El Eterno Retorno

19.05.2022

La idea de Nietzsche sobre que cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, es para volarse la cabeza. La noche del domingo conducía a casa y me acompañaba la luna, conforme avanzaba, notaba cómo iba menguando producto del eclipse anunciado para ese día. Al llegar a casa, mientras contemplaba cómo se iba tornando oscura con ese efecto conocido como “Luna de sangre”, recordé que apenas tres años atrás, había acompañado a mi esposo al pie de la pirámide de Cholula, para fotografiar ese mismo fenómeno celestial.

Recordé entonces esto del Eterno Retorno que llevaba masticando las últimas 24 horas porque comencé a leer “La Insoportable Levedad del Ser”, la emblemática novela del checo Milan Kundera. Aunque conocí esta joya literaria hace más de dos décadas, me reencontré con esta historia y, aunque repita sus páginas, la lectura es distinta.

De eso va el Eterno Retorno - según entiendo a los filósofos-, como Heráclito que nos decía que no es posible bañarse en el mismo río dos veces. Si bien, el eclipse, un libro o el mismo calendario gregoriano transitan una y otra y otra y otra vez, nos afectan de distinta manera, porque aunque nosotros seamos los mismos (en nombre y apellido), somos otros en cuanto a experiencias de vida.

Esto que insiste e insiste e insiste e insiste, en psicoanálisis es conocido como lo inconsciente, lo real que emerge. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, leyó y se voló también el cabeza intentado cavilar lo que Nietzsche ingeniaba. Entonces el famoso doctor judío, nos habla de “Recordar, repetir, reelaborar”, una triada que opera en el diván.

Y es que a eso vamos. Uno se recuesta en el diván y comienza a hablar. A hablar de lo primero que se venga a la mente. De eso que le duele, que le intriga, que le asusta, que le conmueve o paraliza. Al diván, generalmente se llega con muchas preguntas, o una sola que está encubierta por otras tantas. Y el analista escucha. Escuchamos significantes. El trabajo del análisis es que el paciente reelabore dichos significantes. Spoiler alert. El psicoanalista no tiene las respuestas. Si acaso, si para algo sirve el psicoanálisis es para seguirse preguntando.

Da click en la siguiente imagen:

Karina Cruz Ruiz

Psicoanalista

Twitter/karycruiz

¿Qué hemos perdido?

31.08.2021

“Ha sido siempre amanecer, milagro”, nos dice el cantautor cubano Francisco Céspedes en una bonita y melancólica canción. Cinco palabras que son perfectas para una poesía pero que no resonaban como la oración de todo buen cristiano que ha sido educado para agradecer a Dios por despertar a un nuevo día.

Antes de marzo del 2020 no había tiempo para detenerse a pensar en ello. ¿Por qué no habríamos de despertar si tenemos 10, 20, 30, 40, 50 o 60 años? ¿Por qué si se mueren los “viejitos”? Si acaso había que rezar para no morir atropellado o en un accidente automovilístico al tomar la carretera.

Entre las tantas cosas que sacó a flote la pandemia fue el tabú de la muerte. Esa que no se mencionaba porque las abuelitas y tías decían que “no había que atraerla”. Nunca como en los últimos 18 meses la muerte había sido pronunciada, discutida y expuesta en cada sobremesa familiar. Ya lo de menos era si las noticias de los decesos del día eran a consecuencia del covid. El halo de la muerte nos ronda desde el año pasado y verla en la casa de enfrente nos repliega hacia la nuestra.

Hay en el psicoanálisis dos conceptos freudianos: duelo y melancolía. En ambos, Freud refiere que el sujeto experimenta dolor y pérdida de interés por el mundo exterior ante la pérdida del objeto amado (físico o ideal), cuya ausencia persiste en lo psíquico. Sin embargo, mientras en el duelo hay un referente simbólico sobre lo que se perdió, en la melancolía, el sujeto puede saber a quién perdió pero no lo que perdió en él.

De alguna manera hemos perdido algo en los últimos 18 meses. Desde familiares cercanos, amistades y empleos hasta los pies en el suelo. Pero ¿qué de nosotros hemos perdido en esas despedidas?

Tal vez hemos perdido el duelo. El espacio para sentir la ausencia, para realizar rituales de despedida, para enterrar libremente a nuestros muertos, para organizar funerales de tres días, con pan y café para todo el pueblo, porque recordemos que en México a la muerte se le hace una fiesta. ¿Cómo han elaborado los duelos los niños de 10, 20, 30, 40 o 50 años? En medio del conteo diario de decesos por covid, la vida sigue al otro día, no hay tiempo para llorar y hablar de los ausentes, para contar sus historias; en gran parte podría ser porque lo urgente es sobrevivir, ponerse el cubrebocas, ventilar los espacios y atender el zoom o pelear por si los restaurantes deben abrir o morir, por si las clases deben ser híbridas o presenciales.

- II -

Mi abuelito murió el 4 de enero. La doctora escribió “muerte natural” en su certificado. Tenía 95 años. La última vez que lo vi con vida fue la tarde de la Nochebuena. Ese día lo regañé por irse a meter a un tianguis en Acatzingo después de ir a ver a su huesero de cabecera.

- “Fui por unos pellejos muy buenos”.

- Pero abuelito, ¿no ves que está el virus?

- No… yo ya… si me va a dar pues ya… yo ya viví todo. Ya.

Esta semana lo soñé otra vez. Llegaba y abrazaba por detrás de la cintura a mi abue. “Ya vine a abrazar a mi vieja”, decía. Y ella se dejaba querer, por primera vez no le reclamaba por andar coqueteando con la de las gelatinas o cualquier otro detalle. Fue la escena más amorosa entre ellos que vi en mis sueños, como nunca en la vida diurna. Eran polos opuestos. Pasaron más de 60 años durmiendo juntos. El día que murió mi abue quería llorar, pero desde hace años sus ojos están secos a consecuencia de la artritis, así que sollozaba quedito para no ahogarse en su pena.

Él siempre entraba haciendo escándalo. “¡Mi amor!”, nos decía a sus nietas en un grito al saludarnos con beso y abrazo.

Yellow Room (Paul Schulenburg)

Queridos Reyes Magos

04.01.2021

La panza revuelta. La mirada al cielo. Los suspiros a todo pulmón. Escribir a Melchor, Gaspar y Baltazar año con año es una regresión a ese épico momento de la infancia donde la magia, la fantasía y la felicidad se conjugaban con la Estrella de Belén.

Si hay un momento en el que se pone a prueba nuestra capacidad de albergar fe es el ritual de pedir lo que más anhelamos en el mundo a los tres magos de oriente. “Este año sí me traerán el Nintendo, porque el pasado me trajeron unas damas chinas”. “Este año saqué puro diez, seguramente me traerán el auto convertible de Barbie, con todo y la casa”. “Este año sí me porte bien, merezco la paz mundial”.

Éramos felices y lo sabíamos. No guardábamos rencor aunque siempre había fallas. No era la talla, no era el color favorito, no era la muñeca exacta o la autopista de la marca mencionada. Pero los peros no debían desplazar al agradecimiento, mucho menos a la curiosidad y a la sorpresa que todo niño y niña experimentan en la infancia, esa fábrica de ilusiones donde todo es posible.

Nuestra realidad psíquica mucho tiene que ver con los mitos que heredamos de generación en generación. Los Reyes Magos bien pueden ser ejemplo de la imperiosa necesidad de creer en la magia, lo hicimos hasta que un mal día alguien – generalmente un compañero de la escuela - nos rompió la inocencia, revelándonos el truco, obligándonos a “dejar de creer en los reyes magos”. Primero nos resistimos a ello y luego nos consolamos con que ahora que somos adultos nos toca a nosotros hacer magia.

José Emilio Pacheco escribió que en realidad no hay adultos, sólo niños envejecidos. Y Freud por su parte, insistió en que el pasado infantil persiste siempre en nosotros. Si comulgamos con ambos, entonces la fe e ilusión profesa en los Reyes Magos nos acompaña toda la vida. Tal vez por eso seguimos contando los días para que “ya se acabe la pandemia”, o regresando a la relación tóxica una veintena de veces creyendo que esta vez sí será diferente, aun cuando sepamos que no será así.

El psicoanálisis es un lugar para la magia, de hecho sus antecedentes están en la hipnosis y la sugestión. Aunque hoy no dormimos a voluntad a nadie en el diván, el dispositivo permite la cura a través de las palabras. Hoy los niños de sesenta y más no amarran su carta a un globo pero podrían hablar de aquello que los tiene paralizados. Las niñas que rondan las tres décadas podrían dejar de quitarse la zapatilla para que el príncipe se arrodille ante ellas y las calce, descubriendo que andar descalza podría ser otra manera de caminar por la vida.

Es a través de la palabra que lo inconsciente emerge. Aunque somos “adultos” seguimos demandando caprichos, queriendo cosas, deseando que los Reyes Magos ahora sí nos concedan la fortuna. En esa medida desprendemos chispas de vida. Solo que con los años, se va tornando más difícil sacarle la lengua al compañerito que rayó nuestros cuadernos, jalarle el pelo a la hermanita que tomó nuestros juguetes sin pedir prestado o incluso pedirle a mamá que nos cargue y nos abrace para sentirnos protegidos y a salvo del mundo.

¿Ustedes qué le van a pedir a los Reyes Magos?

Un voyage à la Lune // Stargirl| Sara Amaktine (2016)

Tiempo para ser

21.12.2020

El tiempo nos hace y nos deshace. En su afán de controlarlo todo, cada civilización inventó un calendario para marcar, acotar y enjaular desde los ciclos de la luna hasta los sucesos con los que escribieron la historia. Trascender. Pero el tiempo lineal, es decir, los segundos, los minutos, las horas, los días, los meses y los años no es necesariamente lo que determina la vida psíquica de los sujetos.

En psicoanálisis hablamos de otro tiempo. Los tiempos lógicos: el instante de la mirada, el tiempo para comprender y el momento para concluir. De tal suerte que no se limita a un ciclo de la vida absoluto, en el cual uno vendría al mundo para nacer, crecer, reproducirse y morir. Ni tampoco se trataría de ir por la vida cerrando círculos para “fluir”. Yo me atrevería a plantear que estamos insertados en una espiral, en ese eterno retorno que Nietzsche y Borges problematizaron desde su filosofía y literatura, respectivamente.

Dicen los memes que este año que agoniza “no cuenta” por aquello del caos mundial que el coronavirus solo hizo salir a la luz (porque las crisis en los distintos sistemas ya estaban desde antes debajo de las alfombras). Sin embargo, ha sido una excelente ventana para atravesar por alguno de los  tiempos lógicos. Habrá quienes fuimos y venimos del delirio a la angustia, la depresión, la paranoia, la ansiedad, el narcisismo o hasta el estado catatónico. Si miramos demasiado a este intervalo de incertidumbre con el rostro de la muerte, no había manera de salir ilesos.

Sin embargo ha sido también un tiempo para comprender cómo estamos colocados en nuestros lazos. En este 2020 no hubo oportunidad para añorar el pasado ni para idealizar el futuro. Aún los más fervientes creyentes tuvieron que aterrizar en el presente. El reto diario ha sido sobrevivir, un día a la vez. Como mis amigos de AA. No hay más.

En “El aroma del Tiempo”, el filósofo coreano Byung-Chul Han habla del “aburrimiento profundo” que surge cuando se da un tiempo vacío de acontecimientos y el hombre se rinde a una total indiferencia; luego entonces, la pandemia sí vino como anillo al dedo en términos de que bien podría ser la representación de “el instante que alivia en la mirada de un estar resuelto, la mirada de la existencia que actúa resueltamente aquí y ahora”.  Sin embargo dudo que haya sido así, pues lejos de que los más produjéramos, pensáramos, comprendiéramos o concluyéramos, nos quedamos estoicos flotando para sobrevivir al naufragio del desempleo o los recortes salariales, o bien, los más cómodos lograron encerrarse y dedicar su tiempo libre a imitar chistes, sketches o coreografías pegajosas en TikTok, presumir sus compras online y unboxing en Instagram o escupir sus miedos en Facebook evidenciando a los covidiotas.

Esta pandemia hoy con cédula de coronavirus nos sorprendió porque no quisimos ver lo que estaba en nuestras narices. Pero la historia está llena de ellas. En este mismo siglo China ya había experimentado las medidas de confinamiento y sana distancia por coronavirus y otros brotes de gripe aviar en 2002. Vaya, se nos había advertido. Pero nadie pela a las revistas o publicaciones científicas.

Hoy que el covid ya es parte de nuestro ecosistema, es tiempo para ser. Para preguntarnos dónde estamos parados y qué ruta queremos emprender. Aunque no siempre querer sea poder. Es preciso contemplar más la vida para ser. Ser, no en el sentido de empoderarse y soltar  amarras. Porque para ser es preciso estar sujetado al deseo de Otro y escuchar cómo estamos sujetados a éste. Para hablar de “eso” está el psicoanálisis.

Happening Soon. Pascal Campion (2018)

¿Hay alguien en casa?

26.10.2020

A estas alturas del año, de la pandemia, del virus que nos cambió los días, ¿hay alguien guardado cien por ciento en su casa?. Todos nos escapamos. ¿Qué tanto es tantito?. A ver a los papás. A comer con los hermanos. A tomar el café a casa de la amiga. A cobrar por las chambitas que subsanan el desempleo formal. Eso sí. Entramos y salimos con cubrebocas. Los más conservadores salen al menos una vez a la semana al súper.

En su más reciente artículo para El País, el filósofo surcoreano Byung Chul Han expone la relación entre Civismo y Pandemia. Cuestionaba cómo es que en oriente la epidemia ha ido controlándose y qué tanto el civismo, el código con el que los ciudadanos acataron las normas de higiene y las reglas de confinamiento tuvo mucho que ver en la disminución de contagios, pero sobre todo, decesos.

Hoy que nuevamente Europa nos marca la pauta. De este lado del Océano debiéramos ya tomar nota, para no repetir la historia de hace apenas seis meses. Byung Chul Han precisamente argumenta a través de la palabra japonesa 民度 (“mindo”), traducida como el nivel cultural de la gente, el factor que hoy se traduce en que Europa vive una segunda ola de contagios temiendo repetir la historia de marzo pasado, mientras que Asia enfrenta rebrotes menos dramatizados. Mientras que México y gran parte de América Latina han perdido el control del semáforo de emergencia.

Es cuestión cultural. Aún persiste el dilema sobre si en oriente cabe la subjetividad, ya que los sistemas religioso y político que predominan anteponen el bien común y la obediencia absoluta, donde no hay lugar a preguntarse por el deseo propio. Pero los mexicanos no somos así. No está en nuestra sangre. Si nos dicen que a las 10 se acaba la fiesta, pagamos por “la última y nos vamos”. Si dicen que la fiesta es solo en tu casa, pues cerramos la calle. Total. ¿Qué tanto es tantito?. Somos “almas libres”. Valemadres. Nos encomendamos a la Virgencita. Y decimos con firmeza “pues ya estará de Dios”, los menos creyentes y más positivistas prefieren confiar en el  principio de selección natural de las especies. “Sobreviviremos los más fuertes”.

Ojo aquí. Aun cuando en cada encuentro con el otro nos jugamos la vida, o mejor dicho la muerte. No asumimos que esa muerte podría ser la nuestra. Siempre es la del otro. El vecino de enfrente. Ver la propia sería enloquecedor. Y de locura todos hemos tenido buenas dosis en este año. #UsaCubrebocas

Retoque: POA Estudio