El Santuario de las Luciérnagas
En el mundo sólo hay dos santuarios de luciérnagas. Uno está en Nueva Zelanda y otro en Nanacamilpa, municipio de Tlaxcala. Sí, aquí en nuestro vecino estado.
Sin mucho planearlo nos aventuramos en la carretera. Teníamos una tarde libre y ¿por qué no aprovecharla para escaparse del ruido citadino?. Había que estar a las ocho de la noche a más tardar pues estos luminosos insectos sólo se aparean entre las 8:30 y 9:30 de la noche. De la autopista de Puebla hasta la entrada al bosque de Piedra Canteada nos hicimos 90 minutos en auto.
El azul del cielo aún podía distinguirse, sin embargo, al momento de internarnos entre los pinos de más de 30 metros de altura, íbamos perdiendo visibilidad. Al subir la primera vereda nos sorprendieron las primeras gotas de un aguacero que no cesó en 30 minutos. Nos empapamos. Pero ¿qué más daba?, era parte de la experiencia con la naturaleza
Con la sola luz de las colas de centenas de luciérnagas seguimos introduciéndonos por caminos estrechos enmarcados por estampas propias de la Navidad, por aquello de las luces intermitentes que adornan a los árboles en diciembre.
Además de una fábula sobre cómo es que de entre todo el reino animal las luciernágas fueron premiadas con el don de irradiar luz propia, Rafa, nuestro guía de apenas 19 años, nos explicó que para algunos este tipo de insectos son considerados hadas que curan el alma, así que nos recomendó dejar ahí, en ese bosque, cualquier aflicción, pena o deseo reprimido y reconfortarnos con el espectáculo que la sabia naturaleza nos ofrecía.
Que si los machos sobrevuelan titilando en busca de una hembra que los aguarda casi a ras de suelo con la luz de su cuerpo prendida sin intermitencia. Que a la hora de reproducirse, como todas las especies, apagan la luz. Que ella depósita sus, regularmente, 40 huevecillos en la corteza de los árboles. Y que al final, los bebés no conocerán a su madre porque el tiempo de vida es muy corto. Todos esos y otros más son datos que enriquecerán nuestra cultura general, pero que vale la pena conocer respirando aire fresco, el olor a pino, sentir el velo de la oscura noche y quedar “lampareado” al final del recorrido tras el cual yo recomendaría quedarse a acampar.