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Huaquechula

Miércoles, Noviembre 2nd, 2011

Por años escuchaba los reportes informativos que hacían alusión a los altares de Huaquechula. Que si eran muy altos, que si la tradición de todo un pueblo, que si llegaban miles a visitarlos, que si este año había 10, 20 o 30. Como si se tratara de un viaje motivado más por la atracción turística que cultural, nos lanzamos a ese municipio ubicado a 60 kilómetros de la capital poblana.

La muerte es uno de esos miedos con los que he aprendido a vivir. Sería una falsedad decir que uno supera ese miedo por muy “grandote” (de edad) que seas. Simplemente se convive con la idea de que algún día simplemente dejaremos de existir.

Antes de llegar descubrimos que en Puebla existe un poblado llamado Tranquilihuapan o al menos eso se leía en un letrero ubicado al pie de la carretera.

Ya en el pequeño pueblo, descendimos del auto y empezamos a recorrer las casas. La verdad es que el impacto es bastante fuerte para quienes tratamos de evadir los velorios de familiares o amigos de los familiares cercanos. Si es incómodo decir “lo siento” o darle el pésame a alguien cuyo difunto conocimos en vida, lo es mucho más acompañar en el dolor a personas cuya historia de vida desconocemos por completo.

La experiencia en Huaquechula me abrió otro panorama de la tradición del Día de Muertos, que para mí se reducía a visitar a mi abuelito en el Panteón y comer con la abuelita antes de que repartiera la decena de hojaldras, fruta y calaveritas de dulce que coloca en su ofrenda.

Estando allá, me enteré que se colocan altares en las casas en donde el año que corre falleció algún integrante de la familia, es decir, son muerte aún muy presentes en el corazón de la gente. Eso es lo que hace más difícil a los foráneos  acercarse a la gente.

Sin embargo, por extraño que ello parezca, después de la tercera casa, con respeto, te vas adentrando a ese mundo en el que todo visitante también puede disfrutar de los tamales, el mole y el arroz que se sirve en grandes tablones a donde como dice la sabiduría popular: “a la gorra… ni quien le corra”.