Escándalo Americano
Es temporada de premios en Hollywood y todo mundo habla de ‘American Hustle’, a mi parecer mal titulada para latinoamérica como Escándalo Americano. Y es que de escándalo tiene muy poco y de estafa tiene más; de ahí que en España las marquesinas la anuncian atinadamente como Estafa Americana. Pero el nombre es lo de menos, la cinta es obligada para quienes quieran opinar si merece o no el Oscar a alguna de las 10 categorías en las que resultó nominada.
Además, se requiere como referencia pues ha sido y es la principal rival de ‘Gravity’, Gravedad, de Alfonso Cuarón que está rompiendo paradigmas (ganó nada más ni nada menos que el Globo de Oro como Mejor Director).
El sabor de boca que deja el nuevo filme bajo la batuta de David O. Russell (Los Juegos del Destino), es grato. Es una comedia, llena de matices y revelaciones por parte del elenco. Con el papel de “Sidney”, Amy Adams rompe con la niña sosa y tierna de “Encantada”, “Año Bisiesto” o “Superman El Hombre de Acero”, para demostrar que también sabe actuar con poca ropa y lucir sexy con escotes que dejan ver la ausencia del sostén, así como su belleza natural con la cara lavada.
Jennifer Lawrence demuestra en el cuerpo de “Roselyn” una vez más por qué es la revelación de Hollywood al tener atinados dialogos y someter a un compungido Christian Bale, quien merece una presea por la barriga que presume en el filme, dejando enterrado en Gótica al fornido y apuesto Batman de Christopher Nolan.
Junto con Bradley Cooper y Jeremy Renner, Bale completa el cuadro de actuaciones chuscas y desenfadadas que se mofan de la moda setentera (los rizos, las gafas y los peinados copetones), del mundo de los casinos y estafas detrás del que están el par de féminas.
Si bien, la cinta inspirada en un capítulo de la vida real que se vivió en Atlantic City hace cuatro décadas, tiene un soundtrack de lujo, caracterizaciones imperdibles y actuaciones espectaculares, el guión deja mucho que desear, es predecible y nunca despega de la línea horizontal. Quiero pensar que esa fue la intención de Russell para centrar la atención del espectador en todos los otros elementos.
Se trata pues de una sátira bien hecha de los juegos del poder, la corrupción y el espíritu detectivesco que aman los estadounidenses. No habrá sorpresas del móvil como en La Gran Estafa de Steven Soderbergh (2001), ni emoción y suspenso como en Los Infiltrados de Martin Scorsese (2006) y mucho menos ténicas habilidosas como las de Leo DiCaprio en Atrápame Si Puedes (Spielberg, 2002).
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