Fuerte de Guadalupe: historia de derribos
Lesly Mellado May
El Fuerte de Guadalupe tiene una larga historia de empeños y derribos. Del sitio donde se erige se sacó la cantera para hacer la catedral de Puebla; del niño Cristóbal y la morena del Tepeyac nada quedó, Ignacio Zaragoza ordenó demoler parcialmente el templo para acondicionar la fortificación. Ahora con el pretexto de los 150 años de la batalla del 5 de mayo, el monumento se ha cubierto de cristal.
La remodelación del Fuerte de Guadalupe ha generado polémica, pues sobre las bases de la antigua capilla se colocaron estructuras de metal y cristal. Si bien estaba previsto inaugurar un museo el pasado 5 de mayo, la obra y la adquisición de la colección se complicaron y será este 8 de septiembre cuando finalmente reabra sus puertas.
¿Por qué el 8 de septiembre? Es la fecha en que se cumplirán 150 años de la muerte de Ignacio Zaragoza, el general que dirigió la batalla del 5 de mayo de 1862 que el gobierno tatuó en la memoria como el día que los mexicanos vencieron al ejército más poderoso del mundo, para aquellos tiempos, el de Francia.
EL SELLO DEL SIGLO XXI
Ya desde el monumento a La Victoria se pueden vislumbrar los cambios al Fuerte de Guadalupe. Si bien la fortificación sólo fue restaurada, la capilla que tuvo su origen en la época colonial ahora está coronada por una estructura de metal y cristal.
Hasta el año pasado, sólo un par de espacios de la ex capilla tenían techos de viguería y ladrillo. Ahora todo el conjunto está techado. Para ello fue colocada una estructura de metal que es “totalmente reversible”, de acuerdo al dictamen aprobado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que tiene el inmueble en custodia.
La obra que es pagada por el gobierno de Puebla arrojó que haya quedado al descubierto el aljibe; un piso de ladrillo y talavera que rodeaba el pozo de la ermita; y un buen número de piedras de la construcción original que fueron colocadas bajo una plancha de cemento en la restauración de 1962, hecha como festejo del centenario de la batalla.
En la capilla se está colocando un piso falso para que debajo de éste vaya toda la instalación eléctrica pues no se permitió que fueran perforados los paredones.
Con las paredes de cristal y dos nuevas plataformas, una al interior de la ermita y otra en un patio anexo, se han logrado “labrar” postales magníficas de la ciudad.
El museo que pretende instalar el gobierno de Rafael Moreno Valle ha tenido tantos altibajos como el propio inmueble; pues si bien ya se tenía en vista comprar una colección de piezas del siglo XIX, no lograron concretarla. Sobre este hecho corren dos versiones: que las piezas eran apócrifas, y que el dueño pedía 10 veces el valor de la colección.
Por el momento no se ha dado a conocer qué piezas se van a exhibir, y cuál será el objetivo del espacio museográfico.
Cabe señalar que fue respetado el laurel plantado en 1962 al frente de la capilla, que el fuerte no sufrió modificaciones y que alrededor se crearon miradores y calzadas.
Quizá el mayor descontento lo cause la nueva torre de metal que se colocó al templo y que al menos hasta este fin de semana se aprecia como una torre de la CFE, aunque en el plan se estipula que va a ser cubierta de cristal, y tiene como fin reponer las que mandó a derribar Ignacio Zaragoza para acondicionar la fortificación para la lucha contra los franceses.
DERRIBOS
¿Acueyametepec o Amacueyatepec? Una de estas dos palabras fue el nombre “original” del cerro donde están los Fuertes de Loreto y Guadalupe.
Acueyametepec significa “cerro de magueyes y ranas”; mientras que Amacueyatepec se traduciría como “cerro de amates y ranas”, cuenta el arqueólogo Eduardo Merlo en el libro “Así era Puebla”.
Aunque aclara que “su formación de canteras y barro no es propicia para la vegetación abundante, de tal manera que siempre presentó un aspecto desolado, hasta los 1940, en que a fuerza de dinamita se abrieron las cepas para sembrar fresnos y eucaliptos”.
El cerro resultó estratégico para la ciudad de Puebla que se erigió a sus faldas, pues desde ahí se podía vigilar el tránsito. De hecho, a pocos años de la fundación ya se menciona una ermita en ese sitio.
Para 1537 ya se le conocía como el cerro de La Ermita, relata Hugo Leicht en “Las calles de Puebla”. La capilla fue dedicada a San Cristóbal, un niño indio que fue evangelizado por Motolonía, y martirizado y asesinado por su padre en Tlaxcala hacia 1527.
En los tiempos del obispo Juan de Palafox y Mendoza (1640-1649), ahí escuchaban misa los hombres dedicados a sacar cantera de ese cerro para la edificación de la Catedral.
Para 1714, la iglesia ya era de tres naves y estaba dedicada a Nuestra Señora de Belén, pero una tempestad la destruyó en 1756, y las reparaciones concluyeron en 1759.
Leicht registra que a inicios del siglo XIX se inició una colecta para hacer un templo a la virgen de Guadalupe, “probablemente junto” al de Belén. Para 1804 ya estaba en construcción y se estrenó en 1816: “Era muy hermosa, con tres naves y dos torres, y tuvo culto hasta 1861”.
En 1816, durante la guerra de independencia se mandó rodear el templo con una fortificación para proteger a la ciudad de los insurgentes, pero la obra del Fuerte de Guadalupe quedó incompleta, documenta la investigadora del INAH, Celia Salazar Exaire.
Para 1862, Ignacio Zaragoza ordenó demoler las dos torres para acondicionar el fuerte. Tras los hechos de aquel año, la estructura del templo quedó dañada por lo que terminaron de echar bajo las piedras que amenazaban con caerse.
El sitio quedó abandonado por varios años, sin techo y apenas en pie unas paredes del templo y el portal de peregrinos. Se cuenta que Maximino Ávila Camacho, utilizó parte del cerro como rancho particular.
Fue en 1962, para el centenario de la batalla del 5 de mayo cuando se limpió el fuerte y la ermita, pero no fueron restituidos los techos ni las paredes.
En este 2012 por gusto del gobierno estatal se colocó hierro y cristal sobre los derruidos paredones de la antigua ermita lo que cambia totalmente la vista que teníamos registrada del Fuerte de Guadalupe, que seguramente ya está en esperade un nuevo derribo.