Posts Tagged ‘Pedro Ángel Palou’

El Pancho Villa de Palou

Miércoles, Diciembre 10th, 2014

“El día que me iban a matar no puede decirse, entonces, que amaneció, porque para mí nunca anocheció del todo. Me pasé las horas oscuras de la madrugada cavilando ya no sobre mi suerte —carajo, si mi suerte estaba echada—, sino sobre los años transcurridos, las tantas aventuras, la pinche revolución, las mujeres que fui amando, los hijos que me dieron, los pocos amigos, los leales. Los muy jodidos traidores, siempre tantos”, con este fragmento del capítulo El sabor de la arena del desierto y la fotografía del típico “Se busca”, Pedro Ángel Palou invitó a sus amigos en Facebook a adentrarse a su más reciente libro: No me dejen morir así, recuerdos póstumos de Pancho Villa.

Pedro Ángel Palou nos tiene acostumbrados a sus novelas históricas sobre personajes claves de México. Este año nos presenta en su nueva obra literaria – contada en primera persona - la otra cara del famoso Pancho Villa, ese del que el dominio popular nos dice que tenía “sus dos viejas a la orilla”.

El propio Palou declaró la semana pasada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) 2014, que Pancho Villa es un personaje que mintió tanto de sí mismo que nadie sabe realmente quién era.

Y es que para el escritor poblano, Doroteo Arango Arámbula, no era sólo un bravucón bonachon, parrandero y mujeriego que los libros o corridos se han encargado de hacer famoso. En la novela, Palou le presta carne y hueso al hombre de 45 años que - entre otras revelaciones producto de una exhaustiva investigación - habría sido un patriota preocupado por la educación, la salud y la calidad de vida, además de que rompe varios mitos, como el hecho de que habría sido asesinado por rencillas locales y no por órdenes de Álvaro Obregón, y luego decapitado por un par de borrachos que profanaron su tumba en busca de un trofeo y no por investigadores que querían estudiar su cerebro.

Sentimientos de la Nación

Lunes, Septiembre 16th, 2013

LA HISTORIA EN EL ONCE PRESENTA:

“SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN”

Estreno: domingo 15 de septiembre a las 21:00 hrs.

Repetición: martes 17 de septiembre a las 20:00 hrs.

El documental aborda la figura de José María Morelos y Pavón “Siervo de la Nación”, quien encabezó la segunda etapa de la Guerra de Independencia de México.

-Se muestra una recapitulación histórica de lo que Morelos llamó los “Sentimientos de la Nación”, documento que fue el primer antecedente para la Constitución Política de nuestro país.

En el marco del 103 aniversario de la Independencia de México, Once TV México estrenó este domingo el documental “Sentimientos de la Nación”, en el que rinde un homenaje a los héroes que, durante el proceso de independencia, abogaron por los ideales de la patria, los derechos humanos y la libertad del pueblo mexicano tras casi tres siglos de dominio español.

Mañana 17 de septiembre, se repetirá este programa a propósito de la efervescencia patria. En el participa el poblano Pedro Ángel Palou, escritor y autor del libro Morelos: morir es nada.

La trama se sitúa hace 200 años cuando se llevó a cabo el llamado Congreso de Chilpancingo, o Congreso de Anáhuac, mismo que fue la primera asamblea política mexicana libre de la opresión española, realizada bajo un marco íntegramente democrático y solidario.

En este congreso, el 13 de septiembre de 1813, José María Morelos y Pavón, dio lectura ante doce delegados al famoso texto conocido como Los Sentimientos de la Nación, que abolió oficialmente la esclavitud y que es considerado como el primer antecedente de la constitución política mexicana.

¿Y los enanos?

Jueves, Marzo 28th, 2013

Algunos días de mi infancia los viví en un edificio de la 5 poniente entre la 17 y la 15 sur. Era comunes las caminatas por la Avenida Juárez de finales de los años 80 y principios de los 90, entonces crecí con la leyenda de la casa de los enanos. Decían que salían sólo a pasear por la noche, nunca nadie precisó ni cuántos ni cómo eran. Sólo era un rumor que persistió al paso del tiempo.

El mito de los enanos se rompió este Miércoles Santo en Puebla. Al filo del mediodía, decenas de personas estaban ansiosas por conocer, por lo menos un poco, el interior de una emblemática casona de la Avenida Juárez y la 17 sur. Sin embargo, sólo un piquete de policías y los encargados de una mudanza pudieron entrar.

La famosa Casa de los Enanos, ubicada en el número 1704 de la Avenida Juárez de la capital poblana fue desalojada por la fuerza pública este miércoles. Su interior no reveló el secreto que varias personas esperaban ver: personas de baja estatura, con bigotes y manos grandes. Tal vez de color blancusco, por la falta de filtración de sol en la casa.

En su lugar comenzaron a salir muebles, retratos, lámparas, y hasta un colchón sucio que fue trasladado en una unidad de mudanzas, contratada por el nuevo inquilino de la mansión rosada y ventanales gigantes.

Cuenta la leyenda urbana que en la Casa de los Enanos habitaban dos hermanos que dieron a luz a una niña con deformidades. Tras ello, los habitantes de la Casona que data del siglo IX, decidieron recluirse por voluntad propia.

Además, taparon todo recoveco que tuviera contacto con el exterior. Las rejas fueron transformadas y alejó a un frondoso jardín de los paseantes. Además, las habitaciones fueron equipadas con ventanales multicolores.

Incluso, el escritor Pedro Ángel Palou se basó en la construcción y en los mitos existentes para escribir la novela “El diván del Diablo”, que relata la historia de un hombre que decide recluirse, voluntariamente, en una casa, con características propias de este curioso inmueble.

Hasta ahora se sabe que los dueños originales de la Casa de los Enanos vendieron el inmueble en varios millones de pesos. Sin embargo, nunca la desocuparon, lo cual provocó un juicio civil de desalojo por parte del nuevo inquilino.

Este miércoles, en un intento por detener la acción judicial, los habitantes del inmueble prendieron fuego en el segundo piso, lo cual sólo provocó pérdidas materiales y crisis nerviosa en una persona de 47 años de edad, que fue atendida por los servicios de emergencia.

De paseo en Washington

Lunes, Mayo 16th, 2011

¿Qué tienen en común Enrique Agüera Ibáñez y Luis Maldonado Venegas?

Tres cosas.

La primera es que ambos son originarios del vecino estado de Veracruz.

La segunda que ambos representan a instituciones de educación en Puebla. El primero como rector de la Universidad Autónoma de Puebla y el segundo como titular de la Secretaría de Educación Pública.

Y la tercer coincidencia se dio este lunes cuando ambos se encontraban en Washington, la capital de Estados Unidos. Ahí, los dos personajes se reunieron ni más ni menos que con la Secretaria de Estado de la Unión Americana, Hillary Rodham Clinton. Ambos le comentaron sobre planes e ideas grandes acerca de la conmemoración del 150 aniversario de la Batalla de Puebla.  Muy intelectuales ellos.

Enrique Agüera le dijo a la funcionaria norteamericana que organizará foros de intercambio académico para analizar las relaciones Juárez-Lincoln. Luis Maldonado le transmitió la invitación del gobernador Rafael Moreno Valle Rosas, para que asista a la fiesta de los poblanos el próximo año y también le entregó la edición bilingüe de la obra que otro personaje (éste sí muy intelectual, muy distinguido y muy poblano) Pedro Ángel Palou, ha publicado con motivo de esta conmemoración.

Ahora bien, el rector de la máxima casa de estudios, no sólo viajó a la vecina patria para dicha reunión con Hillary Clinton. No. Lo que tendrá a Enrique Agüera en Estados Unidos hasta fecha desconocida es su posgrado en Gerencia Política y Gobernanza Estratégica que cursará en la George Washington University (esa misma que de la mano con la BUAP ha impartido diplomados de marketing político y electoral).

“Hoy Comencé mis clases en el Posgrado en Gerencia Política y Gobernanza Estratégica en la George Washington University”, publicó el rector la tarde del lunes en su perfil de Twitter y Facebook.

“Como siempre, las clases de muy buen nivel y sumamente interesantes en la GWU”, escribió al subir la imagen anterior en la que presume su nuevo rol como estudiante mitad presencial y mitad virtual, total que como él lo ha dicho, “en la vida, nunca hay que dejar de estudiar”.

Palou viaja en avión

Miércoles, Septiembre 23rd, 2009

Si alguien sabe de vuelos, escalas y travesías intercontinentales es Pedro Angel Palou. Este escritor poblano compartió a sus 3 mil 169 amigos en Facebook y a todo aquel que quiera y sepa leer, la colaboración que publicó el pasado sábado en El Universal. En su relato el ex rector de la UDLAP nos lleva de viaje con él, nos irrita junto con él, nos impacienta al mismo tiempo y hasta nos hace lamentarnos por el estigma en que se ha convertido la Influenza. A continuación las letras de este escritor poblano.

“Desde hace tiempo vengo oyendo una queja que yo mismo pronuncio: viajar en avión es una tortura, qué épocas aquellas de los trenes o los barcos. La nostalgia, por cierto, de muchos que nunca han viajado por esos medios que ahora la melancolía torna simpáticos -pregúntele a alguien que escapó de la Soah lo que fue viajar en tren, o a un migrante que llegó en barco sobreviviendo al escorbuto y la peste a Ellys Island para ser recluido en cuarentena antes de entrar a Nueva York.

Lo que sí ha cambiado es que antes viajabas; ahora te viajan, te transportan como maleta. Eres un objeto, ocupas un asiento, es lo único que posees mientras te trasladas por los aires. Eres el 10F o el 49J (en CT, clase turbina). Esta vez que les cuento estoy en el 14K, aunque el avión sólo tiene tres asientos de cada lado. En esta aerolínea los números y las letras los puso o un disléxico o un esquizofrénico y se saltó una letra de por medio sólo por jorobar, digo yo.

He entrado a mi lugar junto a la ventanilla y he colocado mis utensilios de supervivencia: un buen libro, un par de audífonos canceladores de ruido -al menos así me los vendieron-, un cuello inflable para evitar la tortícolis, unas anteojeras para evadirme de la luz, como inverso pero igual de moribundo Goethe a medio del Atlántico. Y un infaltable iPod, ese invento sin igual que me permite cargar con toda mi discoteca. En mi maletín, por si acaso, hay más adminículos de vuelo.

Me fijo en mi vecino: si habla español leo en inglés y si habla inglés leo en mi idioma. Detesto las largas conversaciones de avión. La única vez que lo intenté fue con una mujer hermosísima -mi vecina en ese entonces del 22B- a quien le dije algo sobre sus ojos y me soltó un “Ni lo intentes”, que aún ahora me sonroja. En fin, que es mejor el silencio cuando se está tan peligrosamente cerca de alguien por más de medio día. Mi vecino de esta travesía -y su madre, uno y otra en el 14GI- es un niño con SADH (Síndrome de Atención Dispersa e Hiperactividad). No es que sea yo un neurólogo aficionado, sino que la propia madre me lo ha advertido cuando lo dejó sentarse en medio. No hemos despegado y ya me ha golpeado seis veces con su PSP edición limitada color plata en la que intenta un videojuego violentísimo en el que ha matado a todo Asia y África con una bazuca camuflada. Por si fuera poco me ha arrojado a las piernas su abrigo acrílico color naranja que bien podría pasar por un salvavidas. Lo dejo hacer.

La alarma no viene, inicialmente, del bebé de Rosemary que me han sentado, crecidito, al lado. Sino del personal de tierra, un pobre hombre que quizá nunca haya volado y que lleva a la cintura un radio, unos enormes audífonos y un chaleco similar al abrigo del niño vecino. Le dice a la sobrecargo: “Tenemos un problema con el 40″. “¿Por qué?”, responde ella alarmada. “No sirve”.

Ignoro si se refieren al viajero, al asiento o a qué otra cosa. “Cámbialo -le ordena el personal de tierra-, por lo menos hasta despegar”.

Se retiran. El niño me golpea. Veinte minutos después estamos por encima de los 10 mil pies y a la que llaman velocidad de crucero. Pongo música y me dispongo a desaparecer tras las gruesas páginas de mi libro. El niño, aburrido, me da un codazo: “¿Qué lees?”. Le digo que un libro, cosa obvia sólo para que inicie un monólogo que es interrumpido finalmente por la madre salvadora.

Miro hacia atrás buscando inútilmente un asiento vacío. Ignoro cómo disfrutarán su viaje quienes van en primera clase, pero por un instante imagino estar del otro lado de la cortina fúnebre que nos separa.

Busco en mi maletín la solución final, una pastilla: 50 miligramos de Tafil, bendito ansiolítico que después de cenar me llevará en brazos de Morfeo lejos del niño demente que me sigue golpeando al tiempo que intenta ahora ganar las 500 millas de Indianápolis en su artilugio plateado. Su abrigo me da calor en las piernas y se lo paso a su madre, quien condesciende y me regala, no sé por qué, un poco de su crema para los ojos. Me unto el bótox o lo que sea y espero la comida.

Ese es otro de los males actuales en el avión. Un genio malévolo ha decidido que comer en el aire sea un adelanto del Infierno de todos tan temido. La azafata me pregunta: “¿Pasta o pollo?”. Respondo que pollo, que la pasta me da agruras. Ella dice: “Sólo me queda pasta”. “¿Entonces por qué me dice que puedo escoger?”. Ella, ya violenta: “Esto no es restaurante. Se me acabó el pollo. La quiere o prefiere no cenar.”. Tomo resignado lo que debió haber sido una lasaña en el pleistoceno tardío. Me queda el consuelo de que en nueve horas pueda desayunar algo fresco y decente. Pido un whiskey, al menos. Es una marca terrible, pero no me importa. Lo pido en las rocas. Doble. Como si estuviese en un bar, no en este avión que me incomoda.

La azafata esta vez se apiada de mí y me permite cruzarme con el Tafil y el Bourbon. Poco después duermo (no sin antes haber hecho una cola como del metro para ir al baño). Despierto intermitentemente pero la pastilla y el licor me regresan al sueño. Cuando finalmente es de día sé que me he perdido el desayuno. La azafata anuncia el inminente aterrizaje. Sin querer despierto al niño que me ha babeado la camisa. Me peino. Algo de pudor me queda.

La llegada es aún peor. Antes viajar por el mundo diciendo que uno era mexicano era un pasaporte al éxtasis. Después de Fox nadie nos quiere y ahora, además, con la gripe del marrano o la fiebre A H1N1, o influenza yo qué sé, la cosa es terrible. No nos dejan bajar. Llega personal de sanidad disfrazados de Odisea 2001 o de bacteriólogos del ébola.

Nos hacen llenar un cuestionario. Nos toman la temperatura. Nos piden indicar en dónde nos quedaremos, a qué teléfono nos pueden llamar. Fumigan el lugar con unos aerosoles azules y, al fin, de dos en dos nos dejan llegar. Vendrán la espera en migración, la paciencia para recuperar las maletas, la aduana. Huiré del niño y de su madre tan pronto pueda e intentaré salir del aeropuerto lo más rápido que me sea posible. Quisiera no haber salido de casa.

Empiezo a pensar que los nostálgicos del barco y del tren tenían razón. El turismo es la fase superior del capitalismo, habrá que corregir a Marx. Y el turismo es esto. Este viajar sin ton ni son para sacar fotos y atrapar la realidad y llevarla a casa. El que no toma fotos, claro, compra.

Lo curioso de viajar, me digo, es que uno llega a donde nunca quiso ir. Y en avión y sin escalas.”