Los secretos de la muerte de Gaudí

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 13-03-2020

El 7 de junio de 1926 Antoni Gaudí cayó bajo las ruedas de un tranvía cuando caminaba por la calle Bailén, en la esquina con la Gran Via, de Barcelona. Gravemente herido lo trasladaron al hospital de la Santa Creu. Murió tres días después y fue enterrado en la cripta de la Sagrada Familia en medio de una impresionante manifestación de duelo. Nadie cuestionó aquel accidente, pese a que Gaudí caminaba ágil y estaba acostumbrado a recorrer a pie un trayecto que hacía casi a diario para ir a rezar a la iglesia de Sant Felip Neri. Pero al veterano periodista Josep Moya-Angeler no le convence esa versión.

“¿Cayó, como dicen, o lo empujaron?” se pregunta Moya-Angeler, el último director del diario El Correo Catalán. En su libro El problema es Gaudí , que firma con el pseudónimo J.M. Angler en la editorial Punto rojo, plantea no solo sus dudas sobre este episodio sino que se adentra en la vida secreta de Gaudí, en los enemigos que se ganó entre la propia burguesía, en su carácter indómito e incluso sus cuitas con Satán. Su paso desde las simpatías ácratas a una religiosidad extrema, que ha propiciado ahora su proceso de beatificación, el cambio del personaje presumido, que de joven montaba a caballo, al solitario, que el día que es atropellado lo confunden con un mendigo. Son muchos misterios.

En las causas de la muerte, el autor apunta la teoría de la conspiración: “De entre los transeúntes que estaban a su lado y detrás de él, apareció una mano. Gaudí la notó de inmediato sobre su espalda. No necesitaba preguntarse de quien. Sin verla, la conocía de sobras. O quizás se equivocaba y era la de un desconocido, cumpliendo algún encargo de alguien a quien le estaba resultando un problema”.

Moya-Angeler se defiende: “El 90% de lo que he escrito es cierto y solo hay recreación en los diálogos y algunos detalles que no puedo documentar”. Y explica la génesis del libro: “Yo nací en el número 93 del paseo de Gràcia, justo enfrente de La Pedrera, y este era el paisaje que veía desde mi ventana. En el piso inferior vivía Miguel Mateu, el que fue alcalde de Barcelona. Y años más tarde me fui a vivir a la avenida Coll del Portell, al lado del Park Güell. Viví 18 meses en el que había sido el apartamento de Ovidi Montllor y cada día me paseaba por este jardín diseñado por Gaudí e ideado por Eusebi Güell. Mi madre había conocido a Gaudí y mi abuelo había tenido tratos con él. Toda mi vida está impregnada de Gaudí”.

En esta vida secreta del arquitecto hay muchos elementos a debate. Como la acusación de que era masón. “He consultado los datos de las 35 logias masónicas que había en Barcelona y su nombre no figura. Y desde medios eclesiásticos que trabajan en su beatificación me aseguran también que no consta que fuese masón”, dice el autor. Otra cuestión polémica es el affaire amoroso con Pepeta Moreu, profesora de piano y de idiomas en la Cooperativa Mataronense, en la capital del Maresme. Gaudí llegó a declararse pero tuvo un fuerte desengaño porqué ella ya se había prometido.

Otro de los episodios que se narran es el encargo de construir el edificio de La Pedrera. Lo hizo Pere Milà, empresario de toros de la Monumental y organizador de la primera carrera automovilística celebrada en Barcelona. Pero quien pagaba en realidad era su esposa Roser Segimon, viuda acaudalada de Josep Guardiola, comerciante de cafés de Cuba. Por Barcelona circulaba el siguiente chiste “No se sabe si Milà se ha casado con la viuda de Guardiola [hucha, en castellano] o con la guardiola de la viuda”.

El problema fue que la viuda quería en la fachada una escultura gigante de la Virgen del Rosario. Todo un dilema para Gaudí que en cambio tenía plena libertad para el resto del edificio. Pero entonces vino en su ayuda la revolución de la Setmana Tràgica, preludio de lo que podía suceder ante aquella escultura y el arquitecto pudo convencer a Roser Segimon de abandonar la idea.

Gaudí concibió la casa Milà como un homenaje a la mujer y a la fertilidad y, según el autor de este libro, Jujol propuso que las chimeneas se inspirasen en las misteriosas mujeres árabes, cuyos velos apenas dejaban entrever su rostro. Y ahí se separa también de quienes los identifican con las figuras de guerreros. El edificio se terminó con conflicto. Milà había prometido que no habría límites pero se quedó sin dinero. Gaudí reclamó y los tribunales obligaron al propietario a pagarle 150.000 pesetas.

Otro detalle que muestra el carácter de Gaudí es que incluso con sus amigos castellanos seguía hablándoles en catalán. Cuando Miguel de Unamuno viajó a Barcelona para participar en el primer Congreso de Lengua Catalana, invitado por el poeta Joan Maragall, quiso visitar el templo de la Sagrada Familia. A Unamuno no le gustaba el arte religioso y Gaudí, algo ofendido, empezó a darle explicaciones sobre cálculos matemáticos. Y en catalán. No se entendían pero curiosamente los unía su afición por la papiroflexia. Y según Moya-Angeler el conflicto se reprodujo cuando Gaudí también le habló en una ocasión en catalán al rey Alfonso XIII pese a que este directamente le dijo que no lo entendía. En otra ocasión, tras una manifestación del 11 de septiembre la guardia civil detuvo a Gaudí porqué se le dirigió en catalán.

La amistad con Verdaguer, las tentaciones del diablo, las divergencias con Eusebi Güell, la simbología de los edificios gaudinianos e incluso la similitud de la salamandra o drac del Park Güell con el cocodrilo del escudo y las monedas de Nimes son algunos de los capítulos de una obra que ofrece la versión más peliculera de Gaudí.

Fuente: La Vanguardia

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