La transformación exhaustivamente documentada que llevó a cabo Frida Kahlo de artista a icono cultural pop no es casualidad. La pintora creó meticulosamente su propia imagen, como alguna vez lo hiciera Cleopatra. Si estuviera viva, quizá estaría dando una clase de imagen de marca en la Universidad de Harvard. Ahora es el turno de que Estados Unidos vea cómo, y, mejor aún, por qué lo hizo.
Algunos de los objetos de su Casa Azul, en Ciudad de México, que compartió con su esposo, el muralista Diego Rivera, estarán por primera vez en Estados Unidos en Frida Kahlo: Appearances Can Be Deceiving, una exposición en el Museo Brooklyn, del 8 de febrero al 12 de mayo. Sus pertenencias debían permanecer guardadas hasta quince años después de la muerte de Rivera, de acuerdo con sus órdenes, pero la tarea de sacarlas y hacer un inventario no se realizó sino muchos años después, en 2004. Esta es la exposición más grande dedicada a Kahlo en Estados Unidos y una iteración mucho más grande de la exposición del año pasado en el Museo de Victoria y Alberto en Londres.
La enorme exposición ofrece una perspectiva mucho mayor de la faceta de Kahlo como coleccionista a través de obras extraídas del depósito del museo, así como sobre la temporada que pasó en Nueva York, e incluye obras que prestaron instituciones y galerías locales. La mezcla adicional de objetos mesoamericanos, uno de los tipos de arte que prefería la pareja, con las pinturas y fotografías de Kahlo nos hablan de su anhelo por la cultura indígena y agrícola de México, y sus conflictos con el capitalismo, sobre todo respecto a la desigualdad de ingresos de la que fue testigo durante sus viajes por Estados Unidos.
Los visitantes entenderán de mejor manera la habilidad que Kahlo tenía para agregar su imagen al imaginario de la sociedad, aunque eso implicara pintarse con changos alrededor de la cabeza y plasmar sus rasgos más reconocibles: sus distintivos bigote y uniceja. Ninguna de las discapacidades que sufría a causa de la poliomielitis y un accidente de autobús ni sus frecuentes recaídas de dolor desalentaron a Kahlo. Para cuando murió, a la edad de 47 años en 1954, dejó un personaje público que aún está explotándose ya entrado el siglo XXI; actualmente tiene más de ochocientos mil seguidores en Instagram.
“Provoca una curiosidad insaciable en la gente; esta presentación es una oportunidad extraordinaria para ver cómo construyó su identidad”, dijo Catherine Morris, curadora sénior en el Elizabeth A. Sackler Center for Feminist Art, que organizó la exposición en el Museo Brooklyn con Lisa Small, curadora sénior de arte europeo. A continuación algunas de sus ideas.
Rutina de belleza
Ver los productos de belleza de Kahlo nos trae a la mente la idea de asombro que le inspira a un niño el tocador de su madre. “Hay un aura en la presencia de sus pertenencias que simplemente no puede experimentarse a través de los medios ni en Instagram”, comentó Morris acerca del lápiz para cejas de Kahlo, su crema facial para piel seca de Pond’s, y el labial rojo y los barnices vibrantes para uñas de Revlon, su marca favorita. “Si vemos sus imágenes, siempre tenía las manos perfectas”. Small señaló que Kahlo “arreglaba con cuidado su uniceja”, una decisión desafiante en una época en la que existían “muchos métodos de depilación. Esa ceja era significativa porque no se ajustaba a los estándares de belleza de Hollywood”.
La metamorfosis de la tehuana
Kahlo, experta en usar la moda según le conviniera, llamaba la atención a donde quiera que iba. “Incluso se vestía así para trabajar en su estudio”, dijo Small. Sus trajes típicos, inspirados en las tehuanas de Oaxaca, una sociedad matriarcal, se alejaban de los atuendos propuestos por los diseñadores parisinos y la producción masiva de ropa sin alma. La revista Vogue se dio cuenta de todo esto. Kahlo defendió las costumbres indígenas de su país al usar huipiles, rebozos y faldas largas y holgadas. También ayudaban a distraer la mirada de su pierna derecha, afectada por la poliomielitis, y de los corsés de yeso que debía usar debido a las muchas operaciones a las que se sometió después de su accidente casi mortal en un autobús. Con frecuencia se refería a sí misma como la gran disimuladora.
El cuerpo como lienzo
Además de su atractivo femenino, la joyería tocaba en Kahlo una fibra más personal. Como sus peinados intrincados a los que añadía ornamentos y flores, sus pendientes largos y los audaces collares atraían la atención a su rostro. También eran otra manera de expresar su pasión por las artesanías mexicanas, incluyendo la joyería contemporánea de plata y los materiales como el jade, una de las piedras favoritas de los antiguos mayas. “Generalmente usaba cadenas de oro y piedras de jade mesoamericano, que agregaba a sus collares extraordinariamente voluminosos”, comentó Small.Un microcosmos de MéxicoEn una galería, los curadores se dispusieron a recrear la vibra de la casa de Kahlo y Rivera. Evocaron ese espíritu en la colección permanente del Museo Brooklyn mediante muros pintados de azul rey, un exhibidor de cerámica mesoamericana, y esculturas y vasijas de piedra. Los objetos antiguos transmiten el gusto ecléctico de la pareja y la profunda apreciación por el arte y la arqueología mexicanos. “Tenían un retrato colonial al lado de una pieza precolombina junto con una máscara de gas de la década de los cuarenta”, agregó Small, quien colocó la escultura de un perro de Colima en la colección del museo, similar a las que se encuentran en la Casa Azul.
Fuente: The New York Times