Cuarentena sin sostén (otra)
La vida cambió. No somos mejores ni peores. Tal vez somos otros. Ojalá lo fuéramos. Otros más locos. Más paranoicos. Más inseguros. Más mortales.
A finales de abril del año pasado tuve un sueño. Alguien llegaba a visitarme y yo le decía detrás de la puerta: “es que ando sin sostén”. En cuanto terminé la frase desperté de súbito. El método freudiano de la interpretación de los sueños me remitió a mi costumbre de andar sin bra por la casa, pero la materia prima del psicoanálisis son las palabras, las palabras que se escapan de esta chimenea que humea de lo inconsciente. Mi interpretación fue inmediata. Era obvio que esa palabra que designa de manera conservadora, elegante y yo podría decir, arcaica, aludía a aquellos meses en que mi esposo se había ausentado del hogar por motivos de trabajo. Ambos sabíamos que no iba a volver. Y yo me sentía sin este punto de apoyo que emergía de su mano sujetando la mía. Sin él sosteniendo mi locura.
A principios de abril de este año nuevamente volví a guardarme en casa. Seguía sin sostén. Ahora por un virus que decían se trasmitía por abrazarse y besarse unos con otros. Los mundos en que sostenía mi rutina se desvanecían uno tras otro. La escuela. La otra escuela. El albergue. El home office. En ese preludio nació “Cuarentena sin sostén”, el artículo que forma parte del libro Covid – 19: Reflexiones y Vivencias.
“¿Qué hace usted todo el día? Soportarme”, con este aforismo del escritor y filósofo rumano, Émile Cioran, inicié el escrito con el que intenté curar la angustia de aquellos primeros días, porque es real, literal. En la maestría en Psicoanálisis y Cultura era el pan de cada fin de semana escuchar a los eruditos que impartían los seminarios exclamar una frase muy trillada: “hazte cargo”, aludiendo a que todo sujeto debe hacerse responsable de su posición frente a su deseo, y que ese deseo es de Otro.
¿Soportar-nos sería sostenernos?. No lo sé. Llevo toda la pandemia preguntándomelo. Sostenerse – en lo que sea- me parece la cosa más titánicamente difícil, casi imposible. Para sostenerse en su posición, el analista debe caer ante el analizante. Los enamorados que se atrevan a intentar sostenerse, deben mostrar su falta. Aquellos que sentían que tenían el control de su vida, su negocio, su familia, su futuro… hoy se han desbordado. Entonces ¿cómo pasa uno de 40 días o medio año al tiempo indefinido de zozobra que esta pandemia ha tejido?.
Esto que estamos viviendo es un duelo. Duelo de pelear por la vida. Duelo de aceptar las pérdidas. ¿Pero no hacíamos eso ya antes del coronavirus? Parece que el ver a la muerte rondando nos recordó que somos muy frágiles. Que cualquier día sin saber cómo ni dónde se desdibujó esa fantasía de morir viejos en la paz de nuestra alcoba mientras dormimos.
A algunos nos funciona mirar con más calma la luna que se despide al amanecer, la gama de azules que desfilan por el cielo en el verano, a veces soleado, a veces con lluvias, a veces con relámpagos; las nubes blancas o grises que envuelven a los volcanes al atardecer, el halo que rodea a la luna cada noche. Disfruto las pequeñas cosas que hacen liviano el día a día. Porque también hay ratos en que toca soportar la angustia, el miedo y mi narcisismo de 57 kilos.
Por cierto, ya no ando sin sostén. Tuve que volver a él cuando los colegios nos obligaron a hacer Meet, los jefes se encariñaron con Zoom y para salir a los trámites o a comer a casa de mis padres. Porque sí, iniciando el noveno mes de este 2020, no podemos seguir esperando a que los días de ayer vuelvan. Toca hacer lo que podamos con lo que tenemos. Y lo único que nos queda es la fe en el hoy. He visto a gente reinventar su negocio para migrar al terreno digital, también a muchos que han tenido que emprender o idear nuevas fuentes de ingreso ante el desempleo. Otras más renovando casas para que sean cómodas oficinas. En mi caso me dedico a vaciar la mía: la alacena, los closets, la sala. A veces pienso que si enfermo y la cosa se complica, no quiero que entren a la casa y vean el desastre. Por eso me apuro a depurar. Bueno, exageré.
Undressing 3, Erin M. Riley (2014)