El papá de Gabo
Lunes, Junio 20th, 2011De los veintitantos novios que tuvo mi hermana, Gabriel fue la mejor opción. De eso sí no me queda duda. El más sencillo, el más atento, el que de verdad la quería y no se mostraba encaprichado, el más noble, el cero gandalla y con el que sabíamos que podía estar a salvo mientras se iba de parranda.
Fueron novios en el bachillerato, en los años universitarios se distanciaron y después de un par de vueltas en la rueda de la fortuna que es la vida se reencontraron hace un par de años. Se casaron el año pasado. Además de su gran calidad humana, Gabo es un hombre de admirar porque aguanta a mi hermana con su ceja alzada, su carácter enérgico y su intolerancia al desorden.
Ayer, en el Día del Padre, mi cuñado enterró a su papá.
“El Compadre Lalo” (como le llama mi papá) es la primera persona que conozco que enferma y muere de cáncer, esa enfermedad tan de moda en este siglo que todos creemos que a nosotros no nos pasará.
Hasta diciembre de 2008, todos los casos de males por metástasis que yo había escuchado correspondían a mi bisabuela paterna (quien murió cuando yo era bebé) y una tía abuela materna (que yo no llegué a conocer). El resto eran historias de la prima, la tía o la hermana de una prima de un amigo de una tía, primo o amigo, etc., es decir, gente totalmente desconocida.
Hace dos años y medio, mi hermana y su entonces novio llegaron a la casa con el rostro descompuesto porque a su suegro le habían diagnosticado cáncer en el estómago. Después de decenas de vueltas y de un terrorífico ultimátum de que sólo le restaban tres meses de vida, Don Lalo se sometió a una intervención quirúrgica que le cambió el ritmo de vida pues los refrescos, el alcohol, las grasas, la carne, los antojitos, las garnachas, la comida chatarra y todo aquello que uno se zampa sin remordimiento quedaron fuera de su menú.
Durante dos años le ganó el segundo round al cáncer. En ese tiempo no sólo entregó en el altar a su primogénito sino que tuvo tiempo para compartir mucho de él y los suyos con la nueva familia, es decir nosotros: los Cruz Ruiz, con todos los Cruz y todos los Ruiz, que sumamos más de una cincuentena.
Fue hasta hace un par de meses que el tercer round irrumpió en el hogar del esposo de mi hermana. Nuevas células cancerigenas aparecieron, esta vez en un lugar mucho más complicado para tratar. Los fríos diagnósticos y el malestar por recibir alimentación sólo a través de un suero, deterioraron más la salud de quien fue el pilar de la nueva familia de mi hermana.
“Señorita Karina”, me decía siempre amablemente en algunas de las maratónicas y semanales fiestas que dejo como legado a su alegre esposa y sus cuatro hijos. Descanse en paz.