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Punto atrás en el vientre

Domingo, 8 de Marzo de 2009
Lesly Mellado May

Que nadie en el Congreso del estado se atreva a mandar rosas ni chocolates, que nadie se atreva a hablar del Día Internacional de la Cursilería, porque en eso han convertido el 8 de marzo.

Las que menos derecho tienen a hacer de la fecha un día de abrazos y discursos de género son nuestras diputadas locales.

Las cuotas de género en la vida pública siempre me han parecido una burla, de nada sirve que por ley las curules del Congreso sean ocupadas por mujeres, si nada hacen por procurar mejores condiciones de vida para nosotras.

El reclamo sentido y profundo tiene que ver con la fallida iniciativa de despenalizar el aborto en Puebla.

Para andar en la fiesta del 8 de marzo, las diputadas están muy vivarachas; pero no para decir esta boca es mía cuando los hombres de la derecha política y la jerarquía católica hacen mancuerna para abortar una propuesta de ley (a ver por qué no los castigan por andar de abortadores).

Presumieron  su tibieza desde la campaña de 2007. Las hoy diputadas por el PRI Angélica Hernández, Malinalli García y Bárbara Ganime ofrecieron una conferencia de prensa memorable. Estaba en debate la instalación de parquímetros. La pregunta era obligada, pero ellas esquivaron diciendo que su trabajo en el Congreso estaría enfocado a las mujeres. Y no faltó quien se burló: “las mujeres tienen coches… y los estacionan en el Centro Histórico”.

Las entonces candidatas pensaron que ahí terminarían sus problemas, pero no fue así. Como insistieron tanto en el tema de género, la otra pregunta también fue obligada: ¿Presentarán una iniciativa de ley para despenalizar el aborto?

Sus rostros quedaron descompuestos, se miraron unas otras para ver quién era la valiente que respondía. Empezaron a tropezarse con su propia lengua, así que no faltó la reportera que les dijo que la respuesta era muy fácil y no había más que dos opciones: sí o no.

Pero ellas siguieron con sus argucias, malas, por cierto. Hasta que Malinalli le puso punto final con una contundente sentencia soltada como un balbuceo: “Yo diría que hay que preguntarles a los hombres qué opinan”.

En la sesión del pasado jueves del Congreso local, la priista  Rocío García Olmedo presentó un punto de acuerdo quejándose porque el gobierno federal decidió acotar la posibilidad de abortar a las mujeres que han sido violadas.

De hecho, en el periódico digital e-consulta sostuvo sobre ese tema un apasionado debate con el diputado federal panista Antonio Díaz García.

Pero la pasión de García no fue más allá de las letras. Yo le preguntaría por qué si defiende en artículos periodísticos el derecho de las mujeres a abortar,  a un año de labor legislativa no ha presentado una iniciativa de ley en la materia.

Sobre la oposición de Malinalli García y Bárbara Ganime para despenalizar el aborto, sólo cabe decir que los panistas estarán contentos: ya tienen a dos adeptas.


La primera puntada

Lunes, 2 de Marzo de 2009

Lesly Mellado May

Efraín transita por el río González. Lo acompaña el rugido del motor de su lancha y el susurro  del Edén. Lleva una carga peculiar de San Juan Bautista (Villahermosa) a la costa del Golfo de México.
Su suegro Alfonso vive en Jalapita, una ranchería que nació junto con el siglo XX a cuenta de familias que llegaron de Jalapa, Tabasco.
Alfonso es  campesino, comerciante, alfabetizador, cronista y un gran lector en esas tierras donde el río González se encuentra con el mar.
Corren los años cincuenta y en ese rincón del Edén se tejen encajes e historias.
Efraín tiene un encargo importante cada semana. Como no hay carretera, sale de Villa Cuauhtémoc (ubicada junto a Jalapita)  a las 2 de la mañana en su lancha cargada de productos del mar y el monte. Llega a Villahermosa cerca del mediodía y tiene como parada obligada la panadería de su tío Facundo ubicada  en el primer cuadro de la ciudad.
Ahí mismo compra los periódicos, no sólo del día, de toda la semana.
Regresa entonces a las aguas del río. Su suegro, Alfonso,  lo recibe como siempre con una taza de café y con los anteojos dispuestos para llenarse los ojos del mundo, para enterarse cómo se mueve y transcurre la humanidad, aunque sea con una semana de retraso.
Y mientras su esposa Celita borda encajes para los nietos, y recorre sola ríos, mares y pantanos para ver a sus hijas ya casadas en Ciudad del Carmen e Isla Mujeres… Alfonso teje con imponente letra la historia de Jalapita.
Así comenzó a escribirse “Encaje ancho” con pluma de pavorreal y tinta china en una libreta forrada de piel, con letra dibujada que daba cuenta exacta de cuando los Rodríguez llegaron a la orilla del mar y del río a hacer historia en patios tapizados de copra, entre matas de cacao y árboles de mango.
En esa y muchas otras libretas, Alfonso escribía a diario lo que pasaba en la ranchería: nacimientos, muertes, obras, faenas, matrimonios y jolgorios. No era una estadística vulgar, cada anotación era bien pensada y detallada como si hacía norte (mal tiempo) o el calor era abrumador. Lo que sí era estadística pura era lo que ganaba y perdía en sus negocios, información que también anotaba religiosamente.
En  casa de su hijo, al que también llamó Alfonso y que recién murió en noviembre, están las libretas con sus apuntes, sus ejemplares de El Universal, y los libros por los que caminó el mundo porque nunca salió del Edén.
Sus nietas  aún recuerdan el fervor con el que contaba cada detalle del Paseo de La Reforma, y de avenidas y monumentos de ciudades europeas que nunca pisó. También guardan en la memoria cuántos centavos y dulces les pagaba para que escucharan sus historias en el ocaso de su vida.
Murió de tristeza de padre, su hijo Israel se dedicó a mirar y contar el mundo a través de un extraño caleidoscopio desde  que tomó el bebedizo de una gitana… encontró el amor y perdió la razón.
La pluma y el tintero de Alfonso Rodríguez encontraron descanso el 24 de febrero de 1975; pero su palabra no.
Un par de meses después, un domingo entrando la noche, día de feria en Villahermosa, en una primavera extremadamente calurosa, nació una niña en medio de la zalamería y el luto… no podía ser de otra manera en el Edén.

El río González en la navidad de 1999