Las pinches Ladies Polanco
Yo soy de esos raros especímenes que no solía pronunciar ni una sola grosería. Mi hermana me hacía burla cuando mi palabra más fuerte era “tonto”. Fue hasta después de los 24 años, osea ya mayorcita, cuando comencé a usar palabras altisonantes en mi vocabulario. No es que me descosiera, pero si encontré una manera de sacar un poco del estrés, el enojo, la impotencia y la frustración que algunos sucesos del día a día despiertan en cualquiera ser humano.
Leyendo en Twitter los miles de comentarios que desencadenó el video de las famosas “Ladies Polanco”, por cada veinte tuits que criticaban a Azalia (quien por cierto no precisamente ganó el Big Brother por ser una linda y delicada princesa de Disney), sólo uno mostraba simpatía por la manera altanera y prepotente con la que el par de mujeres encaró al policía que la iba a “remitir” por manejar en estado de ebriedad.
No es que celebre el empujón o la rudeza verbal que las muchachas propinaron a los elementos de seguridad pública del Distrito Federal, pero si hay algunos detalles que me impiden compartir la opinión del colectivo. En primer lugar, los tuiteros misóginos salieron del closet y se muerden la lengua al escribir comentarios trillados como “¿Con esa boquita comen?” o “Pinches viejas ebrias”. No puede ser que en pleno siglo XXI aún se siga pensando que sólo los machos pueden monopolizar el vocabulario soez y saludar con un “¡Qué onda cabrón!”, mientras que las “niñas” debemos ser recatadas y modositas.
Luego entonces, están las tuiteras mustias que se espantan porque sus compañeras de género se atrevieron a decirle una sarta de groserías a los policías que, asalariados o no, forman parte de una institución en la que la mayoría de los mexicanos (yo incluida) desconfía por completo.
No es por nada pero ya quisiera yo tener los pantalones de estas chicas para enfrentar a los uniformados que circulan por las calles con aires de grandeza, se pasan los altos, rebasan los límites de velocidad y todos los días tienen el descaro de voltear y acosar con su mirada a las conductoras.
La otra cara de la moneda tiene que ver con la doble moral de los policías que así como le dan su “calentadita” a cualquiera que se atreva a mirarlos de manera altiva, se hacen los indefensos ante un par de borrachas y prefieren dejar pasar la falta en lugar de, de verdad, hacer valer las leyes que se supone rigen a hombres y mujeres por igual.
En fin… si en este país se hiciera caso a lo que decía Don Benito Juárez, “el respeto al derecho ajeno, es la paz”, el panorama sería otro. He dicho.
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