Semana dio a conocer que Diego Ramón Jiménez Salazar, El Cigala, ha quedado viudo. A Amparo Fernández, su pareja durante más de 25 años, con quien tuvo dos hijos, se la llevó un cáncer poco antes de que su esposo se presentara en Los Ángeles la noche de este miércoles.
“La audiencia ignoraba que 45 minutos antes, el artista llegó al camerino enfundado en un pijama de corte chino de raso azul oscuro, con la mirada escondida en una gafas de sol y arrastrando las babuchas. Con el cuerpo apoyado en Yelsy Heredi, su contrabajo, repetía 'qué barbaridad, qué barbaridad', mientras sujetaba la cabeza con ambas manos”, narra Rosa Jiménez Cano en una crónica en El País de Madrid.
Pero el cantaor sabe que la música sana, que los duelos se hacen aceptando su partida con saudade: recordando lo lindo de algo que no volverá.
Solemne, sentido, dolido, desgarrado pero no derrotado El Cigala dejó la piel, la voz y el alma en el escenario.
Y entonces, como si las palabras más precisas estuvieran destinadas al partir de su esposa, hizo suya la letra de Francisco Céspedes y cantó desde las entrañas Está lloviendo ausencia: “Y nos despedimos así, como si nada, sin mirarnos, sin hablarnos, sin besarnos, sin tocarnos, nos despedimos así como si nada, cada uno a su camino, cada cual con su destino. Se quedó un lugar vacío de tu cuerpo a mi delirio, laberinto insoportable de tristeza”.
Pero el público en ese momento no sabía que esas palabras estaban dirigidas a alguien que ya no estaba en este mundo, sino en una región que no conoce límites. El público apenas sentía; sentía e imaginaba algo que no se decía, que él cantaba desde un alma rota.
“Gracias a la vida”, dijo para cerrar un concierto que fue casi una epifanía.
Ahora, las ceremonias y los rituales de rigor se llevarán a cabo en Punta Cana, donde el cantaor y su esposa vivieron los últimos años.
Hay muertes con fulgores de belleza.