mary Street Jenkins, en realidad debían llamarse “cañeros y obreros de Atencingo” porque los recursos de éstas fueron conseguidos a base de su explotación.
¿Se merece Ángeles que su nombre haya sido colocado en el Congreso y que en su recuerdo se haya instalado una escultura en el zócalo?
Ambas acciones generan escozor.
La escultura en el zócalo fue cuestionada por algunos amantes del centro histórico, quienes tuvieron respuesta. Uno de los defensores de Ángeles respondió que el elemento contemporáneo elaborado por Jan Hendrix va bien con el entorno histórico, casi casi como la pirámide de cristal en el museo del Louvre (sic).
En la base de la escultura, que evoca un encaje según el propio autor, se inscribió una frase de la hija del banquero en la que habla de la permanencia de las obras hechas con el corazón.
Los turistas se toman la foto con la pieza, dicen que es chistosita, curiosita, que parece un kiosko, un encaje, un árbol…
Pero qué hay de quienes solemos sentarnos en el portal Morelos, en lugar de la fuente de San Miguel ahora tenemos como paisaje el encaje de Ángeles.
Y ahora sí como dijera la sabiduría popular: está bueno el encaje, ¡pero no tan ancho!
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