Más de un año después de detectarse los primeros casos de una neumonía de origen desconocido en la ciudad china de Wuhan persisten numerosas incógnitas sobre el inicio de la pandemia y una teoría conspirativa difícil de erradicar: que el nuevo coronavirus es artificial.
Un equipo de epidemiólogos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se desplazó en enero a Wuhan para investigar el origen del nuevo coronavirus con un trabajo abierto a “todas las hipótesis”.
Hasta el momento, la ciencia ha determinado que el origen fue zoonótico (transmitido a humanos desde otras especies) y que los primeros casos se dieron en Wuhan, pero todavía se desconoce información relevante sobre el comienzo.
De forma paralela a los estudios científicos han circulado en todo el mundo un sinfín de falsedades sobre el origen del SARS-CoV-2 y de la enfermedad que ocasiona, la COVID-19, que ha superado los 104 millones de contagios y los 2.2 millones de fallecimientos.
Uno de los mensajes más repetidos y arraigados es el que afirma que el virus es artificial. Quienes esparcen esta teoría en las redes dicen que es un arma, que se ha expandido con ayuda del 5G o incluso que es extraterrestre.
LA CERTEZA DEL ORIGEN NATURAL
La principal certeza científica a día de hoy sobre el origen del nuevo coronavirus es que surgió de forma natural en alguna otra especie animal antes de infectar a los humanos.
Paradójicamente, aquello que los científicos ven más claro es, a la vez, uno de los aspectos más cuestionados por teorías de la conspiración: que el origen es artificial y se ha expandido de forma accidental (al escapar de un laboratorio) o intencionada.
Toda esa desinformación ha calado en una parte importante de la sociedad. En España, según un sondeo hecho a principios de noviembre por la consultora 40dB, el 64.9 por ciento creía que el virus fue creado deliberadamente en un laboratorio.
Sin embargo, la comunidad científica descarta que el virus haya sido fabricado, ya que su secuencia genómica refleja una evolución natural, según una publicación en Nature Medicine.
Uno de los cinco autores del estudio, Robert Garry, detalló que el virus de murciélago más próximo “es sólo un 96 por ciento similar” y “no es posible completar esa distancia genética (4 por ciento) en un laboratorio”.
Este grupo de científicos descubrió que las proteínas espiga, la parte exterior del virus con la que se introduce en las células, presenta dos rasgos básicos: el dominio de unión al receptor (el gancho) y el sitio de escisión molecular (la llave).
La evidencia del origen natural la hallaron al comprobar cómo el gancho de las proteínas había evolucionado para adaptarse a una característica molecular de las células llamada ACE2, que regula la presión arterial. No cabía ingeniería genética en ese caso.
Fuente: Sinembargo