Un borrador mecanografiado de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, con las correcciones de Emmanuel Carballo; la edición andina de 1925 de Inquisiciones, de Jorge Luis Borges o las primeras ediciones de toda la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, son algunos de los 13.000 títulos y 20.000 volúmenes de la biblioteca personal de Guillermo Tovar de Teresa, bibliófilo, historiador y cronista de la Ciudad de México que falleció en 2013, cuya casa se ha convertido en el tercer Museo Soumaya, junto con el Museo Soumaya de Plaza Loreto y Plaza Carso, de Fundación Carlos Slim.
Incunables americanos como La grandeza Mexicana de Bernardo de Balbuena (de 1604), La historia verdadera de la conquista de Nueva España de Bernal Díaz del Castillo (de 1632) o La historia de la conquista de México de Antonio de Solís (de 1684), junto con las primeras ediciones autografiadas de El labertinto de la Soledad, de Octavio Paz; Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro; Balún Canán, de Rosario Castellanos son otros de los títulos de la biblioteca del precoz Tovar de Teresa, el niño viejo, como lo describió el historiador Enrique Krauze, que acompañan a su colección de más de mil piezas de objetos del arte colonial de Nueva España, el Virreinato, de la conformación nacional mexicana decimonónica, del Segundo Imperio y el Porfirismo, entre oleos, grabados, litografías, fotografías, esculturas, muebles antiguos, artes aplicadas y arte popular.
“Yo casi podría aventurarme a confirmar que, después de la colección tan importante que hizo Franz Mayer (Mannheim, Alemania; 1882), la siguiente gran colección que se pudo dar con este nivel de calidad, fue la de Guillermo, porque consiguió lo que no consiguió Mayer: penetrar en las familias que, desde la propia colonia tenían resguardados objetos de gran valor artístico. Entonces Guillermo, que era prácticamente un detective, encontraba quién había heredado qué y se hacía de objetos que habían permanecido no solo decenas, sino más de 100 y hasta 200 años heredándose dentro de una familia y los logró integrar a su colección”, dice en entrevista para EL PAÍS su hermano, Fernando Tovar y de Teresa.
La casa museo ubicada en Valladolid 52, en la colonia Roma, de 660 metros cuadrados de terreno y 990 de construcción, está dividida en tres salas, que Guillermo Tovar, el eslabón más reciente en la gran cadena de coleccionistas mexicanos, quien fuera asesor del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez (Ciudad de México, 1919) y del presidente Gustavo Díaz Ordaz (Puebla, 1911), denominó como la “amarilla”, “roja” y “azul”, dado el color de su decoración; en el vestíbulo hay espejo monumental de cristal poblano (ca. 1811), de Amozoc o el óleo del Arcángel San Rafael, obra del pintor novohispano Miguel Cabrera (1695-1768), uno de los máximos exponentes de la pintura barroca del virreinato; en la sala, una Virgen de Guadalupe de porcelana Viejo París, regalo de la Emperatriz Carlota a las damas de su corte, un grabado de la Vista de la Plaza de México de Ximeno y Planes (1797), así como un Pegaso de vidrio italiano azul, realizado con la técnica de soplado, emblema original de la Ciudad de México.
En el salón amarillo destacan cinco óleos de Hermenegildo Bustos (Guanajuato, 1832), la miniatura en vidrio, efigie de Vicente Guerrero, y el exvoto novohispano, pintado al óleo sobre lienzo, que representa aquel dramático momento político en que los franceses dieron prisión a Fernando VII, de un artista popular queretano en 1819. En el salón rojo, la obra Los cinco señores, del pintor y miniaturista Luis Lagarto (Sevilla, 1556); en el azul, el óleo sobre cobre que representa el Retrato de don Juan de Palafox y Mendoza, de Miguel Cabrera (1764), famoso obispo de Puebla, virrey de Nueva España, y fundador de la fantástica biblioteca, que hasta la fecha lleva su nombre, también el óleo sobre lienzo conocido como La Virgen Inmaculada, de Baltazar de Echave Rioja (ca. 1680) o el óleo sobre cobre de la Coronación de la Virgen con San Gabriel, San Juan Nepomuceno, Santa Teresa, San Francisco, San Ignacio y Santa Gertrudis la Magna, de Francisco Antonio Vallejo (ca. 1770).
Tras la muerte del cronista, ocurrida hace poco más de cinco años, en noviembre de 2013, comenzó la ardua labor de ordenar las colecciones de Tovar de Teresa, liderada por sus hermanos Fernando y Rafael, primero, llamaron a la casa de subastas Christie’s, fundada en 1766 en Londres, encargada de las que quizá sean las mayores subastas de los siglos XVIII, XIX y XX, quienes, en una primera etapa, se encargaron de organizar parte la colección de Guillermo; para las fotografías se apoyaron en Gregory Leroy, un experto en autenticación y evaluación de archivos y colecciones fotográficas. Para los libros se acercaron a Alicia Bardón, de la librería fundada en 1947 por Luis Bardón, el abuelo de sus actuales propietarias, cuya especialidad son las ediciones tempranas, desde incunables (libros editados desde la invención de la imprenta hasta principios del siglo XVI), hasta ejemplares del siglo XVIII.
Años después y con el catálogo listo bajo el brazo, Fernando de Tovar y de Teresa se acerca a Carlos Slim, amigo personal de Guillermo por más de 30 años. Amantes del arte y las colecciones, concibieron juntos el primer Museo Soumayaen Plaza Loreto, "él [Carlos Slim] entendía muy bien que [sus colecciones de arte] tenían que ser exhibidas públicamente, que no podían ser solamente para el disfrute personal”, cuenta Fernando. “[Carlos Slim] recorrió el catálogo a detalle, volvimos a reunirnos, y entonces, con una enorme sensibilidad, el ingeniero dijo: vamos a trabajar para que sea un museo”.
Autodidacta, de memoria prodigiosa y esmerado coleccionista, Guillermo Tovar de Teresa, autor de 39 obras en 44 volúmenes, como La Ciudad de los Palacios: Crónica de un Patrimonio Perdido o Pintura y Escultura del Renacimiento en México o El Pegaso o el mundo barroco novohispano del siglo XVII, dedicó su vida a la preservación del patrimonio nacional. Él mismo escribió: “El coleccionismo es un gesto cultural necesario para la creación y el acopio de objetos que, tarde o temprano, serán disfrutados por la humanidad; es una actitud íntima que refleja la fineza de una naturaleza eminente que sabe reconocer su valor sin tomar en cuenta su precio y capta en cambio su verdadero significado”.
Fuente: El País