Cien días: tiempo para enloquecer
Del 23 de marzo a este 1 de julio han pasado cien días. Pareciera mucho tiempo. Sin embargo no lo es tanto. Pero sí es suficiente. Hemos sido pacientes. En la medida de lo imposible guardamos la distancia, cambiamos nuestros hábitos de consumo, modificamos nuestra rutina, nos alejamos físicamente de mucha gente, cancelamos las visitas a los abuelos, pospusimos todos los bautizos, fiestas de pueblo y tertulias “terapéuticas”.
La hemos pasado mal algunos días. Otros nos invade la esperanza de que, como dicen algunos: “esto también pasará”. Ha habido días de descontrol en los que no podemos dejar de comer. Otros ratos en los que no se nos apetece ni una gelatina. Días de alegría y armonía en que disfrutamos compartir la comida con nuestra familia. Días en los que no hemos podido levantarnos de la cama. Mañanas entusiastas en las que le damos buena cara a la vida. Tardes en las que la tranquilidad, la lluvia, un libro y un café bastan para sobarnos el corazón. Noches de insomnio, noches de anestesiarse con las series de Netflix y noches en que el cuerpo rendido no da más.
Hemos pasado muchas cosas. Kilómetros de chats se han escrito en esta pandemia. Podríamos hacer días enteros si juntamos las videollamadas en Zoom, Meet, Facebook o Whatsapp. Y, lo que más me agrada, es que el timbre del celular suena otra vez. Estamos volviendo un poquito a las llamadas de antes, como cuando mamá nos regañaba por estar pegados una hora en el teléfono hablando y hablando y hablando con las amigas y amigos.
Y es que el mundo no se paró. No hay manera de que todo se haya congelado. Al contrario, todo se ha ido precipitando, en picada, lo que sea, la economía, la salud, la cordura. Isaac Newton, a través de sus Leyes de la dinámica, nos lo advirtió. Ya sea por inercia, interacción o causa – efecto es imposible que nos mantengamos estoicos. La angustia nos atraviesa sí o sí.
De esta pandemia no hay manera de salir ilesos. Hoy que el fin es cada vez más lejano. Hoy que de nada sirve seguir contando los días o esperar a una fecha en el calendario. Tenemos que reconocer que algo ha pasado este tiempo. No es que vayamos a ser mejores, o hayamos aprendido algo, y no hablo de cocinar o tocar algún instrumento. Lo que nos ha pasado es la muerte. Se codea con nosotros pero no terminamos de hablarle a la cara. Tocamos madera, nos bañamos en gel y escupimos todos nuestros miedos, reclamando en redes sociales a todos aquellos que no se quedan en casa.
La sola idea de que cualquiera podría tener el virus sin presentar un solo síntoma es para volver paranoico a cualquiera. Después de tres meses es hora de cambiar el chip, comenzar a dar pasos, si no hacia afuera, hacia dentro. No se trata de salir a la calle y actuar como que aquí no pasó nada, o ponerse el cubrebocas y listo, a seguir despachando los asuntos pendientes. Es momento de dejar salir a los monstruos, darles una alcoba, reorganizarnos internamente, replantearnos cómo queremos vivir el día a día, porque no habrá vuelta atrás, lo que sigue será otra cosa. Es hora de aceptar nuestro lado oscuro pero también de identificar aquello que nos da brillo y nos ayuda a flotar en medio de las aguas turbulentas. Creerse eso de que cualquiera podría ser el último día.
Hace mucho tiempo | endmion1 (Lámina artística, 2019)