La historia del hombre que robó la Mona Lisa

Por  Staff Puebla On Line | Publicado el 23-08-2019

"Un majadería. Una completa y absoluta chorrada". El mejor detective del mundo, William Pinkerton, lo tenía claro: era literalmente imposible que el infame Eddie Guerin fuera el responsable del robo del cuadro de la Mona Lisa. En serio, ¿cómo podría creer alguien que Eddie Guerin, sí ese Eddie Guerin, era quien había robado la Gioconda del Museo del Louvre? Se refería a Eddie Guerin, un experto en abrir cajas fuertes con la misma facilidad con la que tú abres un sobre de azúcar, bien conocido por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, sobre todo en Chicago, ahora reconvertido en un respetable hombre de negocios en Londres. Siempre que se cometía un robo de guante blanco siempre era el principal sospechoso. 

Aunque el robo se cometiera al otro lado del Atlántico. En este caso con el agravante de que corría la leyenda urbana de que Guerin, recuerda: un delincuente, había tratado de vender una copia del cuadro de Leonardo da Vinci a un millonario de Filadelfia haciéndole creer que era la original. Pero es que Pinkerton tenía claro que Guerin no había robado cuatro días antes, el 21 de agosto de 1911, el cuadro de la Mona Lisa del Salón Carre del Museo del Louvre, en París, valorado en 5 millones de dólares (estamos hablando de 5 millones de 1911, pre-Guerra Mundial y pre-Depresión, hoy los diarios habrían publicado 138 millones de dólares). Pinkerton acababa de regresar de un viaje de un mes por Europa y tres semanas antes había confirmado (con el mismísimo Scotland Yard) que Guerin se había reformado.

Porque los periódicos de Estados Unidos, y rápidamente los de medio mundo, señalaron a Guerin como sospechoso del robo. Pero había una razón de peso, según Pinkerton, además de sus averiguaciones (esos viajes europeos eran habituales para tener bien controlados a los sospechosos habituales, que nunca está de más tener bien controlados a todos los kaiser sosé del mundo), sino por la sentencia de cadena perpetua que pendía sobre Guerin en Francia. De hecho el Gobierno francés llevaba tiempo tratando, sin éxito, de extraditarle. Porque había conseguido encarcelar a Guerin en la Isla del Diablo, pero había conseguido escaparse. Pero, no, Guerin no había sido.

Y esto lo único que hacía era beneficiar al verdadero ladrón del cuadro: Vincenzo Peruggia, un empleado del Museo del Louvre, un viejo conocido de la Policía francesa, autor material del robo junto a sus cómplices, los hermanos, Vincenzo y Michele Lancelotti. El 21 de agosto de 1911 nació una doble leyenda, la del robo en sí (que cuando no hay víctimas, estos temas siempre gustan), que tiene mucha miga, y la del cuadro, cuya popularidad creció con su sustracción. El robo no podría haber sido más simple. Fue un robo desde dentro, a plena luz del día, aprovechando la resaca de los lunes de los parisinos. Los domingos por la noche en París, en 1911, era cuando se salía de marcha. Así que los lunes eran más lunes en 1911 en París. Lo normal, decíamos era salir, no quedarse dentro de un armario. En un museo.

El robo fue así: en cuanto abrió el museo, los tres hombres salieron del armario, se dirigieron al Salón Carré, levantaron el cuadro de la Mona Lisa, protegido por un estuche de vidrio, que el propio Peruggia había colocado unas semanas antes. 90 kilos que no eran nada para tres hombres. Le sacaron del estuche, desmontaron el marco, cubrieron con una manta al cuadro y salieron, literalmente, corriendo por la puerta del museo. Si hubieras estado en la puerta del Louvre la mañana del 21 de agosto de 1911, habrías visto a tres hombres salir corriendo como alma que lleva el diablo. La carrera acabó en la estación Quai d'Orsay, donde se subieron al expreso de las 7.47 y salieron de la ciudad. Esto un martes no habría pasado desapercibido, ¿pero un lunes en París en 1911?

¿Es mítico o no es mítico? Ni una sola víctima, ni sofisticados ingenios para burlar la seguridad. Pues espera. Resulta que tardaron 28 horas en darse cuenta de que el cuadro había desaparecido. 1, 2, 3, 4, 5, 6... así hasta 28 horas. Son muchas horas para que una pinacoteca se dé cuenta de que le falta una joya. Pero, claro, es que en París, en 1911, la Mona Lisa no era una joya. O, mejor dicho, no era conocida más allá del mundo del arte. No era la pieza más famosa ni de la sala en la que estaba colgada, ni del museo. Lo que no quiere decir que no tuviera valor. Pero 28 horas con cuatro clavos viudos... Tiene una explicación.

Quien se dio cuenta de que faltaba era un pintor que al día siguiente, el 22 de agosto, entró para copiar el cuadro. Instaló su caballete, levantó la vista y cuatro tristes clavos colgando tristes en un trigal... Pero no se sorprendió. En esos días se estaban tomando fotografías de muchos de los cuadros de Louvre, con lo que era normal que hubiera huecos en las salas. Los cuadros se fotografíaban en una sala privada del museo. No fue hasta que se levantó y le preguntó a un guardia cuándo regresaría el cuadro, que se descubrió el robo. Al guardia tampoco le sorprendió. Primero pensó que también se lo habían llevado para fotografíar.

Y ahí nació el mito. Primero porque se convirtió en un escándalo nacional, que los periódicos se encargaron de avivar, llegando a ofrecer sustanciosas recompensas para quien diera pistas fiables y/o recuperara el cuadro. Sobre todo avivaron la idea de que los millonarios estadounidenses (millonarios como el de Filadelfia al que, presuntamente, Guerin le había querido dar gato por liebre) se querían hacer "con el legado artístico francés" (sí, efectivamente, no se nos escapa la ironía de que la Mona Lisa es una obra de 1507 de Leonardo Da Vinci). Así lo lanzaron los medios franceses y así lo recogieron los estadounidenses. Para que te hagas una idea de hasta qué punto llegó la psicosis, se llegó a acusar al magnate estadounidense J.P. Morgan de encagar el robo. A ver, que Pablo Picasso también fue considerado sospechoso y llegó a ser interrogado por las autoridades francesas.

Obviamente, Peruggia tenía intención de vender la pintura, pero nunca pensó que el robo se convirtiera en un fenómeno mundial. Sin saber muy bien qué hacer con el cuadro, Peruggia, de regreso a París, lo escondió en el falso fondo de un baúl de la pensión en la que recalaba en la ciudad. Hasta que 28 meses después del robo encontró a un comerciante de arte florentino, sospechosamente interesado en adquirir la pieza para la galería de los Uffizi. Obviamente, en cuanto el comerciante verificó la autenticidad del cuadro, media hora después la Policía estaba en la puerta de la habituación de la pensionzucha de Peruggia.

¿Cuánto calculas que le cayó a Peruggia por el robo? Venga, anímate... ¿Ya lo tienes? Pues no has acertado. Fueron ocho meses. El juicio fue igual de mediático que el robo, pero básicamente todo se resume al verbo que lució Peruggia ante el Tribunal. Peruggia se declaró obviamente culpable, pero que si estaba tratando de devolverlo a Italia, que si era un patriota, que si lo había robado Napoleón, Napoleón el maestro del expolio, y que el cuadro merecía regresar a la tierra de donde nació... Sí, solo ocho meses.

Fuente: esquire

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