Dallas Buyers Club
La semana pasada tuvimos en cartelera poblana cinco de las nueve nominadas al Oscar como Mejor Película: Gravedad, Philomena, 12 años de esclavitud, Her (Ella) y Dallas Buyers Club. Otras tres ya habían tenido sus semanas de éxito: Capitán Phillips, Escándalo Americano y El Lobo de Wall Street. De esta manera sólo hay una que no ha llegado a México: Nebraska.
Sin embargo, pareciera que los premios, el alarde y el glamour de la Academia de Hollywoood poco importan a los cinefilos poblanos pues mientras las oscarizadas sólo tienen una sala – con apenas dos o tres funciones en horarios poco flexibles - en un par de complejos cinematográficos, las palomeras 300, Need for Speed, La Aventura Lego, Peabody & Sherman o Tarzán, inundan las marquesinas con más de 10 proyecciones diarias cada una por plaza.
Valga mi análisis de cifras alegres como parteaguas para escribir sobre lo genial que me pareció la película Dallas Buyers Club, mal traducida para mi gusto como El Club de los Desahuciados.
Sobre el guión basado en la vida de Ron Woodroof, sobre la precaria producción que va muy acorde a la recta final de la década ochentera, sobre todo eso están dos personas: Matthew McConaughey y Jared Leto, ambos le dieron a la película del director canadiense Jean-Marc Vallée, dos de los tres premios Oscar que cosechó el pasado dos de marzo: Mejor Actor y Mejor Actor de Reparto. El tercero fue el reconocimiento a Maquillaje y Peluquería, cuyo presupuesto sumó apenas 250 dólares.
Después de 15 años de ser uno más de los galanes de cara bonita de Hollywood y una decena de melosas películas de comedia romántica y papeles cliché, un día de 2010 Matthew McConaughey despertó y decidió que quería trascender. Así que después de Los fantasmas de mis ex novias (2009) se sentó en su casa a esperar un guión que le diera a su carrera un vuelco de 180 grados. De entrada tuvo que perder 20 kilos, quedar en los huesos y meterse en el cuerpo de un electricista, vaquero mujeriego y homofóbico, cínico, sin escrúpulos, tramposo, adicto al sexo, el alcohol y las drogas.
Pero si Mattew nos deja con el ojo cuadrado, quien no nos permite parpadear cada que sale a cuadro es Jared Leto. El vocalista de la banda de rock 30 Seconds to Mars contagia de su tristeza escondida debajo del maquillaje, los labios pintados de rosa encendido, las pestañas postizas, el escote y la minifalda. Enfundado en el travesti Rayon (quien será usado por el protagonista para conseguir clientes), Leto conmueve, divierte, conecta con hombres y mujeres por igual sin caer en el patiño común al que obliga casi siempre un personaje amanerado.
La idea de Dallas Buyers Club nació en 1992, meses antes de que el verdadero Ron Woodroof muriera a consecuencia del VIH, siete años después de que se le diagnosticara. Fue Craig Borten quien reunió 25 horas de grabación de una entrevista de tres días al cowboy, lo que se tradujo en un guión de cine.
Después de casi 20 años en busca de un atrevido director, por fin fue Vallée inició la aventura con un corto presupuesto y una producción paupérrima que obligó a filmar sólo en 25 días con una sola cámara.
La cinta no se pierde en la pelea entre un enfermo desahuacido de sida (los médicos le dieron sólo un mes de vida) y el gobierno de Estados Unidos que busca impedir que lucre con el consumo de opciones de cura alternativas, pues en 1985 lo único permitido – y estaba en fase de prueba - para beneplácito de la industria farmacéutica era el AZT, el cual barría con todo y las contadas células sanas que un moribundo podía tener.
La historia se centra pues en la lucha de supervivencia que emprende al consultar a curanderos, laboratorios médicos y científicos de México, China o Alemania. Si bien, Ron Woodroof quería vivir, no quería morir en la pobreza, así que ideó el club en Dallas, a donde por una inscripción mensual, el les “regalaba” medicamento a los enfermos. Una estrategia con la que cumplía su promesa de no lucrar con fármacos que ingresó de manera ilegal por la aduana estadounidense.
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